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Parecí levitar.

Se sentía como si las libras de mi cuerpo fueran livianas como las plumas de un cojín.

Rodeando sus caderas con mis piernas, entrelazando mis dedos en su corta cabellera dorada, le propiné besos por su cuello, barbilla y boca, de un modo sinigual.

En pocas horas más estaría arrepentida por haberme dejado llevar por su palabrería encantadora y sus manos grandes y prometedoras; lo intuía. Pero si debía reconocerle algo, era que pocas (poquísimas) veces en mis 26 años había sido capaz de dejarme llevar por lo que realmente deseaba.

Ni siquiera cuando me acosté con Mark por primera vez lo había hecho con completo convencimiento; para aquel entonces, había optado por dejar llevarme por el calor adolescente y por la necesidad de impresionarlo después de tanto cortejo de su parte. Él era un chico mayor que yo, con aparente experiencia y estaba conmigo, pudiendo estar con chicas como mi hermana Lisa.

Ahora, años más tarde, era distinto.

Un hormigueo saliente de los confines de mi feminidad, la temperatura de mi piel al tenerlo tan cerca y la necesidad de sentirlo dentro de mí, colapsaban cualquier intuición. Yo era consciente que nada podía esperar de esto...y sin embargo, estaba dispuesta a experimentar esta sensación en primera persona.

Vandor me llevó hasta mi cuarto tal cual le indiqué con cierto tono autoritario; dejándome sobre el edredón recliné las piernas y repté hacia atrás sobre la cama ayudada por mis codos.

Sus movimientos eran atrapantes; de pie en el extremo de la cama se desabrochó la camisa dejando al descubierto su pecho inmaculado, con el filo de sus costillas apenas delineando su torso y una fina hilera de vello rubio desde el extremo superior de su abdomen hasta la cinturilla de su bóxer, apenas sobresalida por sobre el límite de sus vaqueros.

Mordí mi labio, esperando por más, para cuando Vandor se inclinó sobre mí y lo detuve para hacer una breve aclaración:

─William...¡Vandor! ─chillé por sobre su boca golosa al posarse sobre la mía ─. Debo buscar algo...─enfundé mis dientes bajo la carne de mis labios y la cercanía de su aliento.

Él frunció su ceño hasta comprender mi punto.

─Por supuesto ─girando sobre su torso, quedó de espaldas en el colchón. Yo correteé hasta mi armario y busqué el bolso con el cual había salido a ver a Dylan.

Revolviéndolo con apuro, sabiendo que Vandor estaba mirándome con ardor, encontré el tan esperado adminículo.

─No puedo permitir que me pase dos veces ─dije con cierto pudor, con la caja de condones en la mano. William sonrió, aceptando mi observación ─. ¿En qué estábamos? ─con pudor, de pie frente a su cuerpo extendido, me vi abordada en un segundo de distracción.

Vandor atrapó la caja arrojándola sobre la cama para comenzar con el ritual con el que habíamos dado puntapié en la cocina; de rodillas, me miró por sobre sus pestañas doradas y desajustó el lazo de mis joggings desalineados.

Mis manos caían laxas por ambos lados de mi cuerpo.

Expuesta, sólo con ropa íntima que me cubriese, me sometí a la decisión de ser tomada por Vandor y su indecencia: pasando su lengua por el interior de mis muslos, hizo que mi cuello latiguee hacia atrás. Me aferré a sus hombros redondos, ejercitados.

Su boca era curiosa, sinvergüenza.

Pasando su nariz sobre mis bragas poco sensuales y un tanto grandes, rozó mi epicentro de placer estremeciendo cada centímetro de mi carne trémula.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora