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Sofocada era poco decir. Mis manos estaban sudorosas; nunca pero nunca había tenido a alguien de semejante talla sentada en la silla de mi programa y a punto de someterse a una entrevista improvisada.

Yendo en contra de mis prejuicios yo luchaba con ese magnetismo que excedía la piel de mi inesperado invitado. Hipnótico, coherente y sereno en sus modos, William Vandor me demostraba no ser el chico frívolo de fama rápida y talento superior a la media que pensé que tenía.

Hablaba de anécdotas escolares, de su timidez preadolescente y lo mucho que le agradaba la mecánica de autos. Con una sonrisa, recordé mi incidente de la semana anterior en el cual me socorrió al llevarme a lo de Craig antes de una segunda vuelta de tormenta.

Contó además la primera vez que tocó frente a veinte personas en un bar a treinta calles de su casa y de lo mucho que defendió a su guitarra cuando unos vándalos intentaron robársela al salir de esa cantina.

Tocado por la varita mágica, reconoció la cuota de suerte que le suponía ser un muchacho bien parecido, con un cuerpo modelado y por el que trabajaba muy duro y a diario.

Yo sólo asentía y colocaba pequeñas frases entre medio de las suyas pero no porque no fuese capaz de ser incisiva o profesional, sino porque su voz era atrapante y excluyente. Los llamados telefónicos de los oyentes no se hicieron esperar; pidiendo que cante algunos de sus temas más conocidos, William les respondía con amabilidad, recitando los acordes de las estrofas más populares.

De a poco, lo que nunca nos había sucedido ocurrió: la línea había colapsado y Charly pudo ver que un grupo de jovencitas acababa de salir de la nada para chillar en las afueras de la emisora.

Ni siquiera siendo las cuatro de la mañana ni estar en un sitio alejado de la gran ciudad parecía darle el merecido descanso que él insistía en decir que buscaba.

─Sabemos que eres de Tombstone, pero que tu vida adulta transcurrió en Phoenix ─mi hermana me había comentado de su reciente pérdida paterna. Sin ánimos de lastimarlo, quise confirmar la versión de su fan número uno.

─Efectivamente. De pequeño mi madre y yo nos mudamos a lo de mi abuela. Mi padre quedó en la vieja casa que compartíamos en la cual ha fallecido.

─Lo siento mucho ─dije, con congoja real.

─Gracias Paige.

─Supongo que ese fue el motivo que te ha hecho regresar...

─Sí, además de tener algunos asuntos por resolver ─fue determinante, pero gentil. Sin insistir, preferí huir de ese tema.

─Así como en la vida de tu padre ha habido una June... ¿lo hay en la tuya? ─fue momento de la verdad, un momento que muchas fanáticas esperaban.

La mayoría de las muchachas que se habían comunicado apuntaban a lo mismo: saber más sobre su vida personal. Recurriendo a la mítica pareja del country americano, intenté ser sutil.

William elevó la mirada, clavando sus ojos turquesa en los míos. Estaba segura de haberme ruborizado cual colegiala puesto que corrí la mía de inmediato, avergonzada por la intimidad de la pregunta.

─Así como para Johnny Cash, para mi padre "su" June ha sido su compañera, su cable a tierra, por lo cual yo pretendo lo mismo para mi vida. Una mujer con valores, bien plantada y que me sepa llevar de la mano cuando me sienta perdido.

Tragué con disimulo; mi nerviosismo se delataba en mi insistente modo de recorrer la fina cadena de plata que colgaba de mi cuello con la gran letra P.

─Tarde o temprano la fama se irá, las nuevas generaciones empatizarán con otros músicos y lo que más me importa es llegar a mi hogar, al final del día y encontrarme con esa mujer que elegí. Esa mujer que esté dispuesta a esperarme con la comida lista y llenarme de besos.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora