-6-

2.2K 276 27
                                    

Una risa boba capturó mi boca mientras cerré la bolsa de residuos, repleta de botellas, viejos papeles y cartones.

Lejos de descansar, quizás emocionado por esa inocente conversación con una locutora de una radio de poca monta perdida en el mundo, abrí cada ventana de la casa aprovechando que el sol parecía echarme una mano y permitir que al menos hoy, pudiera ventilar el ambiente.

Tomando coraje me coloqué los guantes desechables para comenzar con la limpieza de la habitación de mi padre; luciendo como si el cuarto estuviese detenido en el tiempo, los pocos retratos de él junto a mi madre y dos míos, de pequeño, adornaban un viejo mueble de roble, muy desgastado y lleno de polvo.

Rescatando aquellas imágenes dolorosas pero de real felicidad, arrastré adornos de yeso sucios y sin significado aparente.

Al terminar con cada cosa a mi criterio superflua, continué por deshacerme de la ropa; ya encontraría una iglesia cercana para donarla, de ser rescatable. Para mi sorpresa encontré muchas prendas con poco uso quizás reservada para ocasiones especiales, como las citas que mantenía a escondidas con mi madre.

Recordé entonces y por milésima vez, cuando ella me ocultaba arteramente que lo veía escudándose en compras en el centro de Phoenix o reuniones con mujeres de la iglesia.

Por momentos sintiéndome traicionado en la confianza, dudando si preguntarle a mi padre en primera persona por qué si sabía dónde nos encontrábamos nunca había aparecido, mis semanas y años transcurrieron entre el rencor y el resentimiento hacia mi progenitor, marcando a fuego mis conductas posteriores.

Incapaz de mantener una pareja estable, de no terminar en distintas camas sábado tras sábado, mi espíritu libre cobraba más dimensión a medida que mi figura como músico crecía.

Comenzando en un bar de mala muerte, tocando sólo a cambio de que la gente escuchase mi voz y empatizara con mi estilo de música, ese antro de a poco completaba sus mesas en un comienzo destinadas a ser ocupadas por tipos barbudos, con motocicletas, aliento rancio y tatuajes por doquier para sumar mujeres menores de treinta años, bien perfumadas y con gustos más ambiciosos por la bebida alcohólica que el de una cerveza bien fría y de tercera línea.

Inteligente para los negocios, Adam Keigh aceptó que el público estaba cambiando gracias a mí y que tenerme en la plantilla de empleados, le traía algo más de rédito.

Con el primer dinero que obtuve por esas participaciones, compré mi primera guitarra electroacústica – de segunda mano por supuesto – con tapa de pino, conexión a un amplificador y cuerdas de nylon, bastante estándar pero menos dañada que aquella que me acompañaba desde los doce años, regalo de mi abuela materna.

Con el primer dinero que obtuve por esas participaciones, compré mi primera guitarra electroacústica – de segunda mano por supuesto – con tapa de pino, conexión a un amplificador y cuerdas de nylon, bastante estándar pero menos dañada que aquella ...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sin compartir mi afición, mi madre no estaba dispuesta a darme un penique para que me dedicara a tocar. Trabajando de día en un pequeño mercado próximo a la casa familiar, el poco dinero ganado lo utilizaba para mantener un hogar que se sustentaba gracias a "una ayuda" que mamá recibía mensualmente y su trabajo de medio tiempo como recepcionista en un consultorio médico.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora