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Ni siquiera dos años, siete meses y cuatro días habían logrado sanar las heridas causadas por haber conocido a William Vandor.

Llorando a mares, tras mi partida de su casa y sin siquiera poder hablado en persona con él, comprendí que en mis manos había estado la posibilidad de estar a su lado, de intentar algo más que un romance de verano y que había llegado tarde.

Sin insistir, sin enviar ningún mensaje que le echara en la cara esa presencia femenina tan rápida en su casa, dejé que el tiempo acomodase - o desacomodase - las cosas.

El destino no me había dado la derecha en este caso: había perdido a Vandor para siempre.

Negándome a ver las noticias que lo ponían en el centro de atención tanto en cuestiones profesionales como personales, poco podía hacer cuando las madres del colegio de July hablaban de los últimos chismes de la farándula y mucho menos, cuando platicaban sobre la posibilidad de ir a verlo a Tombstone, donde daría su primer recital en una semana más.

Afortunadamente para entonces, las cosas con Mark estaban notablemente más estabilizadas que al momento de mi pelea con Vandor. Unas pocas reuniones frente a nuestros representantes legales, pruebas que me dejaban bien parada frente a la justicia y testigos que claramente jugaban a mi favor, lo hicieron desistir prontamente de su tonto pedido. Era una locura con todas las letras y su tozudez finalmente lo dejaría ver que se cavaba su propia fosa.

Justificando su accionar con un estúpido ataque de celos, dejaríamos de lado viejos resquemores para remar hacia el mismo lado, entendiendo que lo más importante era nuestra hija en común.

Coordinando las visitas con mayor prolijidad, sentando domicilio fijo tras mucho dudarlo y brindándome un teléfono de contacto, parecía comportarse como un hombre con responsabilidades compartidas el cual se calzaba los pantalones por primera vez en sus casi 30 años.

Finalmente graduada como maestra de grado, fue un alivio y un orgullo culminar con mis estudios; trabajando por unos cuantos meses más en la emisora, tras una emotiva despedida, dije adiós a mis compañeros de equipo.

El fin de semana posterior a mi última transmisión los chicos habían organizado un pequeño encuentro en la casa de Dylan, amigo incondicional. Música, algo de alcohol y comida, fueron infaltables, así como también fue la sorpresa de ver a mi hermana Lisa en la fiesta.

─¿Tu?¿Aquí? ─pregunté sorprendida a poco de arribar al apartamento de mi colega.

─Pues...si ─sin explayarse, fue interceptada por Dylan, quien le dio un beso de película en la boca.

Boquiabierta, fui testigo de ese romance al que pocas monedas daba y gracias al cielo, las perdía.

Pero en este momento, próxima a matrimoniarse con Dylan, Lisa estaba insoportable. Pero no solo por eso, sino porque a Tombstone estaba por llegar su mayor ídolo musical: William Vandor.

─No te molesta que vaya a su show, ¿verdad? ─me preguntó por milésima vez, mientras pintaba sus labios con laca, antes de partir a su presentación.

─Lisa, eres dueña de hacer lo que te guste. No es habitual que estrellas de la música que no estén en decadencia se presenten en ciudades como esta. No le importamos a nadie salvo a viejos vaqueros que se sienten pistoleros ─descalza, me acurruqué sobre los cojines de mi sofá.

─¿Por qué no vienes conmigo? ─preguntó como si nada de lo sucedido con él me pesara.

─Supongo que has bebido mucho alcohol y que eso no te deja pensar con claridad ─señalé la botella de vino a la mitad.

─Vamos, nadie notara que estás allí.

─No quiero verlo, Lisa.

─Lo verás solo de lejos. No pude comprar tickets con ubicaciones muy cercanas ─elevó sus hombros.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora