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Para cuando llegué a mi casa, agradecí que July no estuviera.

Arrojando el elegante bolso de mano negro con múltiples lentejuelas tornasol sobre el sofá, comencé la debacle emocional; otra vez no era correspondida. Otra vez me había equivocado en interpretar las señales masculinas; ¿cuándo aprendería a no confiar en mis impulsos?

Tomé un vaso del gabinete superior de la cocina y cogí uno de los licores que mi hermana Annette había traído para una noche de chicas.

Patética, serví lo suficiente como para anestesiar mi psiquis en un santiamén; no estaba acostumbrada a beber y si sumaba la media botella de vino con la que acompañé las últimas anécdotas de Dylan como para olvidar su pedido, todo acabaría de la peor manera.

Llorando como una carmelita, despatarrada en el sofá de la sala, algo desvencijado pero cómodo y con el esófago pidiendo a gritos "por favor, no me des más alcohol" inicié el llanto número un millón en mi tonta vida femenina.

Una vacía e inerte vida femenina.

Muchas veces pensaba que de no ser que tenía una niña, era incomprobable que hubiese tenido sexo alguna vez. Incluso mi hermana, a veces cruel pero sensata al fin de cuentas, dudaba que yo no fuese la hermana perdida de la Virgen María y no su propia hermana menor.

Frotando las sienes con persistencia durante los primeros veinte minutos de frustración, resignación e insignificancia, las cosas comenzaron a girar. O sea, estaba próxima a lo que sería una resaca épica para las horas posteriores.

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El ruido de la campanilla penetró mi cabeza como disparo. Presioné mis párpados; acostada en el sofá, me dolía todo.

─ ¿Paige? ¿Estás allí? ─ al principio no reconocí la voz de Alana, hasta que un resabio de salubridad mental me recordó que ella alcanzaría a mi niña al mediodía.

¿Tanto tiempo habría pasado de mi regreso del restaurante?

─S...¡sí! ─ chillé acomodando los cojines. Luego, hice un buche con agua para quitarme el aliento pestilente de encima. Frente al espejo en el que me miré el día anterior, cuando mi frustración no era tal y conservaba la mínima esperanza dentro de mí, acomodé mi cabello y quité rastros de maquillaje desparramado bajo mis párpados inferiores ─. ¡Ya voy! ─dije e inspiré, abriendo la puerta y ensayando mi mejor sonrisa.

Pero Alana no era tonta y bien sabía que las cosas no habían ido bien puesto que abrió grandes sus ojos, sólo preguntando con ellos para cuando apreté muy fuerte el cuerpecillo de mi hija. Exageradamente, me aferré a ella como si mi niña fuera lo único que me daba ilusión para continuar.

Yo únicamente meneé la cabeza a mi amiga, indicándole que no tenía ganas de hablar.

─Oh. Entiendo...pues si deseas puedes llamarme más tarde. Ahora estoy yendo a lo de mi suegra. Ya sabes que los domingos Toby adora almorzar con sus hermanos y sus padres ─ella revoleó los ojos a disgusto con su realidad dominical. Yo daría muchas cosas en la vida por tener una familia política que aceptara mi maternidad previa, mi "poca" clase y mis horarios tan inusuales para una mujer.

Mi padre se había retirado hace más de cinco años como operario en una fábrica de alimentos en tanto que mi madre siempre había sido una mujer dedicada a sus tres hijas y que hacía tareas domésticas en alguna que otra casa adinerada, planchaba para familias de buen pasar económico y preparaba viandas de comida para ofrecer a los empleados a la salida de alguna obra en construcción.

Honrados y humildes, ambos harían mucho esfuerzo para sacar adelante a una familia con cinco integrantes y, ahora, echarme una mano a mí y a July.

Sintonizados: el latir de tu voz - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora