Siena
Vanderbilt Avenue
1940
Puedo sentirlo dentro de mí, no solo en donde es más obvio, puedo sentirlo bajo mis costillas, en mi estómago, detrás de mis ojos. No hay ninguna parte que esté a salvo de Jack, y yo que creía que podría protegerme.
Soy una estúpida.
Él también está desconcertado, él tampoco creía que fuera a sucedernos algo así.
«Es solo sexo».
Lo ha dicho tantas veces que tengo ganas de gritar. Si no fuera por el brillo que he visto en sus ojos cada vez que lo pronunciaba, le habría abofeteado y me habría largado. Tengo que ser cauta, no debo ver más de lo que hay, pero esto, esta locura que creamos juntos, no puedo negarla.
Después del primer beso, he dejado de pensar, el mundo ha dejado de importarme y todo lo que quería era estar con él, como fuera, donde fuera. Para siempre. Ha sido como tocar la partitura más peligrosa y apasionada que existe, mi cuerpo sabía qué compases tocar, su piel respondía a la mía como dos instrumentos perfectamente afinados.
Ha sido doloroso.
Me escuecen los ojos.
—¿Te he hecho daño? —me pregunta preocupado. Arquea una ceja de un modo distinto cuando está preocupado de verdad a cuando está haciendo de policía.
—No, estoy bien —le aseguro. Le miento porque sé que no puedo decirle que estoy asustada porque no sabía lo que significaba entregarse a alguien hasta hoy.
—¿De verdad? —Me acaricia la mejilla. «No lo hagas, Jack. No me acaricies si después vas a decir que solo es sexo»—. Creo que he sido un poco violento al final —confiesa un poco avergonzado.
Esa timidez es la que me hace daño.
—De verdad, ha sido perfecto.
Me trago las lágrimas.
—¿Y yo, te he hecho daño? —Veo las marcas de mis uñas en los hombros e intento sonreír al hacerle la pregunta.
Él también sonríe, gracias a Dios.
—No, qué va.
Sale con cuidado de mi interior y se sube los calzoncillos que estaban en el suelo. Abandona la cocina sin decirme nada y me siento mucho más desnuda y avergonzada que segundos antes. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? Aunque intento ocultarlo, aún tiemblo demasiado para ponerme en pie y vestirme, por no mencionar que lo de irme de aquí imitando a una femme fatale está fuera de cuestión.
Jack vuelve a entrar en la cocina con una toalla en la mano. Se detiene en la puerta y me mira inseguro, casi le oigo pensar desde donde estoy. Reanuda la marcha al tomar una decisión, sea la que sea, y se detiene ante mí.
Agacha la cabeza y con mucho cuidado acerca la toalla que está mojada con agua caliente al interior de mis muslos.
—Siento haberte hecho daño —dice en voz muy baja.
—No me lo has hecho.
Quiero acariciarle el pelo, levanto una mano de la mesa y la acerco a él. Cierro los dedos antes de tocarle, ¿se apartará si lo hago?
—Espérate aquí, iré a por tu vestido.
Vuelve a dejarme sola y cuando vuelve está vestido y trae mi ropa consigo. Habrán pasado unos minutos, me imagino, estoy tan aturdida que no me he dado cuenta. La ropa está perfectamente doblada y amontonada en el orden en que debo ponérmela. Es un detalle absurdo que está a punto de hacerme llorar de nuevo.
Jack deja el montón de ropa en la mesa y se da media vuelta para darme cierta intimidad, o quizá sea él el que la necesita. Mientras me visto, abre armarios de la cocina en busca de algo que no parece encontrar.
—Creía que tenía todo lo necesario para preparar café, pero veo que no.
He bajado de la mesa y me estoy abrochando el vestido. No puedo pensar en lo que ha sucedido, aún no, mi cuerpo aún siente a Jack, aún se estremece buscándolo.
—No te preocupes.
Solo me faltan los zapatos, supongo que estarán junto a la puerta. Me sonrojo al pensar en el beso que nos hemos dado allí, en cómo hemos acabado haciendo el amor en la mesa de la cocina. —Debería irme —dice Jack entonces—. Tengo que ir a la comisaría.
—Claro.
Salgo yo la primera de la cocina y voy directa a por mis zapatos. Tendría que estar preocupada por si Toni va a buscarme a la iglesia o por si Valenti termina antes de tiempo y se pasa por allí. Nada de eso parece importarme. Si ahora solo pudiera tener la respuesta a una pregunta, sería: ¿qué diablos le pasó a Jack para dejarle así?
—¿Estás lista?
Levanto la mirada y le veo frente a mí. No es el hombre herido que me ha abierto la puerta hace una hora ni el amante entre tierno y salvaje que me ha poseído en la cocina. Frente a mí está solo Jack Tabone, detective de Nueva York.
—Claro.
Abandonamos juntos el apartamento, es una escena tan doméstica y surrealista que no sé si ponerme a reír o a llorar. Decido no hacer ninguna de las dos cosas y seguir el ejemplo de Jack y representar mi papel; él, el de policía y yo, el de sobrina del capo de la mafia. Es mejor así, supongo, ahora ya hemos satisfecho nuestra curiosidad y podemos volver a la normalidad.
Al llegar a la calle, Jack detiene un taxi con un silbido. El modo en que ha sonreído al ver que el vehículo se acercaba ha sido casi arrogante. Me abre la puerta y mientras me siento le dice al conductor la dirección de la iglesia del Santo Cristo.
Supongo que esto es nuestra despedida.
—Gracias por lo del tatuaje —me dice—, creo que me será muy útil.
—Me alegro. Espero que encuentres pronto al asesino de Emmett.
Le veo flexionar los dedos y le tiembla un poco el pulso.
—No sé cómo hacer esto, Siena —confiesa de repente—. No quiero hacerte daño y, mierda, ya has visto lo que ha sucedido arriba.
—No me has hecho daño, no físicamente —añado antes de poder censurarme. Creo que me merezco esa verdad y él tiene que escucharla.
—Volveré a hacértelo. Ahora mismo iré a la comisaría y daré la orden de seguir a Toni, buscaré a algún informante que le haya visto esta mañana y que me diga dónde ha estado.
Se me retuerce el estómago. Habla en serio, ayer ya me dijo que esto era lo que quería y yo he cometido el error de decirle que Toni había tenido que ocuparse de algo importante.
—Yo ayer por la noche le dije a Valenti lo del tatuaje.
Entrecierra los ojos y aparta la mirada durante un segundo.
—Tendríamos que parar ahora, Siena.
—De acuerdo.
—No quiero parar.
Maldito Jack y su estúpida y cruel sinceridad.
—Tengo que irme, Toni estará a punto de ir a la iglesia a recogerme. Esta noche hay un concierto en la Ópera de Nueva York, toca la señorita Moretti y estoy invitada desde hace meses. Adiós, Jack.
Cierra la puerta y el taxi se pone en marcha.
La iglesia del Santo Cristo es pequeña y vieja, al menos para la ciudad de Nueva York. Cuando la pisé por primera vez fue como entrar en casa de una vieja conocida, enseguida me sentí bien recibida y esa tarde me pasé horas llorando en compañía del párroco y de una anciana que no entendía lo que me pasaba.
Hoy es justo lo que necesito.
El taxi se detiene en la puerta y cuando voy a pagarle me dice que «el policía ya le ha pagado». El gesto de Jack me molesta tanto que le doy el dinero igualmente al taxista y le digo que se vaya a cenar con quien quiera a nuestra salud. ¿Quién se ha creído que es? Peor aún, ¿quién se ha creído que soy? Qué manera tan absurda de tratarme, como si fuese una chica de un bar o algo peor. Me lleno los pulmones de aire y lo suelto despacio, no quiero entrar así en la iglesia, me pondría a gritar ante el primero que metiese la pata conmigo. Echo los hombros hacia atrás y subo los escalones despacio.
Da igual, Jack se ha ido y no volverá. No sé por qué diablos le he dicho lo de esta noche, podría haberme ahorrado la humillación.
Abro la puerta de la iglesia y me reciben las voces de los niños de la coral. Están cantando una vieja canción italiana y un hombre les acompaña tocando el violín.
Mamá me tocaba esa canción.
Me siento en el último banco y busco un pañuelo en el bolso, cómo les echo de menos.
—Hola, Siena, siento llegar tarde —me saluda Toni quitándose el sombrero. Por fin ha accedido a tratarme de tú—. ¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?
Él se sienta apresurado a mi lado y veo que busca alguna clase de herida en mi cuerpo, algo que justifique las lágrimas.
—Estoy bien. —Le sonrío—. Mi madre me tocaba esta canción.
A juzgar por la mueca de pánico creo que Toni habría preferido lidiar con una herida de bala que con mis emociones.
—No te preocupes, se me pasará.
Asiente y mira hacia delante. La coral cambia de canción y el violinista les acompaña, esta también es triste, pero no me trae tantos recuerdos.
—Lamento mucho lo que les sucedió a tus padres.
—Gracias.
Toni ya estaba trabajando para Luciano cuando me mudé a Nueva York, se dedicaba a hacer recados y a ir de un lado para el otro. Creo que le pillé mirándome de un modo extraño un par de veces la semana que llegué, aunque no estoy segura. Supongo que en aquel entonces le dio vergüenza darme el pésame. Si lo hubiera hecho, yo no le habría dado importancia. Para mí entonces era un desconocido que además representaba uno de los motivos por los que mamá y papá estaban muertos.
Ahora se lo agradezco.
—El señor Cavalcanti nos ponía a veces la música de tu madre.
—¿Ah, sí? No lo sabía.
—Sí, creo que era de cuando ella tocaba en una orquesta en París.
—Sí, mamá había tocado en la Ópera de París.
—Le habría encantado la de Nueva York —sugiere Toni.
—Sí, le habría gustado mucho. —Es muy agradable hablar de ellos con normalidad, estoy cansada de que si alguna vez me atrevo a mencionarlos ante Luciano acabemos hablando solo de su muerte, de cómo les asesinaron.
Escuchamos dos canciones más. No tenemos prisa y esperamos para irnos a que los niños salgan corriendo de la iglesia. Toni no me cuenta dónde ha estado esta mañana y yo tampoco tengo intención de contárselo. Será como si no hubiera sucedido.
Volvemos a casa a tiempo de comer y por la tarde llama Luciano y hablo con él un rato. Le oigo menos cansado que la última vez, mucho más animado.
—¿Cuándo volverás, tío?
—Creo que dentro de dos días. La reunión ha ido muy bien y confío en que podamos dejarlo todo resuelto muy pronto.
—¿De verdad? ¿Vas a cumplir con lo que me prometiste?
La noche que murió Emmett, Luciano me prometió que buscaría el modo de retirarse. Hasta ahora no me he atrevido a preguntarle si lo decía de verdad.
—Es muy difícil, Siena, y tengo que ser muy cauto. Hablaremos de ello cuando vuelva.
—Pero tío…
—Confía en mí, Siena, ¿de acuerdo?
—Está bien.
—¿Cómo van tus clases?
—¿Vas a dejarme hacer las pruebas para la orquesta de la Ópera?
Me molesta que me trate como a una niña pequeña.
—Es peligroso, Siena. Serías demasiado visible.
—No si te retiras —insisto.
—Hablaremos de ello cuando vuelva. ¿Esta noche vas a ir al concierto?
—Sí, por supuesto que sí, la señorita Moretti está muy nerviosa.
—Dile que no tiene por qué estarlo.
—Se lo diré.
—Ten cuidado, Siena. Es una época de cambios y tenemos que ser cautos.
—No te preocupes, tío. Tendré cuidado, tenlo tú también.
—Claro, busca a Valenti y dile que quiero hablar con él.
No tengo que buscar demasiado, yo estoy en el sofá y él está sentado en la mesa que hay junto a una de las ventanas. Ha elegido ese lugar para darme cierta privacidad y porque sabía que, en cuanto yo terminase de hablar, Luciano preguntaría por él.
—Valenti, mi tío quiere hablar contigo.
Se pone en pie y camina hacia mí, aún tiene la mejilla hinchada por el puñetazo de Jack, pero el labio le ha cicatrizado.
—Gracias.
Acepta el teléfono y yo me pongo de pie y salgo de la biblioteca. Podría quedarme, Valenti no me echaría y a mi tío le molestaría, pero ver a Valenti me hace pensar en Jack y la verdad es que prefiero no hacerlo. Ya tengo bastante con que mi cuerpo siga recordándomelo cada segundo.
Toco el violín un rato antes de empezar a arreglarme para el concierto de esta noche. Me doy un baño, lleno la bañera de agua caliente y echo unas sales que huelen a mar. En Nueva York el mar no huele como en Italia, allí es mucho más cálido y seductor. Aquí todo es más frío.
Me hundo entre las burbujas y rezo para que se lleven el tacto de Jack de mi piel, me volveré loca si no lo hacen. Cuando me pongo las medias y la ropa interior me digo que las marcas que tengo en la piel no son los dedos de Jack y cuando me maquillo y tengo que cubrirme un ligero moratón en el cuello me digo que este no tiene la forma de sus labios.
«Voy a hacerte daño, Siena».
No, no me lo hará porque por fin he comprendido que no dispongo de las armas para enfrentarme a él. Si fuera tan mal hombre como dice, podría apartarlo de mí sin mirar atrás. Para mi desgracia, no lo es.
Lo echo de mi cabeza y busco un vestido dorado que me compré en Navidad. Deja la espalda al descubierto mientras que por delante no tiene escote y cubre los hombros completamente. Me dejo el pelo suelto, solo me coloco una horquilla en forma de mariposa en el lado derecho para que ese mechón no me caiga en la frente.
Llaman a la puerta cuando estoy acabando de maquillarme.
—¿Estás lista?
Es Valenti, él va a acompañarme a la Ópera en ausencia de mi tío.
—Sí, enseguida salgo.
—Te espero en el salón.
Oigo sus pasos alejándose y deduzco que lleva unos derby recién lustrados a juego con el esmoquin que es obligatorio para esta velada. Me pongo unas gotas de perfume y antes de salir del dormitorio me beso dos dedos y deposito el beso encima del violín de mamá.
Valenti me está esperando con Toni, que se está burlando de él por parecer un camarero.
—Estás muy guapo, Valenti. —Yo también le tomo el pelo, aunque está guapo de verdad.
—Si supieras lo que me ha prometido tu tío a cambio de esto, no te reirías tanto, señorita Cavalcanti —me dice—. Y tú, Toni, ten cuidado —le amenaza sin ganas y guiñándole el ojo. —Por supuesto, Valenti, lo siento.
—Eso esta mejor. ¿Nos vamos?
Me ofrece el brazo y yo se lo acepto. No es la primera vez que Valenti me acompaña a algún acto de esta clase y tengo que reconocer que es una compañía muy agradable.
—¿Por qué nunca te me has insinuado? —le pregunto en el coche hacia la Ópera. Valenti enarca una ceja y me mira sorprendido.
—¿A qué viene esto, Siena?
—A nada, siento curiosidad. —Miro por la ventana e intento parecer sofisticada—. Es obvio que mi tío y tú os lleváis muy bien.
—¿Y solo por eso debería fingir que me gustas y hacerte la corte? No te ofendas, Siena, pero si ese fuera el caso tendrías que darme calabazas.
—Lo haría. No quiero que nadie se interese en mí por mi tío. —En cierto modo, eso es lo que ha hecho Jack—. Es solo que todo sería mucho más práctico.
—¿Para quién? ¿Para mí o para ti?
—¿Desde cuándo eres tan hablador?
Valenti sonríe y conduce en silencio durante unos minutos.
—Mira, Siena, esta conversación la has empezado tú y sí, bromas aparte, todo sería más fácil si tú y yo estuviésemos juntos. Pero eso no sucederá jamás entre tú y yo.
—Lo sé. No quería incomodarte.
Me avergüenza haber sacado este tema, he quedado como una niña tonta que busca que la halaguen.
—No me has incomodado. Eres una mujer increíble y no te creas que no me he dado cabezazos contra la pared al ver que no sentía la más mínima atracción hacia ti. Me temo que en este sentido soy un caso perdido.
—¿Por qué?
—¿Por qué no me siento atraído hacia ti? —Me mira de reojo sin apartar la vista de la calle. —No, ¿por qué eres un caso perdido?
—Conocí a una chica hace muchos años y…
—¿Te rompió el corazón? —bromeo. Nunca me había imaginado que Valenti fuese un romántico. —No, murió.
—Oh, Valenti, lo siento mucho.
Le tocaría el brazo, pero está tan tenso que tengo miedo de que si lo hago tengamos un accidente.
—Fue hace mucho tiempo. —Le quita importancia—. A veces hay personas que nos afectan de un modo distinto y de cuya pérdida jamas nos recuperamos.
El corazón me sube a la garganta, ¿sabe lo de Jack?
—Ver morir a alguien hace que te preguntes muchas cosas.
Suspiro aliviada y me siento fatal por ello. Valenti no se refiere a Jack, pero ¿cómo he podido olvidarme de la muerte de Emmett?
—Sí, supongo que sí.
—Dentro de unos días Luciano estará de vuelta y todo volverá a la normalidad. Tal vez podrías convencer a tu tío para que os fuerais los dos de viaje.
—Sí, es muy buena idea.
Un viaje muy lejos de aquí, lejos de un hombre con ojos negros que aunque ha estado dentro de mí es incapaz de hablarme como acaba de hablarme el hombre que ahora tengo al lado y que ha confesado abiertamente que no se siente atraído hacia mí.
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Vanderbilt Avenue
RomanceEl día que Jack cumplió dieciocho años descubrió un secreto que le destrozó la vida. Abandonó Little Italy, a su familia y a sus mejores amigos y se convirtió en lo que ellos más odiaban: un policía. Diez años más tarde, Jack vuelve al barrio para r...