Capítulo 25

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Little Italy
… unas semanas más tarde
Ha sido muy difícil, aunque menos de lo que creía. Me imagino que mi tío ha accedido con más facilidad porque aún se siente culpable por lo de Jack.
Jack.
Aún siento sus besos en mis labios y mi corazón sigue ausente de mi pecho.
Luciano no me ha contado qué sucedió entre Jack y él en Vanderbilt Avenue, pero conozco a mi tío y confío en él. Vuelvo a confiar en él. Fuera lo que fuese lo que ellos dos se dijeron, no tiene nada que ver conmigo y Luciano no intentó comprar o amenazar a Jack para que me abandonase.
Eso lo decidió él solo, el muy miserable.
No he vuelto a verle desde esa madrugada. Hay noches (y días) en los que intento imaginarme qué está haciendo. Dejo de hacerlo cuando me duele demasiado y entonces me engaño y me aseguro que está bien, que ha dado el caso por cerrado y que sigue con su vida igual que antes de que nuestros destinos se cruzaran.
Mi único consuelo es que nadie ha entrado en casa para arrestar a Luciano o a Valenti. Incluso Toni me contó un día que volvía del hospital para visitar a un viejo amigo, un contable de Chicago que se estaba recuperando de la paliza que le habían dado un banda de delincuentes, que Patrick, su amigo, había cometido una estupidez y que había pagado por ello. Ahora que había aprendido la lección, Patrick le había pedido a Toni que le ayudase a restablecerse.
El día que Toni me contó esa historia acabé abrazándolo entre lágrimas. Él me miró como si estuviera loca y yo no le conté el verdadero motivo de mi alivio.
Supongo que por eso tampoco ha aparecido nadie de la policía para llevarse a Toni.
Me gusta creer que Jack ha tenido algo que ver en eso, que a su modo me está protegiendo y cuidando. Siempre que esa idea se cruza en mi mente me pongo furiosa conmigo y me digo que no debo buscar señales o mensajes ocultos donde no los hay.
Si Jack quisiera decirme algo, estaría aquí ahora. Él no se anda con subterfugios. El día que quiso echarme de su vida, se aseguró de hacerlo.
Llaman a mi puerta.
—Adelante.
Sonrío al ver el rostro de Catalina. Me ha costado mucho convencerla de que viniera a casa y he recurrido a todas mis artimañas hasta convencerla. Estoy muy nerviosa y sabía que su presencia aquí me reconfortaría. Además, por absurdo que parezca cuando estoy con Catalina siento a Jack un poco más cerca de mí, pues ella es la única con la que puedo hablar libremente.
—¿Estás preparada?
—No lo sé —contesto tras soltar el aliento—. Quizás todo esto ha sido un error. No estoy preparada para dar un concierto, Catalina.
—Pues claro que lo estás. —Se sienta a mi lado en la cama—. Además, es una sala preciosa y que estará llena de gente que te quiere. No lo olvides.
Le sonrío y dejo que me distraiga contándome cómo fue su primer concierto en Italia. No puede compararse al mío, yo solo voy a tocar dos partituras en una de las salas de la biblioteca de la ciudad. No sé cómo lo ha conseguido Catalina, y me temo que mi tío ha jugado un papel más importante del que él me ha dejado entrever, pero la biblioteca de Nueva York presenta una colección de láminas llegadas de Italia con un pequeño concierto y me han encargado que sea yo quien toque.
Habrá muy poca gente, el acto es privado y solo se accede a él con invitación. Las láminas son obra de distintos artistas italianos del renacimiento, así que las partituras que Catalina y yo hemos elegido también son de esa época.
Luciano me ha prometido que si lo de hoy me hace feliz (según mi tío nunca me ha visto sufrir tanto como estos últimos días), podré seguir dando conciertos. Lo único que me pide es que tenga cuidado y que si alguna vez desconfío de alguien le permita ayudarme.
Echo mucho de menos a Jack.
No tiene sentido, él nunca me acompañó a ningún concierto y apenas me oyó tocar. Pero le echo mucho de menos. Sé que el día de hoy sería completamente distinto con él a mi lado, sería mucho más profundo. Tendría más significado.
La puerta del dormitorio se abre y aparece mi tío. Está muy atractivo con ese traje negro y desde que volvió de Chicago una extraña calma se ha instalado definitivamente en su rostro.
—Deberíamos irnos, Siena. —Se detiene al ver a la señorita Moretti—. Oh, Catalina, no sabía que estabas aquí. Estás preciosa. —Mi tío se sonroja y yo, que hace unos segundos estaba a punto de llorar por culpa de Jack, tengo ganas de sonreír—. Las dos lo estáis, quiero decir.
—Gracias, tío, tú también estás muy guapo. ¿A ti no te lo parece, Catalina?
Mi amiga, últimamente me cuesta pensar en Catalina como mi profesora de violín, aunque sigue siéndolo, me fulmina con la mirada. Hace unos días, cuando me atreví a preguntarle por mi tío, me pidió que no intentase hacer de casamentera entre ellos.
—Sí, está muy atractivo, señor Cavalcanti, aunque estoy segura de que no le hace falta oírlo.
—Siempre es un placer oírlo.
—Seguro que por eso se asegura de estar rodeado permanentemente de un grupo de coristas.
—¿Grupo de coristas? —Mi tío se hace el ofendido—. ¿Y cómo deberíamos llamar a esos viejos verdes que te mandan flores al camerino siempre que tocas en la Ópera? ¿Monos de circo?
Catalina se levanta de la cama y se dirige furiosa a mi tío. Cuando se da cuenta de dónde está y
qué está haciendo se detiene, y mi tío se tensa.
Quizá debería irme y dejarles a solas, pero mi incurable alma romántica me exige que me quede allí. No puedo permitir que ellos dos también lo estropeen.
—El coche está listo, señor Cavalcanti.
En ese momento podría haber matado al bueno de Toni. Su interrupción consigue que Catalina de un paso hacia atrás y finja estar muy interesada en la funda de mi violín. Mi tío sigue mirándola, él no tiene ninguna necesidad de disimular y se niega a hacerlo.
—Enseguida vamos, Toni. Gracias.
¿Qué está pasando por su cabeza? Le observo y él abre y cierra los dedos de ambas manos unas cuantas veces.
«Ve a por ella, tío. No seas tonto».
Al final, Luciano sacude la cabeza resignado y da un paso hacia atrás. Estas últimas semanas he estado tan preocupada pensando en mí que apenas me he fijado en lo que sucedía a mi alrededor. A partir de mañana las cosas van a cambiar. Hablaré con Luciano y no descansaré hasta que me cuente qué pasó exactamente con Catalina y por qué están así ahora.
—¿Estás lista, Siena? —Luciano me ofrece el brazo y no dudo en aceptarlo.
—Claro, tío. Vamos.
Abandonamos el dormitorio con Catalina detrás, ella lleva mi violín y tiene la mirada perdida hasta que Valenti también se ofrece a actuar como su acompañante.
Catalina sonríe y mi tío entrecierra los ojos y a juzgar por cómo mira a Valenti se está planteando la posibilidad de estrangularlo. Sí, definitivamente mañana tengo que hablar con él.
Toni efectivamente está fuera esperándonos, Luciano y yo entramos en el coche y este no tarda en ponerse en marcha. Valenti y Catalina nos siguen en otro.
La biblioteca de Nueva York es un edificio precioso e imponente. La primera vez que lo vi pensé que carecía de la magia de los museos y bibliotecas de Italia y en cierto modo es así, pero esa falta de magia, causada por el paso de los siglos, la compensa con la fuerza de los sueños que vibran en su interior.
Toni nos deja en la entrada, él se ocupará del coche mientras mi tío y yo subimos la escalinata y Luciano saluda a los políticos de rigor. Desde que volvió de Chicago, todos están a la expectativa y lo tratan con más respeto que antes. Supongo que a lo largo de los años han aprendido que si algo tiene Luciano Cavalcanti es un olfato infalible para los buenos negocios y para hacer ganar dinero, mucho dinero, a sus socios y todos esperan ser el siguiente. Si mi tío consigue quitarse de encima la etiqueta de gánster, será el hombre de negocios más solicitado de Nueva York.
En cierto modo eso me aterroriza más que sus reuniones con armas encima de la mesa. Al menos con la mafia sabes a qué atenerte, con los políticos y esos esnobs de los bancos, no tanto.
Luciano saluda a dos caballeros que van acompañados de mujeres que dan lástima. Son bellísimas y están tan vacías que incluso las esculturas de las plazas de Italia tienen más vida que ellas. Intento imaginarme por qué se han casado con unos hombres que las han convertido en trofeos y que ni siquiera les son fieles. Mis padres no eran así, Luciano negará hasta quedarse sin aliento que está interesado en Catalina, pero la mira con más fuego y pasión que la que esos hombres han sentido jamás.
Igual que Jack me mira a mí.
«Basta, Siena».
Jack no está.
Jack podría haber vuelto. Luciano no me ha contado qué sucedió entre ellos, pero me ha asegurado que, si Jack hubiese venido a verme, él se lo habría permitido. «Me habría asegurado de que tú no tuvieses ganas de darle una segunda oportunidad a ese bastardo, pero le habría permitido acercarse a ti. Cuando un hombre quiere a una mujer, cuanto más difícil tiene acercarse a ella, más la desea». Eso fue lo que me dijo.
Esa noche lloré porque Jack no me deseaba lo suficiente.
Cruzamos la entrada de la biblioteca y nos dirigimos hacia la sala en la que va a celebrarse la presentación de las láminas. Son preciosas, Catalina y yo hemos tenido el privilegio de verlas antes con la excusa de que así podíamos elegir mejor la música para acompañarlas. Al llegar a la puerta leo en voz alta el elegante cartel que hay delante:
—«Presentación de la colección privada Cosimo y Juliette Cavalcanti».
Se me llenan los ojos de lágrimas.
—Era una sorpresa —se defiende mi tío señalándome el nombre de mi padre y mi madre—. Y te prometo que el que esta noche toques aquí no tiene nada que ver con ellos. Te lo mereces, Siena, he sido un egoísta al impedírtelo.
Me abraza, mi tío, el hombre más inaccesible del mundo, me abraza.
—Tío.
Le devuelvo el abrazo y veo a Catalina secándose una lágrima.
—Vamos, no llores —me pide Luciano—. Vas a dejarles a todos tan boquiabiertos que tendré que comprar la Sinfónica de Nueva York para asegurarme de que no te aparten de mi lado.
—Gracias —susurro emocionada antes de soltarlo.
Luciano me da un beso en lo alto de la cabeza y cuando me suelta se dirige a Catalina y la coge de la mano.
—Ni una palabra, Catalina —le dice mirándola a los ojos—. Hoy no.
—Está bien, Luciano.
Les veo alejarse de mí y dirigirse hacia las sillas de madera que hay colocadas en semicírculo alrededor del atril que voy a utilizar yo para colocar la partitura. Las sillas están frente a unas preciosas estanterías detrás de las cuales se encuentra uno de los ventanales de la biblioteca. Entra un luz preciosa y me iluminará desde la espalda.
Los invitados ocupan los asientos. El alcalde de la ciudad de Nueva York pronuncia unas palabras, elige muy bien los elogios para mi tío. Me imagino que quiere cubrirse las espaldas por si la jubilación de Luciano no es tan permanente como dice él. Lo es.
Luciano y Catalina están en primera fila, Nick Valenti está al lado de mi tío, es como si se hubiese materializado de repente y Toni está en el fondo, junto a la puerta. Veo a varios miembros de la parroquia y también a Alba. Al lado de Catalina se sienta el alcalde con su esposa y en las filas posteriores hay políticos y miembros de la fundación de la biblioteca. Hay un hombre, un caballero de unos cincuenta años, que no deja de mirarme. No me mira intrigado, sabe perfectamente quién soy, me mira como si pretendiese diseccionarme con los ojos. Cuando todo esto termine, le preguntaré a Luciano quién es, me da escalofríos.
Después del alcalde habla el director de la biblioteca y después el restaurador italiano encargado de custodiar las láminas. Oír mi lengua materna es un regalo y consigue lo impensable; tranquilizarme antes de la actuación.
Oigo mi nombre y salgo del rincón en el que he estado esperando. Saludo a los asistentes y busco la mirada de Catalina y de Luciano por última vez. Los dos me sonríen y yo sonrío al ver que siguen dándose la mano. Al menos su historia parece ir por buen camino.
«Jack».
Una punzada me atraviesa el corazón al pensar su nombre y sacudo la cabeza para echarlo de mi mente. Me concentro afinando el violín. Hoy he elegido tocar el de mamá y al sentir la madera bajo mis yemas noto como si ella estuviera a mi lado y papá nos estuviese espiando a las dos. Era lo que solía hacer cuando practicábamos. Tocábamos durante horas y él aparecía de vez en cuando para darnos un beso o reírse de nosotras.
Hoy tocaré por ellos y por mi nueva familia, Luciano, Catalina e incluso Valenti y Toni. Mañana olvidaré a Jack para siempre y empezaré a vivir de nuevo.
Puedo hacerlo.
Oigo unos gritos y al enfocar la vista veo a Catalina aterrorizada. ¿Qué está pasando? ¿Qué es esto que tengo en el cuello?
No puedo respirar. No puedo respirar.
El violín de mamá cae al suelo y miro horrorizada como mis manos lo han soltado. ¿Por qué lo he soltado?
Para intentar protegerme.
La punta de un puñal o de una navaja se me clava en el cuello, noto la sangre resbalándome y manchándome el vestido.
Tengo que detenerle, no puedo morir ahora.
No quiero morir.
«Jack».
Levanto los brazos y los coloco encima de los mi agresor. Tengo que detenerle, no quiero morir ahogada o degollada. Me sudan las manos, me resbalan por encima de su piel y la mano derecha me está quedando empapada de mi propia sangre. La herida del cuello no es profunda, ese animal sabe lo que hace, pero si no le detengo perderé la consciencia.
—¡Suéltala, Fabrizio!
Es Jack, es su voz, pero a él no puedo verlo. ¿Me lo estoy imaginando? ¿Me he desmayado y estoy soñando que él aparecía cual caballero andante para rescatarme? Busco a mi tío con la mirada y veo que él está observando a alguien que se encuentra detrás de mí.
Jack está allí. ¿Por qué? ¿Cómo?
La punta de acero se mueve por mi garganta, me duele tragar y la sangre brota más rápido.
—Deja a mi sobrina, Tabone.
Luciano saca un revólver con total naturalidad y apunta a mi agresor. «Fabrizio Tabone».
—Suelte el arma, Cavalcanti —le ordena Jack a mi tío—. No se meta en esto. Deje que se ocupe la policía.
—Es mi sobrina, la quiero como si fuera hija mía. No pienso soltar el arma.
El puñal vuelve a moverse. Aprieto los dedos en el antebrazo de Fabrizio Tabone, pero él no parece inmutarse.
—Por favor… —sollozo.
—No hables, Siena —me ordena Jack—. Te desangrarás más rápido. ¡Suéltala de una vez, hijo de puta! Suéltala y mírame.
Fabrizio Tabone se ríe.
—Siempre has sido una vergüenza para el apellido Tabone, Jack.
—¡Suéltala! —repite Jack sin caer en la provocación.
—Deja ir a mi sobrina si no quieres que te mate como tendría que haber hecho hace mucho tiempo —le amenaza Luciano.
—Ya, bueno, todos nos arrepentimos de algunas de las cosas que hicimos o no hicimos esa noche.
Tabone habla como si estuviese tomándose una cerveza y no como si estuviese a punto de matarme.
«No quiero morir».
—Aún estoy a tiempo de arreglarlo —señala Luciano moviendo el arma.
—Si me disparas, matarás a tu preciosa sobrina. Casi he llegado a la yugular, solo tengo que presionar un poco más. —Aprieta y una nueva gota de sangre espesa me resbala por el cuello—. Me matarás, pero cuando caiga desplomado ella morirá.
—No, morirás antes.
—¿Estás dispuesto a correr ese riesgo? ¿O crees que ha llegado el momento de que saldes la deuda que tienes conmigo?
—No tengo ninguna deuda contigo.
—Ese incendio me cambió la vida, perdí a mi hija. Maté a los Abruzzo por los Cavalcanti y vosotros, tú, me traicionasteis.
—Tu avaricia y tu maldad te traicionó. Estás loco, Tabone.
—Tenlo en cuenta antes de apretar el gatillo, Cavalcanti.
—¿Qué diablos quieres? —le pide mi tío.
—Quiero el respeto que se me debe. Y quiero dinero. Mucho dinero.
—Suelta a mi sobrina.
El puñal se mueve un poco más.
—No sé. —Me pasa la lengua por el cuello y se lleva parte de mi sangre—. Tal vez me quede un rato con ella.
Luciano levanta de nuevo el arma.
—No va a soltarla, Cavalcanti —dice Jack a mi espalda—. Es un enfermo. Le gusta matar y hacer daño a la gente.
—Y tú lo sabes muy bien, ¿no es así, hijo?
Fabrizio Tabone vuelve a lamerme y siento arcadas. ¿Qué clase de infierno tuvo que soportar Jack?
—Por última vez, suelta a la Siena y entrégate a la policía Fabrizio. No me obligues a dispararte —dice Jack, puedo oír la tensión en su voz. Hay más emociones allí ocultas, no se está protegiendo, pero sin verle soy incapaz de discernirlas.
—Suelta a mi sobrina, Tabone —insiste Luciano.
—Baje el arma, señor Cavalcanti —le ordena Jack a mi tío.
—Ya le he dicho antes que no pienso hacerlo, detective. Siena es mi sobrina.
—¡Maldita sea! —exclama Jack y oigo a Fabrizio Tabone riéndose junto a mi oído, lo lame y hunde un poco más el puñal—. ¡Maldito sea, Cavalcanti! Si dispara a Tabone y lo mata, la policía lo utilizará como argumento para detenerlo.
El desconocido que me ha estado observando antes mueve la cabeza y mira detrás de mí. ¿Quién diablos es?
—Me importa una mierda, detective, solo quiero salvar a Siena.
—Y yo también, joder. Suelte el arma y déjeme hacer mi trabajo —insiste Jack y Luciano sigue apuntando a Tabone—. Si mata a Tabone y va a la cárcel, no podrá ver a Siena. No podrá cuidar de ella. Piénselo. Eso es lo que quiere Tabone, quiere robarle la vida, igual que cree que hizo usted con él. Por eso mató a Belcastro, ¿no es así, Fabrizio? Porque en su mente enferma creía que Emmett era en parte culpable de su desgracia.
—Ese cerdo tendría que haberme dado esa maldita carta antes. Es culpa suya que estemos así ahora. Tenía que pagar. Además, tenía que conseguir que tú —señala a Luciano con la daga, cae una gota de sangre en la alfombra, pero siento un poco de alivio hasta que vuelve a colocarla en mi cuello— me prestases atención.
—Tienes toda mi atención —afirma Luciano pasados unos segundos—. Y usted también, detective Abruzzo.
¿Abruzzo?
¿Quién diablos es? ¿Por qué ha llamado así a Jack?
Me mareo, estoy a punto de perder el sentido. No siento los dedos de las manos y tengo los antebrazos empapados de sangre.
Luciano baja el arma.
Oigo un disparo y después nada.
Nada.

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