Capítulo 24

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Siena
Vanderbilt Avenue
1940
Aún me tiemblan las piernas de la horrible discusión que he tenido con Luciano. Nos hemos dicho cosas horribles y me arrepiento de muchas de ellas. Mi tío siempre ha sido bueno conmigo y a su manera ha intentado construirme el hogar que perdí en Italia.
—Ve a verlo por ti misma —me ha ordenado entre dientes después de que yo le acusara de haberle hecho daño a Jack—. Si de verdad crees que soy capaz de matar o vete a saber qué a un policía, ve a verlo por ti misma.
—Me has mentido —me he defendido yo— y prometiste que nunca me mentirías.
—A veces hay promesas que no se pueden cumplir —ha reconocido agotado—. He hecho lo imposible por ti, Siena. He intentado mantenerte completamente apartada del mundo que mató a tus padres y no voy a permitir que ahora caigas en él de cuatro patas.
Cuando le he preguntado a qué se refería se ha negado a contestarme. Me ha dicho que esa historia no podía contármela él y que si Jack decidía compartirla conmigo estaba en su derecho. El modo en que ha pronunciado el nombre de él me ha asustado, el corazón me ha subido a la garganta y aquí sigue.
El ruido del motor del coche se detiene y al enfocar la vista veo que hemos llegado. Luciano le ha pedido a Valenti que me acompañe, supongo que sabía que si me impedía venir a ver a Jack me escaparía y quizá no volviera.
Saber que mi tío no solo sabe que estoy aquí, sino que ha insistido en que lo hiciera, me encoge el alma. No me lo ha dicho, pero Luciano cree que esta es la última vez que voy a ver a Jack y a su manera me está permitiendo que me despida de él.
No pienso hacerlo, no voy a decirle adiós a Jack hasta el día que me muera. Pero Luciano me ha besado en la frente, me ha consolado igual que el día que llegué a Estados Unidos de Italia. Me escuecen los ojos y parpadeo. No puedo entrar en casa de Jack llorando.
—Ya hemos llegado —anuncia Valenti con voz solemne—. Te acompañaré arriba.
—No —le pido con vehemencia—. Quiero ir sola.
Giro el rostro hacia Valenti y él hace lo mismo.
—Tú tío me matará si dejo que subas sola a ver a Jack.
No me importa mostrarle a Nick lo que siento, tarde o temprano tendrá que acostumbrarse porque no me imagino a este amor desapareciendo de dentro de mí.
—Necesito ir sola. —Me humedezco los labios—. Por favor.
Valenti empieza a dudar.
—No sé qué ha pasado entre tu tío y Jack, Siena, pero, si Jack está la mitad de alterado de lo que estaba el señor Cavalcanti, puede ser peligroso.
—Tú eres su amigo. Tú sabes que él jamás me hará daño a mí. —Le cojo la mano y la estrecho entre las mías. Valenti comprueba que estoy helada y temblando—. Deja que suba sola y, si dentro de una hora no he vuelto, subes a buscarme, ¿de acuerdo?
Valenti entrecierra los ojos y tras unos segundos demasiado largos cubre mis manos con la que a él le queda libre.
—De acuerdo, Siena. —Me suelta y coloca las suyas en el volante—. Una hora, ni un minuto más.
En un impulso, me acerco a él y le doy un beso en la mejilla.
—Gracias, Nick.
Él asiente y salgo del coche antes de que pueda cambiar de opinión. Mientras subo la escalera tengo miedo de llegar al apartamento de Jack y encontrarlo vacío. Es muy tarde, dentro de pocos minutos sonarán las dos de la madrugada, el cielo tiene una luz extraña, como de cuento de terror o de pesadilla, y deseo con todas mis fuerzas que no sea un mal presagio.
Jack estará en casa, no se habrá ido en busca de pelea a ninguna parte ni tampoco a beber o a… —Se me desgarra el corazón—… buscar a una mujer. Jack no es así y me prometió que no volvería a desaparecer.
Apenas puedo respirar cuando llego al rellano. Cierro los ojos al golpear la puerta y al ceder bajo mi mano los abro asustada. Está abierta.
—¿Jack?
Entro en su busca, pronunciando su nombre como una súplica. «Tienes que estar aquí. Tienes que estar aquí».
—Jack —suspiro aliviada al encontrarle de pie en la cocina.
Tiene las manos apoyadas en el mueble y entre ellas veo un vaso y una botella de whisky intacta. Los hombros están tensos, pero mantiene la cabeza baja como si no pudiera soportar su peso. La camisa blanca se le ha pegado a la espalda por el sudor y por el agua que deduzco se ha echado en la nuca. No tiembla, pero está tan inmóvil, tan frío, que tengo miedo de que se rompa si me atrevo a tocarlo.
Me acerco a él y vuelvo a llamarlo.
—Jack.
—No tendrías que estar aquí —contesta entre dientes—. Tienes que irte, Siena.
Me detengo antes de llegar a su lado.
—¿Qué ha pasado? ¿Mi tío te ha amenazado con algo?
—Ojalá la vida fuese tan sencilla como es a través de tus ojos.
No me gusta esa frase, odio cuando la gente insinúa que soy inocente o una boba porque aún creo en las personas. Yo sé mejor que nadie lo malvado que es el mundo, pero hace años decidí que no iba a permitir que esa maldad dominase lo que me quedaba de vida. Decidí vivir con los ojos bien abiertos y odio que cualquiera se burle de mí por ello. Fue la decisión más valiente que he tomado nunca.
—No seas condescendiente conmigo, Jack. Estoy preocupada por ti. Dime qué ha pasado, juntos podemos arreglarlo.
Una risa horrible se escapa de su garganta. Sigue dándome la espalda, negándome sus preciosos ojos negros que ahora, desde que ha decidido dejar de ocultármelos, me ayudan a entender qué está sintiendo.
—No hay nada que arreglar, Siena. Esto ha terminado.
—¿Esto? Date la vuelta y habla conmigo. —Se me rompe la voz—. Por favor.
—Fabrizio Tabone mató a sangre fría a Emmett Belcastro. Mi padre es un asesino. Joder, Siena, ¿qué más necesitas para largarte?
Clavo los pies en el suelo, me tiemblan las rodillas y el corazón está a punto de estrangularme.
—Tú no eres tu padre, Jack. —Me arriesgo a tocarle y él, aunque durante unos segundos no respira, no se aparta y deja que mueva la mano por su espalda—. Tienes que irte, Siena. Vete y olvídate de mí.
—No lo dices en serio.
Jack respira profundamente y tras soltar el aire aparta las manos del mueble de la cocina y se bebe la copa de whisky que tenía allí esperando.
Un escalofrío invade mi cuerpo. Él se ha apartado, mis manos ya no le están tocando y con cada nuevo aliento siento que aumenta la distancia entre los dos.
Por fin se da media vuelta y durante un segundo desearía que no lo hubiese hecho. Las barreras vuelven a estar erguidas, los ojos negros de Jack que tanto he aprendido a querer y a necesitar desde ayer han desaparecido, su lugar lo ocupan ahora dos pozos con un vacío infinito. Un vacío que desprende tanto frío que lo siento incluso físicamente y tengo que rodearme con los brazos para no temblar.
—El caso ya está resuelto —retoma la palabra y en su voz solo oigo a Jack el detective. No queda ni rastro del hombre—. Tengo una pista fiable sobre el paradero de Fabrizio y cuando lo encuentre tendré las pruebas necesarias para encerrar también a tu tío.
Se me nubla la visión por culpa de las lágrimas.
—¿Qué estás haciendo Jack?
—Iba a ir tras él ahora mismo, por eso estaba abierta la puerta.
—No puedes ir tras Fabrizio tú solo, es peligroso. —La sonrisa de él me hiela la sangre—. Y sabes perfectamente que mi tío no ha tenido nada que ver con la muerte del señor Belcastro. ¿Qué está pasando, Jack? Me estás asustando.
—Ya era hora.
Da un paso hacia mí y yo clavo los pies en el suelo.
No voy a apartarme.
—¿Qué más tengo que hacer para que me veas como soy y te largues de una vez?
—Sé perfectamente cómo eres, Jack, y no pienso irme. Todo esto sobre Emmett, las acusaciones contra mi tío, es mentira. Dime la verdad.
—Tienes razón, te he mentido. ¿Quieres saber por qué estaba abierta la puerta? —Da otro paso hacia mí y sus muslos rozan los míos—. Iba al gimnasio de Shen, a pelearme con alguien. O tal vez a un bar a buscar compañía. Aún no lo había decidido.
Me ha hecho daño, él lo sabe porque le ha temblado la mandíbula un segundo. —No es verdad, no ibas a hacer nada de eso. Otra risa horrible.
—Por supuesto que es verdad. Aunque a ti no tendría que importarte porque qué soy yo para ti. Nada. No puedo ser nada.
Levanto una mano y le acaricio el rostro. Necesito tocarle y hacerle reaccionar. Tras esa fachada de dolor y de ira está mi Jack y tengo que acceder a él.
—¿Qué estás diciendo? No sé de qué me hablas. Tú, Jack, lo eres todo para mí.
Me sujeta la muñeca y me aparta furioso la mano. El movimiento es brusco, pero los dedos que están alrededor de mi piel son delicados.
—Y una mierda. ¿Esto es lo mismo que les dices a todos los hombres con los que te has acostado antes que yo?
Abro los ojos y me repito que está herido, que esas palabras no salen de su corazón, sino que nacen del dolor.
—¿Y tú, Jack, qué les dices a las mujeres con las que te has acostado? —Aunque esté herido no voy a permitir que esos celos envenenados, y sin motivos, se entrometan—. Y en mi caso solo ha habido uno antes que tú.
—Uno.
Eso parece enfurecerle mucho más que si hubiesen sido decenas.
—Uno.
—¿Quién era?
Me sujeta por la cintura y camina hacia delante. La parte trasera de mis piernas no tarda en chocar con la mesa de la cocina y Jack me aprisiona allí con sus muslos. Mi cuerpo, ajeno al tumulto de emociones que saturan mi mente, recuerda lo que sintió la primera vez que Jack y yo estuvimos juntos. Él también lo está recordando, le tiemblan las manos y me levanta para sentarme en la mesa. Me separa las piernas y se coloca entre ellas.
Me mira a los ojos. Tiene la frente empapada de una fina capa de sudor y la piel, normalmente morena, muy pálida. Las murallas siguen aquí, pero ha cometido el error de mostrarme su punto débil.
Enredo los dedos en el pelo de su nuca y tiro de él para besarlo.
Jack se detiene un segundo, quizá menos, y tensa los hombros de lo fuerte que está flexionando los dedos sobre la mesa.
—¡Maldita seas! —farfulla.
Me besa.
Jack me besa y es un beso cargado de dolor y de rabia, un beso que busca el consuelo y el abandono más animal que existe. Un beso que busca el olvido que solo se consigue cuando te rindes a la pasión.
Le beso del mismo modo, le devoro con la lengua y le acaricio la espalda.
«Tienes que volver a mí, Jack. Tienes que encontrar el camino de vuelta».
Levanto las piernas y le rodeo la cintura.
Jack enloquece, se desabrocha el pantalón y me penetra.
Aprieto los dedos en sus hombros, no esperaba que fuese tan rápido y necesito unos segundos.
—Lo siento —farfulla él.
Y entonces Jack, mi Jack, vuelve y me besa de verdad. Mantiene el resto del cuerpo inmóvil, solo me besa, y yo empiezo a desabrocharle los botones de la camisa para acariciarle el torso. Mi cuerpo se relaja, recuerda lo maravilloso que es tener a Jack aquí dentro y él empieza a moverse. Aflojo los dedos de sus hombros y le abrazo.
Jack se mueve dentro de mí, tiembla, aprieta los dientes y esconde el rostro en mi hombro. La tensión no abandona su cuerpo a pesar del deseo que quema entre nosotros.
—¿Es esto lo que quieres? —me pregunta sujetándome la cintura.
—Te quiero a ti, Jack —contesto besándole las mejillas, la sien, las partes de su rostro que él no me está ocultando.
—Maldita seas —vuelve a farfullar y me muerde el hombro al mismo tiempo que coloca una mano encima de mi entrepierna y empieza a acariciarme al mismo tiempo que entra y sale de mí.
—Jack…
Vuelve a morderme, mueve los dedos, domina mi cuerpo igual que yo el violín. Sabe dónde y cómo tocarme para que me entregue a él.
Nuestros cuerpos están unidos y es dolorosamente evidente que los dos están sintiendo mucho placer, sin embargo Jack sigue sin reaparecer. De hecho, tras esos besos de antes no ha vuelto a acercarse a mis labios e insiste en ocultarme su mirada. Las frías garras del miedo se arrastran por mi estómago.
«Tienes que volver Jack».
Muevo las manos despacio por su torso, quiero acariciarle, obligarle a recordar que él y yo somos mucho más que deseo.
Jack captura mis dos muñecas con la mano que no tiene entre mis piernas y las sujeta detrás de mi espalda.
No puedo moverme. Él lo sabe, lo ha hecho adrede y, cuando voy a exigirle que me suelte, me besa.
Le odio por saber tan bien como manipularme. Le odio por convertir este beso en algo solo físico. Es demoledor, todos los besos de Jack lo son, pero en este se encarga de repetir con la lengua los mismos movimientos con los que otra parte de su cuerpo me está poseyendo. Es carnal.
Es excitante.
Le odio por no permitir que sea nada más.
Me odio porque a mi cuerpo no parece importarle y está dispuesto a aceptar el dolor de Jack si así consigue recuperarle. Cuando deja de besarme y el muy cobarde vuelve a ocultarse, esta vez besándome el cuello y en busca de mis pechos, que siguen ocultos tras la blusa, decido que no voy a callarme. Él tiene sus armas, su cuerpo que enloquece al mío de deseo, yo tengo las mías.
—Me estoy enamorando de ti, Jack.
Jack se tensa de repente, el orgasmo le sacude con tanta fuerza que la mesa de la cocina se mueve por el suelo y golpea la pared. El mío viene después.
Jack se mueve frenético, flexiona los dedos en la madera y tensa la espalda. Se muerde el labio para no gritar mi nombre. Lo sé porque al abrir los ojos veo una gota de sangre resbalándole por la comisura.
¿Por qué nos está haciendo esto?
La fuerza del orgasmo le deja exhausto, parece un títere al que le han cortado los hilos. Se tambalea cuando sale de mí y sigue sin mirarme. Se abrocha el pantalón dándome la espalda y yo tengo que clavarme las uñas en las palmas de las manos para no gritar.
—Ya tienes lo que querías, princesa. Ahora largo de aquí.
El dolor que me provocan esas palabras me ayudan a mantener la dignidad. Puede estar herido, pero eso no le da derecho a pisotearme.
Bajo de la mesa y aunque me tiemblan las piernas consigo disimularlo. No permitiré que crea que se ha salido con la suya. Quiero que algún día, cuando se dé cuenta del enorme error que está cometiendo ahora, se arrepienta de ello. Quiero que grite de dolor cuando comprenda que me dejó ir y que fue un cobarde al hacerlo.
Camino hasta donde está y me coloco frente a él. Va a tener que mirarme a los ojos y, si encuentro un único punto débil en sus estúpidas murallas, voy a golpearlo.
—Solo he estado con otro hombre, Jack, aunque no importaría si hubieran sido más porque el día que me besaste por primera vez cualquier recuerdo que hubiese podido dejar desapareció. Se llamaba Gianni, bueno, aún se llama así. —Aprieta los puños y los dientes. Bien, me alegro de que le moleste detectar el cariño que sin duda hay en mi voz—. Éramos amigos. Vino a verme después de que murieran mis padres. Yo estaba muy triste y me sentía muy sola, y Gianni estaba allí. Los dos coincidimos en que no era eso lo que queríamos el uno del otro. No fue horrible, pero tampoco fue maravilloso. Él sigue en Italia.
—Pues vete a buscarle.
Me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla.
—Adiós, Jack.
Me doy media vuelta y empiezo a caminar. No dejará que me vaya, no dejará que llegue a la puerta y desaparezca de su vida para siempre. No permitirá que nuestro último recuerdo sea el de esta noche.
Llego a la puerta, que sigue abierta, sin que él aparezca. Tampoco baja corriendo detrás de mí ni grita como un poseso cuando Valenti pone el coche en marcha y nos alejamos de allí. Jack no aparece.
Jack deja que me vaya.
Valenti conduce en silencio durante unos minutos, pero al final se decide a hablarme. —¿Estás bien, Siena?
—No.
Me seco una lágrima.
—¿Quieres contármelo?
—Ha dejado que me fuera, Valenti —sollozo y trago saliva para recuperar cierta calma—. Jack ha dejado que me fuera.
—Quizá sea lo único que puede hacer ahora. —Me giro hacia él y veo que también está preocupado—. Quizá sea lo mejor para todos, lo mejor para ti.
Estoy harta de que la gente, el mundo entero, crea tener derecho a decidir qué es lo mejor para mí.
—Mis padres murieron porque mi tío Adelpho se quedó con un cargamento de droga de la familia Asienti y los Asiente creyeron, erróneamente, que matando a su hermano y a su cuñada le harían daño. A Adelpho ninguno de nosotros le importábamos lo más mínimo. Ese día yo también estaba en el coche, yo también habría muerto, pero me había dejado el violín y volví corriendo a casa para buscarlo. El coche estalló cuando yo estaba en la escalera.
—Dios mío, Siena, lo siento mucho.
—Estoy viva, Valenti, y les prometí a mis padres, de pie frente a sus tumbas, que viviría. No voy a permitir que mi tío vuelva a encerrarme en casa y te aseguro que no voy a permitir que Jack niegue lo que ha sucedido entre los dos o que lo convierta en algo sórdido. Quiero entenderlo, quiero ayudarle. Pero no voy a obligarle a que confíe en mí cuando es más que evidente que de momento no está dispuesto a hacerlo.
—Tal vez no lo esté nunca, Siena.
Vuelvo a girarme hacia la ventanilla.
Jack ha dejado que me fuera.
Jack desaparece.
Una parte de mí, mi corazón, desaparece con él.

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