Capítulo 10

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No duermo demasiado y cuando me despierto y me siento en la cama tengo que contener la culpabilidad que me sube por la espalda. Me siento culpable de haber mentido a mi tío, tal vez él no sepa nunca que ayer por la noche salí a escondidas de casa, pero eso no significa que no lo hiciera y que, por tanto, no haya traicionado su confianza. Me siento culpable por haber dejado a Jack solo en ese apartamento tan frío y vacío que parece una cárcel. Me siento culpable por no ser capaz de decidirme, por no saber qué camino elegir.
Esto acaba hoy.
No voy a seguir mintiendo a Valenti ni a Toni, tarde o temprano se enterarán y entonces será peor para todos, también para Jack. «Deja de pensar en él».
Esta mañana tengo clase de música con la señorita Moretti y después he quedado para comer con unas amigas. Por la tarde me quedaré en casa y practicaré la nueva partitura y por la noche, cuando cenemos, le contaré a Valenti lo del tatuaje y le exigiré que a cambio me mantenga informada sobre la investigación. Quiero que alguien encuentre al asesino de Emmett y se haga justicia, y no me veo capaz de volver a ver al detective. Tendré que conformarme con que lo encuentre Valenti y confiar en que cuando lo haga sabrá hacer lo correcto.
Decidida, me permito pensar en el detective Tabone una última vez antes de despedirme de él para siempre. Es un ritual que ya he hecho otras veces, lo hice la mañana que me fui de Italia, me despedí de mi hogar y de todos los maravillosos y dolorosos recuerdos que dejaba allí.
Cierro los ojos, conjuro su rostro, le veo tranquilo, tumbado en la cama, justo en el instante en que pensé que no parecía un policía y me despido de él. Lo borro para siempre como hice con las imágenes de mi antigua vida.
—Adiós, Jack —susurro—, supongo que es una lástima que nos hayamos conocido.
Sí, habría sido mucho mejor que no le hubiera visto nunca, que no supiera que existen sus ojos ni su voz rota ni tampoco el tacto de la piel de su nuca; caliente y tersa.
Después de vestirme y de desayunar en compañía de Alba afino el violín y toco un par de veces la partitura que me prestó la señorita Moretti en mi última clase. Es alegre, justo lo que necesito, e incluso Toni sonríe cuando pasa por el salón y me escucha.
—Deberíamos irnos ya, señorita Cavalcanti.
Tiene razón, el tiempo me ha pasado volando con la música. Guardo el violín y sigo a Toni hasta el coche. En casa solo quedará Alba, Valenti vuelve a estar ocupado con «unos asuntos» según Toni y me pregunto si mi tío está al corriente de ello. No quiero sospechar, basta con ver a Luciano con Nick para saber que su relación va más allá de la de jefe y empleado, aunque tampoco sé si lo definiría como amistad. En momentos como este echo de menos que Luciano no esté casado o con una mujer, quizá ella me ayudaría a entender mejor a estos hombres que se esfuerzan tanto por mantenerse inaccesibles.
—Toni.
—¿Sí, señorita?
—¿Cuándo fue la última vez que mi tío tuvo una invitada en casa? Veo que las orejas y la nuca de Toni se sonrojan.
—Señorita, yo…
—No pasa nada, Toni. Es que estoy preocupada por él y no me gusta pensar que esta solo. No te estoy poniendo a prueba ni nada —le aseguro—. Te prometo que solo te lo pregunto como sobrina que quiere lo mejor para su tío.
Toni carraspea y conduce en silencio durante unos minutos. No falta mucho para llegar al edificio de la señorita Moretti. Me imagino que Toni no quiere correr el riesgo de contestarme y de que después mi tío o Valenti le castiguen por ello.
—Lamento si te he incomodado, Toni.
—Su tío estuvo con una dama hace un tiempo, unos tres años, si no me equivoco.
—¿Tres años? Yo ya estaba aquí entonces —señalo contenta. Me acerco al extremo del asiento y coloco las manos en el respaldo del de Toni—. ¿Qué pasó?
—Eso sí que no lo sé, señorita, sencillamente un día dejó de ir a visitarla.
¿Quién sería esa mujer? No suena como si fuera una historia casual, aunque tal vez son imaginaciones mías. Tengo que conseguir que Luciano me lo cuente, quizá así averigüe qué pasó y pueda arreglarlo.
—Gracias por contármelo, Toni.
Le coloco la mano durante un segundo en el hombro y él vuelve a incomodarse. Esa chica que ayuda a Alba en la cocina es una tonta si lo deja escapar.
Tres años, ¿qué sucedió hace tres años? Intento recordar si pasó algo extraño, algo que justificase una ruptura de esa clase, pero no encuentro nada. Claro que tampoco sé qué estoy buscando.
—Ya hemos llegado, señorita.
El coche se detiene frente al portal y salgo antes de que mi solícito conductor me abra la puerta. No hace falta que se moleste, esta calle es de las más concurridas y seguras de la ciudad y lo cierto es que lo de ir acompañada a todas partes me parece una exageración.
—Nos vemos dentro de dos horas, Toni. Adiós.
Le sonrío desde la acera y él no se va hasta que me ve cruzar la entrada. Subo silbando, canturreando, no se me da demasiado bien y en cuanto me oigo comprendo que estoy contenta. Hoy será un buen día, un día normal y corriente, y bueno. Llamo al timbre de casa de la señorita Moretti, tengo tantas ganas de tocar que apenas puedo contenerlas.
—Buenos días, señorita Moretti —la saludo en cuanto aparece.
—Buenos días, Siena.
Se aparta para dejarme entrar, me ha sonreído así que deduzco que hoy no voy a encontrarme con ninguna sorpresa. En el comedor donde solemos tocar hay una bandeja con una tetera y dos tazas esperándonos y un precioso ramo de flores blancas en un jarrón de cristal.
—Oh, qué flores tan bonitas, ¿son de un admirador? —bromeo.
—En realidad, Siena, son para ti.
Me pellizco el dedo con la funda del violín.
—¿Para mí?
«Que no sean de él, que no sean de él, que no sean de él».
—Son de tu detective.
Son de él.
—No es mi detective —contesto entrecerrando los ojos—. ¿Y cómo sabe que son de él?
—Las ha traído en persona hace un rato.
—¿Él ha estado aquí?
Me giro sobresaltada como si todavía estuviera y mis piernas deciden que es mejor que me siente.
—Se ha ido media hora antes de que llegaras. No me lo ha dicho, pero he tenido la sensación de que prefería no coincidir contigo.
—¿Tenía mal aspecto?
«No estoy preocupada por él».
—Parecía cansado y un poco alterado, aunque puedo asegurarte que ha sido muy amable.
—Habrá venido a verla a usted y me ha utilizado como excusa.
—No, querida. Me ha repetido tres veces que las flores eran para ti. Además, hay una tarjeta.
—¿Dónde?
—Junto al ramo. Si te levantas y te acercas podrás averiguar qué dice. Te aseguro que las flores no van a morderte, Siena.
—No entiendo por qué me ha traído flores.
—Y si no lees la tarjeta, nunca lo sabrás. —Con su habitual carácter práctico, la señorita Moretti coge la tarjeta y me la deja en el regazo—. Ábrela.
—¿No la ha leído?
—Por supuesto que no. —Se aparta para darme intimidad y camina hasta la mesilla para servirnos el té—. Es un tipo extraño tu detective.
—No es mi detective —farfullo.
Abro el sobre, es pequeño, de unos siete centímetros de largo y cuatro de ancho, y dentro hay un sencillo papel con unas pocas líneas:
No sé exactamente hasta qué punto debo pedirle disculpas, señorita Cavalcanti, pero le ruego que las acepte. Sigo necesitando hablar con usted sobre el tatuaje. Estoy esperándola en la cafetería de la esquina.
La nota está firmada con una sencilla «J» y me quedo mirándola durante unos segundos. Siempre he creído que la caligrafía es un detalle muy íntimo de las personas y la del detective Tabone es tan misteriosa y fuerte como él.
—Tienes que irte, ¿me equivoco?
—¿Cómo lo sabe?
—Te has puesto de pie.
Bajo la vista y me siento como una idiota por reaccionar así.
—Yo… no sé qué hacer.
La señorita Moretti y yo nunca nos hemos sincerado la una con la otra, sin embargo en este instante siento que puedo hacerlo. Probablemente es lo más parecido a una amiga que tengo. Ella se sienta y da un sorbo a su taza de café.
—Tu detective es peligroso, Siena.
—Lo sé, pero yo… señorita…
—Catalina, ya va siendo hora de que tú también me trates de tú.
—Creo que puedo ayudar al detective, Catalina.
—Si sabes algo que pueda ayudar a la policía a resolver la trágica muerte del señor Belcastro, puedes acudir a la comisaría y contárselo a cualquier agente. O también podrías contárselo a tu tío. Mira, no voy a darte ningún consejo ni a decirte que pienses bien lo que vas a hacer. Solo te diré que te imagines cómo te sentirías si hoy, al salir de aquí, tu vida cambiase de repente y no volvieses a verlo nunca más.
—¿Nunca más?
—Nunca más.
Un escalofrío me recorre la espalda y me tiemblan las manos. Una presión se instala en mi pecho y me cuesta respirar. La señorita Moretti lo ve y me sonríe como solo sonríe alguien que sabe demasiado bien que en la vida no hay vuelta atrás.
—Baja a hablar con él. Quizá hoy, cuando vuelvas a verlo, todo cambie.
—Sí, eso es lo que pasará. Estoy segura.
—Claro.
—Iré a hablar con él y le contaré lo que sé. Así no tendremos que volver a vernos.
—De acuerdo. —Me acompaña hasta la puerta y la sujeta abierta—. No te olvides de volver aquí antes de que terminen tus clases. No quiero que Toni suba a buscarte. Estoy dispuesta a cubrirte por ahora, pero si después de hoy las cosas cambian, tendrás que tomar una decisión.
—No cambiarán.
—Perfecto, entonces no tendrás que tomarla. Estaré aquí esperándote.
Bajo a la calle con la sensación de que no soy la misma chica que hace unos minutos ha subido silbando por la escalera. Tengo miedo de ver a Jack porque no sé con quién me encontraré en esa cafetería.
¿Será el detective de ojos fríos y con ansias de encerrar a mi tío? ¿O será el hombre que ayer por la noche se mostró herido e indefenso ante mí? ¿Será otro completamente distinto?
Catalina tiene razón, solo hay un modo de averiguarlo y por eso estoy en la acera cogiendo aliento antes de entrar. Me sudan las manos y me maldigo por no ser de la clase de chica que utiliza guantes. Hoy tampoco llevo sombrero ni tengo unas gafas de sol tras las que ocultarme o con las que protegerme.
Un caballero abandona la cafetería y con un gesto muy educado me invita a entrar mientras él sujeta la puerta.
—Gracias —balbuceo.
Recorro el interior con la mirada y veo al detective sentado en una mesa. El sombrero está junto a una taza de café y su cuaderno de piel negra. No me ha visto, está anotando algo, pero de repente se siente observado y levanta la cabeza. Su mirada se oscurece y me observa con atención. ¿Está buscando algo que me delate? ¿Acaso sospecha de mí en algún sentido?
Siento un horrible escalofrío y me pregunto si no sería mejor que me diese media vuelta y me fuera.
—Gracias por venir, señorita Cavalcanti.
Me molesta esa frialdad tan exagerada, ese distanciamiento forzado que al parecer él está decidido a imponernos.
—De nada, detective.
Le ha molestado mi tono. Me alegro.
—Siéntese, por favor. ¿Le apetece tomar algo? —Me señala la silla que hay frente a la suya y hace gestos a uno de los camareros con delantal a rayas negras para que se acerque.
—Tomaré un té. Gracias. Usted también debería dejar el café para otro día y beber té, va bien para el estómago.
El detective se sonroja antes de sentarse. No voy a ponérselo fácil, no señor. Estoy harta de que todo el mundo se comporte conmigo con guantes de seda. Lo de anoche sucedió y no podemos negarlo. Y yo soy lo suficientemente lista, mayor y valiente como para poder afrontarlo. —Gracias por venir.
—Ya me lo ha dicho.
El camarero me deja una taza vacía y una tetera blanca y humeante delante.
—Señorita Cavalcanti, me temo que anoche estaba indispuesto cuando vino a verme.
—Estaba borracho.
Y era mucho más encantador y cercano.
—No sé… —carraspea—… espero que pueda disculparme por mi comportamiento.
Me quedo mirándolo y él me aguanta la mirada. Tiene ojeras, un pómulo un poco hinchado y con un morado entre amarillo y violeta. Va bien afeitado, pero la pulcritud no consigue ocultar los rastros de cansancio. Le tiembla la sien durante un segundo y entonces comprendo que odia estar aquí conmigo haciendo esto. No es que no quiera disculparse, algo me dice que Jack Tabone sabe pedir perdón cuando comete un error. Es otra cosa.
—No te acuerdas de lo que sucedió.
Él suelta por fin el aliento.
—No. Veo imágenes, pero todas son difusas y no consigo retenerlas ni descifrarlas. Créame, señorita Cavalcanti, lo de anoche no me había sucedido nunca y si hubiese podido elegir usted habría sido la última persona del mundo que lo habría presenciado.
Ese último comentario me atraviesa y me duele. ¿Tan mala opinión de mí tiene? Podría haberle dejado tirado en el suelo del baño rodeado de su vómito o largarme de allí sin importarme que se abriese la cabeza contra la pared.
—El sentimiento es mutuo. —Él retrocede dolido, ¿a santo de qué?, ¿qué quiere que le diga? Ha sido él el que ha dicho que soy la última persona del mundo a la que le pediría ayuda—. No pasó nada por lo que deba disculparse, detective.
Él se frota el puente de la nariz.
—¿Nada? Cuando me he despertado esta mañana creía que la había soñado, pero entonces he visto el vaso de agua y ese cazo en el suelo. —Se aprieta el puente—. Es imposible que yo dejara eso allí.
—Lo dejé yo.
—¿Por qué?
—Porque vomitó en el baño y no estaba segura de que no necesitara volver a hacerlo y si, llegado el momento, pudiera llegar de nuevo al lugar indicado. Pensé que era lo más práctico. —Vomité delante de usted.
—Sí.
—Mierda. Lo siento. —Extiende las manos y las deja sobre la mesa. Las heridas de los nudillos aún son visibles, pero no están infectadas—. Llámeme Jack, creo que después de lo de anoche podemos dejar las formalidades de lado.
—Está bien, Jack. Tú puedes llamarme Siena.
—Lamento lo de anoche, Siena. —Coge aire y lo suelta despacio mirándome a los ojos. No estoy preparada para ese impacto—. Gracias por… por lo que fuera que hicieras. Tengo que tragar saliva dos veces para recuperar la voz.
—De nada.
Un hombre pasa por nuestro lado y mira a Jack con desprecio.
—Si Amalia pudiese ver en qué te has convertido. Tendría que darte vergüenza. Vuelve al lugar de donde has salido.
Jack tensa los hombros y yo, obedeciendo a un impulso, coloco una mano encima de una de las suyas. Se queda inmóvil y su mirada cambia, esas murallas se tambalean un poco. —No le hagas caso, la gente a menudo habla sin pensar —le digo.
—No me toques.
Aparto la mano dolida por su reacción y me dispongo a levantarme. Él me sujeta por la muñeca igual que anoche. Desvío la mirada hacia sus dedos y después hacia sus ojos.
—Lo siento —me dice sin soltarme—. Lo siento. No te vayas.
Vuelvo a sentarme despacio y él aparta la mano. Venir aquí ha sido un error, en los pocos minutos que llevo con él ya me ha hecho daño dos veces y no consigo entender ninguna de las reacciones de mi cuerpo.
—No vi el rostro del hombre que asesinó a Emmett —deduzco que este es el único motivo por el que ha impedido que me fuera, así que empiezo a hablar. Cuanto antes le cuente todo lo que sé, antes desaparecerá de mi vida—. Tampoco oí su voz. Supongo que oí a Emmett hablando con alguien, pero no distinguí lo que se decían, aunque, ahora que lo pienso, hablaban en italiano. —Él anota lo que voy diciendo sin dejar de mirarme, como si mis ojos fuesen mucho más importantes que mis palabras. «Basta»—. Cuando salí de detrás de la estantería, vi a Emmett sujetándose el cuello, la sangre se escurría por entre sus dedos y corrí hacia él a medida que él se iba desplomando. Solo estaba preocupada por Emmett, no me fijé en nada más. Hasta que oí sonar las campanillas que cuelgan encima de la puerta de Verona y levanté la vista. El hombre que se iba era alto, pero no demasiado, más bajo que tú. Tenía la espalda ancha y se movía despacio como si no tuviese prisa por irse de allí. Llevaba sombrero y el pelo que se escapaba por debajo era canoso y en la nuca tenía un tatuaje. Captó mi atención porque me pareció muy extraño y me costó entenderlo, primero pensé que era una hoja o las alas de un pájaro, pero de repente comprendí qué era. Era la cola de una sirena. —¿Estás segura?
—Muy segura.
—Gracias, todo esto me será…
Me levanto y me aseguro de que él no pueda retenerme de ninguna manera.
—Me alegro. Supongo que no volveremos a vernos, detective. Espero que encuentres al asesino y que cuando te vayas de aquí entiendas que en Little Italy hay buenas personas. —Se me rompe la voz y me odio por ello—. Que tengas un buen día, Jack. Gracias por las flores.
Salgo de la cafetería sin detenerme ni un segundo más. Me escuecen los ojos y no sé por qué. Estaré mucho mejor sin averiguarlo, me digo. Si con apenas unos días y unas conversaciones estoy así, no puedo ni imaginarme qué me sucedería si Jack Tabone se quedase en mi vida.
He hecho lo correcto, le he contado todo lo que vi esa noche y se lo he dicho antes que a Valenti. Ahora todo volverá a la normalidad, subiré al apartamento de la señorita Moretti, tocaré una partitura y dejaré de llorar como una estúpida.
Tengo que serenarme antes de que Toni venga a buscarme.
Tengo que…
Alguien me sujeta por la cintura y me mete en la entrada del edificio de Catalina. Voy a gritar, pero entonces oigo su voz.
—Dime que te suelte y que me vaya.
Tiemblo de la cabeza a los pies.
—No soy bueno para ti. Te haré daño.
Me da media vuelta, a pesar de sus palabras me sujeta con sumo cuidado cuando me apoya contra la pared. Aunque estamos en el interior del edificio, la puerta tiene un círculo de cristal glaseado en el centro por el que puede verse nuestra silueta. Y, si baja alguna de las inquilinas, nos sorprenderá.
Nada de eso me importa. La información ha pasado por mi cerebro sin dejar huella. Lo único que quiero saber es por qué él me ha seguido hasta aquí y por qué mi corazón ha vuelto a latir en cuanto he oído su voz.
—Dime que me vaya —me repite mirándome a los ojos—. Por favor.
Levanto una mano despacio, él cierra los ojos y aprieta la mandíbula. Quizá cree que voy a abofetearlo cuando en realidad quiero acariciarle la herida del pómulo. Mis dedos rozan su piel y él respira por entre los dientes.
—¿Qué te ha pasado Jack?
—¿Acaso no lo entiendes? —Abre los ojos, está furioso, eso es lo único que me deja ver. El resto de lo que está sintiendo lo esconde—. Voy a hacerte daño.
—¿Cómo lo sabes? —Por mucho que se empeñe en asustarme, mis instintos me gritan lo contrario—. ¿Y cómo sabes que no voy a hacértelo yo a ti?
—Eso es imposible. A mí ya nada puede hacerme daño.
—¿Qué te ha pasado, Jack? —Le acaricio la ceja—. Cuéntamelo.
Ese gesto le gusta y le enfurece. Se acerca a mí, ni el aire puede entrometerse entre nuestros cuerpos. Busca provocarme, escandalizarme con su físico y las reacciones de su cuerpo. No va a conseguirlo. Sé identificar a un animal herido. Tiemblo. Más me vale no equivocarme.
—Si me dejas acercarme a ti, no seré delicado ni considerado. —Las manos, que hasta entonces ha tenido apoyadas en la pared, aparecen en mi cuerpo. Una la coloca en mi cintura y la otra en mi mentón para levantarme el rostro—. Te utilizaré e intentaré averiguar todo lo que pueda sobre tu tío y su negocio.
—Quizá yo también quiera utilizarte. Quizá yo también intentaré averiguar todo lo que pueda sobre ti para hundirte.
—Ojalá sea así. Dios mío. —Apoya la frente en la mía—. Ojalá sea así.
Su respiración roza la mía, cierra los ojos y sus pestañas negras tiemblan encima de los pómulos.
Barreras, una tras otra.
—¿Por qué me has seguido, Jack? —susurro—. Yo me había ido.
—No lo sé.
No se mueve, me fijo en la piel del cuello que aparece por el primer botón desabrochado de la camisa y en que no lleva sombrero. Ha salido tan rápido de la cafetería que se lo ha dejado allí, o tal vez se le ha caído en la calle. Se está desmoronando y esta es la única prueba que voy a tener de que quizá sienta verdadero deseo por mí y yo no solo sea un medio para acercarse a mi tío. Elijo arriesgarme, elijo cometer una temeridad y creer en algo que no tiene sentido.
Jack es lo primero que me sucede en la vida que no puedo negar y que no está impregnado de dolor. No de momento. Si le pido que se vaya, no sabré nunca por qué me ha sucedido con él. Tal vez no vuelva a sucederme con nadie.
Me hará daño, en eso siento que no me ha mentido. Pero, tal como le he dicho yo, yo también puedo hacérselo a él. «Espero que no».
Apoyo las manos en su torso y él suelta el aliento.
—Es tu última oportunidad, Siena. Dime que me vaya.
Aparto las manos, él empieza a alejar las suyas dispuesto a cumplir con su palabra e irse de allí. ¡Qué equivocado está!
Le cojo por la nuca y me pongo de puntillas.
Sus labios retroceden en cuanto los míos los acarician. Queman. Tiemblan. Quizá vaya a irse. Quizá…
Me sujeta el rostro con las manos y su cuerpo se pega al mío. La pared que hay a mi espalda es lo único que me retiene en el mundo real. Mis labios ceden bajo los de Jack, sus dientes chocan con los míos. Es el beso más real y furioso que me han dado nunca.
El primero que nunca tendrá otro con el que compararse.
Su lengua busca la mía, con las manos enmarca mi rostro como si quisiera entrar dentro de mí. No va despacio, ni rápido, es un beso que no tiene movimiento, es fuego, tiene vida propia y nos exige que le dejemos existir. Sus labios intentan ser suaves, cada vez que me roza con los dientes busca después acariciarme con dulzura, pero ninguno de los dos sabemos cómo dominar esto.
No podemos.
Creo que podría besarle toda la vida. Ahora, con sus labios buscando los míos, con sus manos en
el rostro, su sabor buscando el mío, mezclándose, entiendo lo que es necesitar a alguien. No porque le ames, no porque te entienda, sino porque tu existencia depende de la suya.
Es adictivo.
Es mucho más peligroso de lo que él pueda hacerme o de lo que yo pueda hacerle a él. Esto que nos está pasando no vamos a poder dominarlo.
Hundo los dedos en su pelo, le acerco a mí porque me asusta esta intensidad y no sé qué hacer. No la entiendo. Me da miedo.
Pero no quiero soltarlo.
—¿Siena, detective?
La voz de Catalina nos sorprende. Jack no me suelta de golpe, aminora despacio la intensidad del beso y termina con un suave caricia en los labios que me encoge el corazón. Vuelve a apoyar la frente en la mía. Abro los ojos y le descubro con los suyos cerrados.
—Debería irse, detective, Toni no tardará en llegar —nos aconseja la señorita Moretti.
Jack se aparta y se gira hacia ella.
—Gracias por cuidar de Siena, se lo agradezco.
Catalina le observa y lo que cree ver en él debe de gustarle porque se da media vuelta y desaparece por la escalera.
—Deberías ir arriba, Siena —me dice Jack sin mirarme.
—De acuerdo.
Esa pose estoica no encaja con el hombre apasionado que me estaba besando. ¿Se arrepiente del beso o se está haciendo el héroe?
Sea lo que sea, si es capaz de comportarse como si nuestro beso no hubiese sucedido no quiero verlo. Si niega este beso, lo negará todo.
Subo el primer escalón.
El segundo.
El tercero.
Él sigue allí sin moverse y sin decirme nada. En el quinto escalón tendré que girar y ya no podré verle.
—Siena. —Me detengo y me doy la vuelta para mirarle—. Te haré daño, en eso no he mentido. Más del que tú puedas hacerme a mí jamás. Si fuera un buen hombre, me iría de aquí y no volvería a buscarte. No soy un buen hombre. Ahora mismo tengo que contenerme para no hacerte el amor aquí mismo. Ni siquiera me importaría que nos vieran.
Me humedezco los labios.
—Estás intentado asustarme.
—Estoy intentado advertirte. Volveré a buscarte. Tendré que hacerlo. No dejes que te encuentre.
Se va y dos escalones más tarde noto un lágrima resbalándome por la mejilla.

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