Little Italy
1915
La policía declaró que el incendio del taller de los hermanos Parissi había sido un lamentable accidente y que la muerte de las personas que estaban allí en ese momento había sido una auténtica tragedia. Los bomberos no pudieron hacer nada para detener el fuego a tiempo, las llamas devoraron el edificio y escupieron solo cuatro piezas de metal. De las víctimas no dejó nada, solo su pérdida.
Los hermanos Parissi estaban en su despacho en el momento que se propagó el incendio. Lo más probable, según la policía, era que hubiesen muerto asfixiados. Roberto Abruzzo, su único trabajador, su joven esposa y su pequeño, un niño de tres años, también murieron. La gente de la calle decía que habían oído los gritos de él hasta el último momento.
Fabrizio Tabone consoló a su mujer Amalia, que tuvo un ataque de histeria al comprender que ni la policía ni los bomberos sabían que el hijo de los Abruzzo seguía vivo y a su lado y que el pequeño que había fallecido en ese horrible incendio era su preciosa hija Alicia. Amalia quería gritarlo a los cuatro vientos, quería que el mundo entero compartiese su dolor y después quería poder enterrar a su preciosa niña y despedirse de ella.
Fabrizio se lo prohibió. Ella al principio no lo entendió, el dolor era tan grande que en su mente no tenía cabida para nada más. Pasaron los días y Fabrizio fue explicándose; si le decían a la policía que Jack era hijo de los Abruzzo, se lo llevarían de allí. Jack probablemente acabaría en un orfanato, pues los Abruzzo no tenían más familia en América. La vida en los orfanatos era muy dura y el pequeño Jack solo tenía tres años, seguro que no tardaría en morir. Y si sobrevivía, ¿qué clase de futuro le esperaba? Amalia, que conocía al pequeño desde su nacimiento y siempre había sentido cariño por él, decidió que no podían permitir tal atrocidad. Se lo debía a los Abruzzo y era lo que una buena cristiana debía hacer. En este punto, Fabrizio le explicó que el único modo de evitar que Jack fuese a parar al hospicio era haciéndolo pasar por su hijo. Nadie tenía por qué saberlo. Seguirían llamando al niño Jack y Fabrizio falsificaría su partida de nacimiento a partir de la de Alicia. Era la mejor manera de honrar a Alicia, le dijo Fabrizio a Amalia, así sacarían algo bueno de su trágica muerte.
Amalia accedió y juró no contarle nunca a nadie, ni siquiera a Jack, que ellos no eran sus padres ni el destino que habían corrido los de verdad.
En cuanto al resto de los Tabone, Fabrizio decidió que lo mejor sería llegar a un acuerdo con Luciano Cavalcanti pues si él aceptaba la situación el resto de familias del barrio no tardarían en seguir su ejemplo. Además, la novedad solo duraría unos días. Con el paso de los años todo el mundo se olvidaría de la pequeña Alicia y daría por hecho que Jack siempre había sido un Tabone. Tenía que salir bien, no podía correr el riesgo de que la policía husmease más de la cuenta el asunto del incendio.
Con el plan bien decidido y estudiado, Fabrizio fue a reunirse con Luciano Cavalcanti. Otra de las consecuencias del incendio había sido que el tema de Bruno Tabone había quedado pospuesto; nadie había vuelto a mencionar que tenía que entregarse a la policía para apaciguar la ira de los irlandeses. Y estos también habían quedado afectados por la «tragedia de la familia Abruzzo». Sin que nadie lo decretase oficialmente, el luto había llegado a sus barrios.
Fabrizio fingía estar triste cuando estaba en público, pero a solas no podía parar de sonreír. Lo único que enturbiaba su felicidad era la muerte de Alicia, aunque tenía que reconocer que quizá como mecanismo de defensa ya había empezado a olvidarla.
Luciano Cavalcanti vivía en un espacioso apartamento cerca del primer restaurante que había comprado a los pocos años de llegar a Nueva York. Su sueño era comprarse algún día una casa, aunque sin familia con la que compartirla de momento no le veía sentido. Estaba cómodo en ese apartamento, tenía una habitación lujosa y espaciosa a la que invitaba a bellas mujeres siempre que le apetecía. La cocina era funcional y a penas ponía un pie en ella. El despacho era el motivo por el que le dolería irse de allí algún día.
Estaba sentado detrás de su escritorio, ocupándose de repasar las última rutas que iban a hacer los barcos que transportaban sus mercancías cuando el reloj del comedor marcó las cinco de la tarde y recordó que había quedado con Fabrizio Tabone. Ese hombre nunca le había gustado, ni siquiera ese verano que compartieron en Nápoles cuando eran adolescentes. Era demasiado estúpido para ser tan ambicioso y carecía por completo de esa brújula que permite a los humanos distinguir la maldad más absoluta de la bondad. Tabone no tenía principios y sus sueños no eran personales, no salían del corazón, salían de las ansias de tener dinero, así que era fácil de comprar. Un hombre como Tabone solo es fiel hasta que deja de interesarle serlo. No era la clase de hombre con la que él quería tener negocios, ni mucho menos amistad.
Luciano suponía que esa reunión estaba relacionada con el tema de Bruno. Él no iba a cambiar de opinión. En cuanto los ánimos se calmasen un poco, iría a buscar a Bruno y lo llevaría a la comisaría más cercana para que se entregase. No iba a permitir que un estúpido matón echase al garete la tregua que tanto le había costado negociar con los irlandeses. De todos modos, no podía negarse a recibir a Fabrizio. Quizá los Tabone no tenían el mismo poder que los Cavalcanti, pero no podía despreciarle de esa manera.
Resignado, guardó los documentos y sirvió dos vasos de whisky para esperar a su invitado. Llamaron a la puerta y la señora Dontel, una señora encantadora que se ocupaba de su casa y de las cuestiones domésticas, fue a abrir.
—El señor Fabrizio Tabone está aquí, Luciano. —Ella era de las pocas personas que seguían tratándole como si fuese un chaval con pantalón corto y a él le gustaba, le recordaba que en realidad tampoco era mucho más.
—Gracias, señora Dontel.
La mujer les dejó a solas después de mirar con cara de desaprobación las dos bebidas.
—Pasa, Fabrizio, te estaba esperando. —Le ofreció el vaso y el otro hombre lo aceptó encantado—. Espero que te guste el whisky.
—Por supuesto.
Bebieron en silencio y, terminadas las copas, Luciano fue directo al grano. No serviría de nada retrasar las cosas y estaba impaciente por volver a sus asuntos.
—Me imagino que has venido a hablar de Bruno y la verdad es que, aunque entiendo tu preocupación, no puedo hacer nada.
—No he venido a hablar de Bruno. —Fue obvio que a Fabrizio le gustó coger por sorpresa a Luciano—. Supongo que hablaremos de él en algún momento, pero él no es el motivo de mi visita.
—Entonces, ¿cuál es?
Luciano señaló unas butacas y fueron a sentarse.
Fabrizio sacó entonces dos cartas del bolsillo de su chaqueta. Una era la que Adelpho Cavalcanti había escrito para él y la otra la que este dirigía a su hermano. Entregó la segunda a Luciano y esperó a que la aceptase.
—¿De dónde ha salido esta carta? —le preguntó intrigado al ver la caligrafía de su hermano.
—Estaba dentro de un sobre junto con esta otra carta. Una es para mí y la otra para usted.
—Ya lo veo, pero ¿de dónde las has sacado?
—Las tenía Emmett Belcastro.
—¿Emmett tenía estas cartas? ¿Por qué? ¿Desde cuándo?
—Creo que será mejor que lea lo que le ha escrito Adelpho.
—¿La has leído? —preguntó entonces Luciano suspicaz.
—No, por supuesto que no, pero he leído la mía. —La había dejado encima de la mesilla y la señaló con el mentón—. Creo que su contenido le resultará muy esclarecedor.
Luciano rompió la parte posterior del sobre y empezó a leer. A medida que iba avanzando su rostro iba perdiendo color y si hubiese estado a solas habría lanzado la carta al fuego y habría maldecido a su hermano.
Maldito Adelpho y malditos su estúpido orgullo y su sed de venganza.
En la carta, Adelpho le explicaba que había entregado las dos misivas a un amigo que viajaba a América con la esperanza de que llegase allí con vida y las entregase. El amigo elegido para tal misión era Emmett Belcastro, conocido de sobra por los dos y hombre de confianza. Se suponía que Emmett habría tenido que entregarle la carta a Fabrizio Tabone nada más llegar, pero, a juzgar por cómo se habían desarrollado los acontecimientos Luciano dedujo que no había sido así. Quizá Adelpho cometió la estupidez de fanfarronear frente a Emmett sobre el contenido de la carta y este decidió con acierto no entregarla. Sea como fuere, en la carta, Adelpho le decía a Luciano que, si el hombre que se la entregaba le demostraba que había matado a Roberto Abruzzo y a su esposa, le entregase una cuantiosa recompensa y se ocupase de él durante el resto de su vida.
Luciano mantuvo el rostro impasible mientras leía esas líneas, cuando en realidad le habría gritado a su hermano que no tenía la menor intención de cumplir con ese trato y que jamás contrataría o protegería a un hombre capaz de matar a sangre fría a un matrimonio inocente de cualquier mal excepto de haberse negado a sucumbir a sus egoístas peticiones.
—¿Y bien? —le preguntó Luciano a Fabrizio cuando terminó de leer.
—¿Y bien qué? Quiero mi recompensa y quiero que Bruno y toda mi familia esté bajo su protección.
—¿Por qué?
Luciano no iba a picar tan fácilmente. Tal vez el incendio del taller de los Parissi había sido de verdad una tragedia y ese desgraciado quería colgarse una medalla y sacar provecho de la desgracia ajena.
—¿Cómo que por qué? —Fabrizio tuvo que recordarse que necesitaba a ese hombre si quería conseguir el dinero y el respeto que tanto ansiaba—. He matado a los Abruzzo, yo provoqué ese incendio.
—Demuéstramelo.
Luciano sintió arcadas cuando Fabrizio le relató con total frialdad cómo había encontrado las cartas en el local de Emmett Belcastro y cómo había improvisado al llegar al taller de los Parissi. Le contó incluso que había planeado matar a la señora Abruzzo y fingir que se había suicidado y lo feliz que se había sentido cuando descubrió que ella también estaba dentro, así se ahorraría trabajo. Fabrizio estaba completamente ido, desquiciado, solo hablaba de la recompensa que se merecía por haber logrado tal hazaña y que por fin los Tabone tendrían el respeto que se merecían.
—Mi hija también estaba dentro. Alicia ha muerto. Había ido al taller de los Parissi a ver una gata y sus crías y yo tengo en casa a Jack, al hijo de los Abruzzo. Ahora se llamará Jack Tabone, hemos decidido quedárnoslo.
—Espera un segundo. —Luciano se negó a creerse lo que estaba oyendo—. ¿Has matado a sus padres y ahora vas a criarlo como si fuera hijo tuyo? Estás loco, deberías estar destrozado de dolor por la muerte de tu hija y sin embargo estás aquí exigiendo respeto y dinero a cambio de haber matado a un montón de gente inocente.
—Me lo he ganado, es lo que me merezco —reclamó Fabrizio.
—Lo que te mereces es ir a la cárcel. Te doy hasta esta noche, Fabrizio. Habla con tu esposa y acude a la policía. De lo contrario, iré yo mañana mismo y les contaré lo que acabas de decirme. Little Italy ha quedado muy afectada por la muerte de los Abruzzo y los Parissi, el barrio necesita saber la verdad y, si no se la dices tú, lo haré yo.
—Un momento. Se olvida de que tengo esto. —Fabrizio levantó su carta—. Aquí su hermano habla con todo lujo de detalles de lo que quiere que le haga a Roberto Abruzzo y también me explica que tengo que acudir a usted y que usted, Luciano Cavalcanti, me dará una recompensa y me protegerá. Si acude a la policía, yo les daré esta carta y, no solo esto, les pediré que interroguen a Emmett, él también está al corriente, ¿por qué cree si no que ha guardado las cartas durante tanto tiempo? Podría haberlas destruido.
—No te atreverás.
—Por supuesto que me atreveré. Y no solo eso, antes de ir a la policía, mataré a Jack Abruzzo. Por ahora nadie se ha dado cuenta de que el hijo de los Abruzzo está vivo, así que qué más da si muere, ¿no cree?
—Eres un animal. Es solo un niño y hasta hace cinco minutos estabas dispuesto a criarlo como si fuera hijo tuyo.
—Y aún estoy dispuesto a hacerlo si recibo mi recompensa y si me promete que me protegerá y que me ayudará a que nadie sospeche de mí ni de mi familia.
—¿Me estás chantajeando?
—Llámelo cómo quiera, yo solo he venido a decirle que he cumplido con un encargo de su hermano y que tiene que pagarme por ello.
—Eres despreciable.
—¿Tenemos un trato o llevo la correspondencia de su hermano a la policía?
Luciano se levantó y se acercó al escritorio. A él se le daba bien hacer planes, trazar rutas, leer leyes y buscar fallos. Nunca había matado a nadie por placer y nunca había encargado a nadie que lo hiciese por él. Los Abruzzo ya estaban muertos y los Parissi también, pero ese niño de tres años, Jack, estaba vivo y Luciano no tenía ninguna duda de que Fabrizio cumpliría con su amenaza y lo mataría.
Tenía que salvarlo.
—¿Estás seguro de que nadie sabe que el incendio lo provocaste tú?
—Estoy seguro. Solo lo sabemos usted y yo. La policía y los bomberos afirman que fue un accidente y yo no voy a llevarles la contraria, ¿lo hará usted?
—No. ¿Te harás cargo del niño y nunca le dirás que mataste a sus padres?
—Le querré con locura —se burló el muy desalmado—. ¿Cuál es mi recompensa?
—Ven mañana a buscarla —le dijo Luciano sin concretar—. Y ahora lárgate de aquí.
—Será un placer. Vendré mañana a las diez de la mañana.
—Lo tendré listo.
Fabrizio Tabone abandonó el apartamento de Luciano con una sonrisa de satisfacción en el rostro y pensando en qué se gastaría la fortuna que este le daría al día siguiente. Cuando llegó a casa le contó a su esposa Amalia que el señor Cavalcanti les apoyaba completamente en su decisión de quedarse a Jack y que les ayudaría a solucionar cualquier problema legal que pudiese surgir al respecto.
Amalia lloró de emoción. Había perdido a su preciosa niña, pero este niño la necesitaba y ella no iba a fallarle.
A la mañana siguiente, Fabrizio llegó a casa de Luciano y este efectivamente le entregó una cantidad importante de dinero y le obligó a firmar una serie de papeles que no se molestó en leer. Luciano suspiró aliviado al ver que Fabrizio era tan egoísta y estúpido como parecía, pues esos documentos no eran más que una confesión del asesinato de los Abruzzo y de lo que le había sucedido al hijo de estos. Luciano no creía que esos papeles tuviesen validez ante un juez o ante la policía, solo quería algo que pudiese utilizar en el caso de que algún día Fabrizio negase lo sucedido.
Luciano habría preferido no darle trabajo a Fabrizio y en cierto modo no se lo dio, pero se encargó de que siempre lo tuviese. El problema fue que Fabrizio Tabone siempre se encargaba de que lo despidiesen y, a la larga, o no tan a la larga, acabó trabajando de matón para cualquiera que pudiera pagarle. El día que se enteró de que la policía lo había arrestado y lo habían metido en la cárcel, Luciano suspiró aliviado. El niño, Jack, estaba bien y mientras Amalia cuidase de él todo iría bien.
Con el tiempo, Luciano fue olvidándose de Jack Tabone (Jack Abruzzo ya había desaparecido por completo) y también de Fabrizio. Lo último que supo fue que, después de salir de la cárcel, Fabrizio aceptaba trabajos de todo tipo, también de gente de fuera de Little Italy, y que mentía a su mujer y a su hijo al respecto.
En Italia, Adelpho Cavalcanti llegó a saber que Roberto y Teresa Abruzzo habían muerto porque él lo había ordenado y no sintió la satisfacción que había creído que sentiría. Esa noche se bebió una botella de vino a su salud y se folló a la puta más cara que encontró. El odio hacia esa mujer, la única que le había rechazado, le había mantenido vivo durante tanto tiempo que cuando lo perdió solo sintió un enorme vacío.
ESTÁS LEYENDO
Vanderbilt Avenue
RomansaEl día que Jack cumplió dieciocho años descubrió un secreto que le destrozó la vida. Abandonó Little Italy, a su familia y a sus mejores amigos y se convirtió en lo que ellos más odiaban: un policía. Diez años más tarde, Jack vuelve al barrio para r...