Epílogo

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Siena
Vanderbilt Avenue
He salido del conservatorio y he venido directa aquí. Apenas puedo contener las ganas que tengo de ver a Jack y de contarle lo que he averiguado. Espero que le guste, estoy nerviosa, muy nerviosa.
El ensayo de hoy ha sido intenso, me ha servido para no pensar en el papel que tengo arrugado en la mano. Ahora, sin embargo, me entran las dudas, quizá debería de haber esperado hasta la noche. Jack iba a venir a buscarme a casa e iba a llevarme a un sitio especial, no sé cuál, pero se me anuda el estómago al recordar cómo me miró al decirlo.
Quizá debería irme. Busco las llaves del apartamento, sonrío sin darme cuenta al revivir en la mente el instante en que Jack me las dio.
La puerta se abre y entra Jack.
No puedo dar ni un paso más, el corazón se me ha escapado por la garganta al verle. Es sumamente ridículo que me provoque esta reacción incluso ahora, aunque me temo que será así toda la vida.
—Siena, estás aquí. —Cierra la puerta sin dejar de mirarme y sin pestañear. Sus ojos me acarician y me erizan la piel—. Estás aquí.
Camina hasta mí y me besa. Suelta el aliento cuando nuestros labios se tocan y yo lo siento deslizarse por mi garganta. Las manos de Jack tiemblan en mis hombros durante unos segundos como si dudase de mi presencia y cuando la da por confirmada aprieta los dedos. El beso sigue, le acaricio el pelo y me pongo de puntillas para estar lo más cerca posible de él.
—Siena —susurra Jack al apartarse—, ¿cómo es posible que te necesite siempre?
No sé la respuesta y él no parece necesitarla porque se agacha de nuevo, vuelve a besarme y busca los botones de mi blusa con urgencia.
Le sujeto las muñecas.
—Quiero decirte algo —le digo con el aliento entrecortado.
Él se detiene y me mira preocupado. Controla el deseo y su mirada se vuelve astuta, suspicaz, con rastros de odio. Le sucede siempre que algo le recuerda lo que sucedió en la biblioteca. —¿Qué sucede?
—Tranquilo. —Le acaricio el pelo, él cierra los ojos un segundo como si no pudiera evitarlo—. Yo estoy bien. No es eso.
Abre los ojos de repente y los clava en los míos.
—Entonces puede esperar. —Me besa apasionadamente, hay cierta violencia en este beso, una necesidad que no puede permitirse ceder ante la delicadeza. Me muerde el labio y al notar el sabor de la sangre se aparta—. Maldita sea, lo siento, Siena. Lo siento. —Vuelve a acercarse a mí y me besa con cuidado.
—No me has hecho daño. La sangre es tuya.
Le acaricio el rostro y espero a que él asimile lo que le estoy diciendo.
—Aun así, tendría que tener más cuidado contigo.
Me besa el rostro, los pómulos, me rodea con los brazos.
—Me gusta que no puedas contenerte —confieso con el rostro oculto en su camisa. El corazón le late tan rápido que me asusta—. ¿Qué te ha pasado? —Apoyo una mano en el torso, justo por encima del órgano que no deja de bombear sangre a toda velocidad.
—Anderson.
Es solo una palabra, un apellido en realidad, pero sé que puede ocultar mucho más y que Jack necesita explicármelo a su manera. Me echo un poco hacia atrás para poder mirarle y levanto una mano para tocarle la comisura del labio.
—¿Te duele? —le pregunto.
Él sonríe burlón.
—No.
—Creo que debería asegurarme. —Me pongo de puntillas otra vez (su altura no me intimida, sino todo lo contrario) y con los dedos enredados en su nuca tiro de él para besarlo.
Jack me devuelve el beso, no me imagino un mundo en el que no lo hiciera, y el corazón le late más despacio. Le quema la piel, la mía también está ardiendo, pero su corazón se tranquiliza igual que el mío porque por fin estamos juntos.
Me dispongo a desabrocharle la camisa y él se queda inmóvil hasta que apoyo la mano en su torso desnudo. La intensidad del beso cambia, se vuelve brutal, lleno del mismo fuego que nos devora el cuerpo, y nuestras manos no bastan para quitarnos la ropa y acariciarnos. Jack rompe y rasga algunas de mis prendas que van cayendo al suelo desperdigadas y yo no soy más cuidadosa con las suyas. El único objeto con el que Jack es capaz de ser delicado es su pistola, que deja con cautela encima de la mesa. Después, cuando se da media vuelta, vuelve a mí y me levanta en brazos al besarme.
Llegamos a su dormitorio, los besos no nos bastan, ni las caricias, ni nuestra piel, que insiste en fundirse con la del otro para no separarse nunca. Jack entra dentro de mí, le abrazo porque quiero que se quede para siempre. Jack no se mueve durante unos segundos, tensa la espalda, flexiona los dedos en la sábana a ambos lados de mi cabeza. —Siena —pronuncia mi nombre—, mírame.
Abro los ojos, el placer me los había cerrado.
—Jack.
—Mírame, no dejes de mirarme. No me ocultes nada, no permitas que te lo oculte yo a ti —me pide con la voz ronca. Una gota de sudor le resbala por la frente.
Con una mano le acaricio el rostro y con la otra le aprieto el brazo con fuerza para intentar contener el impulso que siento de empezar a moverme. Le siento en mi interior, su cuerpo posee el mío con la misma certeza y autoridad que yo poseo el suyo.
—¿No sabes que eso es imposible? No puedes ocultarme lo que sientes, estoy aquí. —Coloco una mano en el corazón—, y tú… —Se mueve, agacha la cabeza para besarme el cuello y me estremezco—… tú estás dentro de mí.
—No siempre —farfulla moviendo las caderas sin darse cuenta. Me mira a los ojos y aprieta la mandíbula—. No siempre.
—Siempre.
Se mueve y tal como me ha pedido antes no le dejo ocultarme nada. Jack no cierra los ojos y yo tampoco. Mi cuerpo desaparece, el placer y el deseo se entremezclan con el amor y este les convierte en fuego. Antes Jack ha dicho que me necesitaba y creo que ahora entiendo a qué se refería.
—Te amo, Siena.
Tensa la espalda, arquea el cuello y apenas respira de lo doloroso que le está resultando contenerse.
—No —le pido susurrando—, no te contengas, Jack. Hazlo por mí. Yo también te amo.
—No. Joder. —Aprieta los labios—. Es demasiado pronto.
—No, chis, es perfecto. —Tiro de él hacia abajo. Nuestras frentes se tocan, su nariz está junto a la mía—. Te amo.
Me besa antes de gemir y de rendirse. Le siento estremecerse, romperse, recomponerse y convertirse en el hombre más fuerte y hermoso que he visto nunca. Su placer es demasiado y el mío me sacude y me obliga a rendirme a él, a Jack, al hombre al que amo.
Minutos después, él se tumba a mi lado y me aparta el pelo del rostro para besarme con cuidado.
—¿Vas a contarme ahora qué ha pasado, Jack?
Él suspira y me besa despacio, un beso largo y tierno y lleno de las emociones que solo Jack consigue despertar en mí.
—Anderson ha estado hoy en la comisaria del distrito —empieza mirando al techo—. Ha estado dos horas encerrado con el capitán y después me han pedido que me reuniese con ellos. —Suelta el aliento y gira el rostro hacia mí—. Me han preguntado qué me parecería ser capitán en Little Italy. Le coloco una mano en el torso y descubro el corazón golpeándole.
—Serías un capitán magnífico.
—Al capitán aún le quedan dos años, pero Anderson insiste en que tengo que decidirme ahora porque necesitaremos todo ese tiempo para preparar la transición.
Quiere hacerlo, puedo sentirlo, igual que puedo sentir su preocupación por mí. Es un hombre maravilloso.
—Tienes que aceptar, Jack. Es tu destino y no se me ocurre ningún hombre mejor que tú para
Little Italy.
—No quiero perderte. No lo soportaría.
—A mí no vas a perderme.
—Tu tío sigue siendo Luciano Cavalcanti, más de la mitad de miembros de la mafia de Nueva York visitan tu casa a diario. Será un infierno, Siena. La prensa nos descuartizará y tú correrás peligro por ambos lados. Ni la policía ni la mafia nos dejarán tranquilos.
No puedo negar que las preocupaciones de Jack son legítimas, pero no voy a permitir que sacrifique su vida por el pasado o incluso el presente de mi familia.
—Mi tío está retirado, Jack. —Veo que enarca una ceja y le detengo antes de que vuelva a hablar —. Sí, sé que eso suena ridículo ahora, pero dale tiempo y verás que es verdad. Y, aunque no lo sea, no me importa. Adoro a mi tío, él se convirtió en mi familia cuando perdí a mis padres, y creo desde lo más profundo de mi corazón que está retirado de verdad. Si no lo está, si comete algún delito, sé que harás lo correcto y que lo tratarás como el hombre justo y honrado que has sido siempre.
—No lo soy tanto, aún hay noches que sueño con encontrar a Tabone con vida y torturarle durante horas por lo que te hizo. —Sale de la cama y camina desnudo—. No es solo eso, Siena. Soy feliz contigo, a tu lado he descubierto una felicidad que ni siquiera sabía que existía y tengo miedo de perderla. Little Italy puede arrebatármela, no sería la primera vez que me destroza la vida.
—No, no podrá. —Me levanto y voy a su encuentro—. No vamos a permitírselo—. Le sujeto el rostro y le beso—. Si rechazas este trabajo y dejas la policía, ¿serás feliz?
—Solo te necesito a ti y jamás podría perdonarme ponerte en peligro.
—Aunque nos retirásemos al campo y te convirtieses en granjero, yo seguiría siendo la sobrina de Luciano y Adelpho Cavalcanti, Jack.
—Yo puedo protegerte.
—Lo sé, y también sé que puedo protegerme sola. Esta es tu ciudad, Jack. No podemos irnos de aquí. Vanderbilt Avenue es nuestro hogar.
—¿Lo dices de verdad? ¿De verdad sientes que este es tu hogar?
—Aquí es donde me enamoré de ti, así que sí.
—Cásate conmigo.
Me cuesta tragar, el corazón se me ha subido a la garganta y mi voz no está por ningún lado. Jack se agacha para darme un beso en los labios y ante mi silencio vuelve a hablar.
—No iba a pedírtelo así, iba a llevarte a la ópera esta noche y después… —Se aprieta nervioso el puente de la nariz—. No me esperaba la visita de Anderson de esta mañana. Mientras les oía a hablar al capitán y a él, yo solo pensaba en ti, en que tú eres lo único que me importa. Contigo no necesito tener una vía de escape, no me hace falta ajustar las cuentas con el pasado o asegurarme de que nada me ate al presente. Contigo siento tanto que lo único que quiero es vivir, vivir a tu lado y dejar que me sorprendas y me destroces, que me beses, que me asombres, que me obligues a ser valiente y a tener nuevas emociones a diario. Dime que te casarás conmigo, Siena. Por favor.
—Cierra los ojos un segundo, Jack.
Él obedece y a mí me cae una lágrima, Jack dice que no sabe expresar lo que siente y sin embargo ha descrito a la perfección nuestro amor. Levanto una mano y le acaricio el rostro, es tan fuerte, tan mío… Hubo una época en la que creía que jamás derribaría las murallas que protegían sus ojos y ahora puedo perderme en ellos.
—Quieres ser capitán de la comisaría de Little Italy, sabes que lo harás bien. Sabes que te necesitan.
—Yo te necesito a ti.
—A mí me tienes, Jack.
Abre los ojos y sonríe. Está tan guapo cuando baja todas las barreras y solo siente. —¿Te casarás conmigo?
—Me casaré contigo, capitán.
Me levanta en volandas y me besa.
Me besa.
Me besa y no deja de repetir que me ama.
Jack
Vanderbilt Avenue
Siena está conmigo. Está desnuda en mis brazos y puedo sentir su piel pegada a la mía. No me basta con esto, aunque tendré que conformarme. Hemos hecho el amor, Dios, he perdido la cabeza cuando ella ha accedido a casarse conmigo después de obligarme a reconocer que quiero ser capitán de la comisaria de Little Italy.
Supongo que siempre lo he querido, que una parte de mí necesita cuidar de esas calles porque allí fue donde perdí mi vida… y donde la recuperé.
Suspiro y le acaricio el pelo a Siena. Mi torso está pegado a la espalda de ella y la rodeo por la cintura con el otro brazo. Está despierta, lo sé por cómo respira. Los dos parecemos necesitar esos minutos de silencio para tocarnos y sentir que estamos juntos. Pero una idea reaparece en mi mente y me veo obligado a romperlo.
—¿Qué querías decirme antes? —Aún tengo la voz ronca. No puedo contener ninguna emoción cuando estoy con Siena, carezco de cualquier inhibición y necesito pronunciar su nombre, gemir, gritar lo que me hace sentir en sus brazos.
Siena suspira, suelta el aliento despacio y me hace cosquillas en el vello del antebrazo. Se da media vuelta y detiene los ojos en los míos.
—Valenti consiguió una copia de tu partida de nacimiento —empieza y pierdo parte de la languidez que se había instalado placenteramente en mi cuerpo.
—¿Cómo? ¿Por qué? —Aprieto los dedos en la cintura de Siena y ella incorpora un poco la cabeza para darme un beso.
—No sé cómo. Porque yo se lo pedí —me contesta—. No te enfades con él.
¿Enfadarme con él? Voy a darle una paliza cuando lo vea.
—¿Por qué se lo pediste?
Confío en ella, pondría mi vida en sus manos, pero sigue costándome compartir esa parte tan dolorosa de mi pasado.
—Los periódicos publicaron un montón de barbaridades sobre tus padres y sobre su muerte, pensé que quería darte algo bonito. Un buen recuerdo de ellos.
Mi maldito corazón se encoge ante sus palabras.
—No les recuerdo, amor mío —confieso.
—Lo sé, por eso quería darte algo, por pequeño que fuera. Y pensé que tu partida de nacimiento
era tan buen lugar como cualquier otro para empezar.
—Poco a poco, haré las paces con mi pasado, Siena. Es doloroso, me temo que habrá días o momentos en los que el dolor que sentiré será insoportable, pero, mientras te tenga a ti, podré con ello. Podré con todo.
Los ojos marrones de Siena brillan con las lágrimas y ella me besa. Me besa, me besa. No deja de besarme hasta que nuestras respiraciones se convierten en una.
—Encontré el nombre del médico que atendió a tu madre cuando dio a luz —dice ella de repente —. Se llama Jack y se acuerda de ellos.
—¿Cómo dices?
—Fui a verle el otro día, sigue trabajando en el mismo hospital, aunque ahora es el director. Se acuerda de ellos porque tu padre le dijo que te pondrían su nombre en su honor. Al parecer quedaron unas cuantas veces, tus padres le invitaban a cenar por tu cumpleaños. Se hicieron amigos. —Siena habla rápido, quizá tiene miedo de que la interrumpa pero yo soy incapaz de hablar—. No se enteró de sus muertes porque cuando sucedió él estaba en Europa. Cuando volvió fue a visitarlos y al encontrar el piso abandonado supuso que se habían ido a otra ciudad. No habló con nadie y jamás supo de su trágico destino.
—Dios mío, Siena. Te amo.
Ella me sonríe por entre las lágrimas.
—Le gustaría verte, tengo su dirección anotada en un papel. Creo que se me ha caído en el comedor cuando me has besado al llegar a casa.
—Es la primera persona que quizá pueda decirme algo de mis padres que no tenga que ver con Fabrizio ni con Little Italy —se me rompe la voz— algo de mi infancia.
—¿No estás enfadado? —Me mira insegura.
—No, por supuesto que no. —Oculto el rostro en su cuello—. ¿Por qué iba a estarlo? Eres maravillosa.
—Te duele tanto hablar de tus padres que no estaba segura de que quisieras conocer al doctor.
Vuelvo a mirarla, no le oculto las lágrimas que ahora resbalan por mis mejillas. —Quiero conocerlo, pero necesito que tú estés allí conmigo.
Siena me besa de nuevo.
—Te ayudaré a recuperar a tus padres, Jack. No puedo soportar la idea de que los perdieras por culpa de mi familia.
La aparto de mí despacio, esa frase me ha hecho tanto daño que tengo la sensación de que incluso estoy sangrando.
—No pienses eso, me oyes. ¡Jamás pienses eso!
—No puedo evitarlo. Si Adelpho no se hubiese cruzado en la vida de tu madre, ella… —No puede terminar—. Quizá estaría viva, Jack.
La beso, soy feroz, elimino cualquier reserva y la beso con todo mi ser.
—Yo no puedo soportar la idea de no amarte o de que tú no me ames a mí, Siena, así que no insinúes que mi vida sería mucho mejor con otro pasado porque lo cierto es que sin ti no tendría vida.
—Jack…
Vuelvo a besarla, mi lengua se mueve frenética dentro de la boca de Siena, busca cada rincón, cada suspiro y mis dedos se aprietan en sus hombros, la retengo contra mi cuerpo.
—Vamos a recuperar mi pasado juntos, pero nada de lo que averigüemos me hará dudar ni por un segundo de que te amo y de que tú no tienes nada que ver con el incendio que mató a Roberto y a Teresa Abruzzo, ¿lo entiendes?
—Pasaste un infierno, Jack, odio que sufrieras tanto.
—Yo no. —Necesito que sepa que es verdad, que jamás lamentaré nada de lo que me ha llevado hasta ella. La sujeto por la cintura y la coloco encima de mí. Guío la erección hacia el interior de Siena y los dos perdemos el aliento al unirnos—. ¿Sabes por qué no voy a cambiarme el apellido?
—¿Qué? —Me mira confusa, la piel de su cuerpo está erizada y se muerde el labio inferior al mirarme.
—Anderson me dijo que podía cambiarme Tabone por Abruzzo y le respondí que no.
Siena abre los ojos y me mira confusa. No se lo había contado y me incorporo sobre los antebrazos para acercarla a mí y besarla.
—Iba a decírtelo esta noche —le explico—. No voy a cambiarme el nombre porque Jack Tabone te conoció y se enamoró de ti. Jack Tabone no nació el día que Fabrizio incendió ese garaje y mató a los Abruzzo junto con dos ancianos y una preciosa niña inocente.
—Jack, yo… —Siena tiembla, sus labios buscan los míos y aprieta las piernas alrededor de mi cintura— te amo.
—Lo sé, por eso no voy a cambiarme de nombre. Te amo, Siena.
Levanto las caderas y entre nosotros no queda ni siquiera aire.
Es rápido, contundente, una prueba más de que nuestro amor es único. Yo no existiría sin Siena. No querría intentarlo.
Ella grita mi nombre, me besa, me muerde el cuello, enreda los dedos en mi pelo y me acaricia la espalda. Yo la beso más, la aprieto contra mi cuerpo, quiero perderme dentro de ella para siempre.
Después, tumbados de nuevo en la cama, le susurro al oído que la amo y que el único nombre que de verdad quiero tener atado al mío es el suyo.
Siena me sonríe y me mira. Me dice que no puede esperar a contarle a su tío que vamos a casarnos.
La verdad es que yo tampoco.
Mi vida empezó el día que me enamoré de Siena y estoy impaciente por ver qué sucede después. Siena es mi vida.

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