Capítulo 13

13 0 0
                                    

El sol no me deja dormir lo que mi cuerpo necesitaría para recuperarse de los golpes de ayer. La luz consigue meterse por entre la hinchazón del párpado y me estalla la cabeza. Sin levantarme de la cama me aprieto el puente de la nariz, al menos está entera.
—Mierda —farfullo.
Tendría que haberme detenido antes, no es propio de mí dejarme caer al vacío. De nada sirve que me justifique, no he descubierto nada que no supiera. Ni nada que no haya provocado yo mismo.
—Joder, Jack. Tienes que dejar este caso.
Me siento en la cama y al bajar la vista veo que tengo el costado izquierdo del cuerpo de un feo color violeta. Paso los dedos por encima, tengo dos costillas rotas, quizá tres, me dolerán durante unos días y me recordarán que no puedo volver a perder el control. Busco los calzoncillos a tientas y voy al baño a vendarme.
Hacía años que el abismo no lograba arrastrarme. No soy tan fuerte ni tan frío como creía, tendré que andarme con cuidado. El rostro que descubro en el espejo del baño es el de un desconocido. Me echo agua en la cara y me lavo los dientes. Al menos tuve el acierto de no beber. Poco a poco siento que las piezas vuelven a encajar y vuelvo a sentirme cómodo en mi piel.
El incendio sucedió hace años, nunca han encontrado a los culpables. Lo sé, hace años que lo sé. Nick y Sandy fueron mis amigos en el pasado, ya no lo son. Fabrizio y Amalia me adoptaron e hicieron lo que pudieron, no puedo culparles. Lo sabía entonces y lo sé ahora.
El pasado se queda allí, en el pasado.
Yo estoy aquí y sé lo que tengo que hacer para que nada pueda volver a romperme.
Me vendo las costillas, tenso el vendaje tanto como puedo y voy a la cocina a prepararme un café. Mi despensa es patética.
Llaman a la puerta.
Puedo contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que alguien ha venido a visitarme. Mi casero solo vino una vez hace años, me imagino que nuestro arreglo le parece tan conveniente a él como a mí; le dejo el sobre con el dinero en su buzón y él no me molesta. Anderson sabe dónde vivo, siempre le he mantenido informado sobre mi paradero porque me cabrearía mucho que se presentase un día sin que yo le hubiese dado la dirección. Al menos así tengo la sensación de que le he dado permiso para hacerlo. A lo largo de los años, apenas ha venido tres veces, y las tres estaban relacionadas con un caso.
Deduzco que es él. Me froto la sien al caer en la cuenta de que lo más probable es que la pelea
de ayer en el gimnasio de Shen haya llegado a sus oídos. Tendré que aguantar el sermón, qué remedio. Tal vez tenga suerte y no tenga que pedirle que me quite el caso.
Abro la puerta resignado y cansado. No he perdido el tiempo en ponerme una camiseta. Si Anderson se presenta sin avisar bien puede verme tal y como estoy.
No es Anderson.
Sujeto la puerta con tanta fuerza que la madera cruje bajo mis dedos y los nudillos se me quedan blancos.
Es Siena.
Siena aparece.
Siena tiene que desaparecer.
—¿Qué te ha pasado?
No, no puedo mirarme así. No puede mirarme con preocupación, ni con cariño, ni con esos ojos incapaces de decidir si son verdes o marrones. Sencillamente no puede.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Me cuesta hablar, un calor insoportable se ha extendido por el interior de mi cuerpo. Ella lo interpreta de otro modo y da un paso hacia atrás. Vete.
Vete, por favor.
—Acabo de ver a Valenti —contesta. Se ha cruzado de brazos por culpa de mi frialdad—. Le diste un puñetazo.
—Sí.
—¿Esto te lo ha hecho él?
Parece furiosa, indecisa. Clava los pies en el suelo.
—No, puedes estar tranquila, tu Valenti no me ha hecho esto. No podría aunque lo intentase. Esto me lo he hecho yo.
Empiezo a cerrar la puerta.
Ella da un paso adelante y coloca una mano en la hoja de madera. Podría apartarla, si fuese capaz de respirar y de dar un paso hacia atrás, podría apartarla.
—Tendría que estar en la iglesia —empieza tras humedecerse el labio. «No hagas eso, por favor»—. Toni ha tenido que ir a ocuparse de un asunto y Valenti ha accedido a dejarme coger un taxi.
—¿Valenti tiene que darte permiso?
Me hierve la sangre. Me quema por dentro.
—Le he mentido y yo nunca miento.
—Te dije que te alejaras de mí.
—No he podido dormir. No puedo pensar. No puedo respirar.
—Tienes que irte, Siena.
—¿Lo ves? Es culpa tuya. —Le brillan los ojos—. Me dices que tengo que irme, pero pronuncias mi nombre de esta manera… —Vete.
—¿Qué te ha pasado, Jack?
Suelta los brazos y alarga la mano derecha hacia mí. Aguanto la respiración. El dolor de las costillas no es nada comparado con el que me hará ella cuando me toque. —Vete —repito. Tengo los ojos cerrados.
—¿Te duele?
Desliza los dedos por encima del vendaje. Aún puedo controlarme, todavía no está encima de mi piel, dentro de mí.
—¿Por qué has venido?
No tendría que importarme. Tendría que engañarme y decirme que no me importa.
—Tengo que entenderlo, Jack, tengo que entender qué está pasando.
Mueve la mano y la coloca en mi rostro.
Mierda. Estoy perdido.
«No sigas, no sigas». —No soporto verte así, tan herido. Nadie tendría que sufrir tanto. —Se le rompe la voz.
Abro los ojos.
—No me conviertas en un héroe, no lo soy.
Capturo su muñeca y tiro de ella hacia mí. Odio que vea a un hombre que no existe. Tendría que verme a mí, solo a mí, no a una creación de su imaginación. Siena coloca ambas manos sobre mi torso para mantener el equilibrio, sus ojos, hoy casi verdes, se abren al ver de cerca las heridas que tengo en el rostro.
—No soy un héroe —repito—. No necesito que me cures, no necesito a una amiga y no puedo enamorarme. Aquí no hay nada para ti.
No la suelto, espero a que ella se aparte o me mire ofendida o dolida. O tal vez aburrida, eso le estaría bien merecido a mi ego. Pero ella no se mueve, ni siquiera tensa la espalda o mueve las manos de donde están. Ladea la cabeza y me mira a los ojos.
—Entonces, ¿qué eres, Jack? ¿Qué necesitas? ¿Qué puedes darme?
Me sudan las manos. La curva de su cintura empieza a quedarse grabada en mi piel a través de la tela del vestido. El color de sus ojos parece cambiar frente a los míos, son demasiado perspicaces y la frialdad no les afecta.
—¿Quieres entender qué está pasando?
Aprieto las manos, la voz me sale ronca y cargada de rabia.
—Sí.
—Solo es sexo. Yo tampoco lo entiendo, la verdad, nunca me había sentido atraído por una mujer como tú. —Ese insulto le afecta un poco, hasta que me tiembla el pulso. —Si solo es sexo, nos resultará fácil solucionarlo, ¿no crees?
¡Maldita sea!
Me rio con amargura.
—El sexo entre tú y yo no será fácil de solucionar, Siena. Ayer me peleé con dos hombres, creo que tengo tres costillas rotas y moratones por todo el cuerpo, no tendría que poder excitarme. Tendría que estar medio muerto en la cama y desde que te he visto quiero arrancarte la ropa.
«Vete, por favor».
—Intentas provocarme y que me vaya.
—Intento decirte la verdad.
Ahora se ríe ella.
—¿Eso crees? Deja que te enseñe a decir la verdad, Jack.
Nunca permitiré nada tan peligroso. Tengo que echarla de aquí. Aflojo los dedos que tengo en su cintura y obligo a mis pies a dar un paso hacia atrás. Ella levanta las manos de mi torso.
Se va.
Aprieto los dientes para contener las ganas de gritar como un animal herido. Siena enreda los dedos en el pelo de mi nuca.
«Dios, no».
Tira de mí al mismo tiempo que se pone de puntillas y me besa.
No sé si iba a darme un beso de despedida, en cuanto sus labios han rozado los míos he perdido la batalla. Mi cuerpo ha prendido fuego, es repentino e incontrolable. Innegable. La sujeto por la cintura y tiro de ella hacia el interior del apartamento. Cierro la puerta con el pie y apoyo a Siena en ella.
Me besa, gime, suspira dentro de mi boca y sé que, si pudiera retenerla aquí, dentro de mí, quizá tendría una oportunidad de sobrevivir. No puedo, tengo que alejarla de mí, pero la necesito aunque solo sea una vez. Voy a morir de verdad si no la siento junto a mí, es lo más cerca que estaré nunca de estar vivo.
Baja las manos, no me aparta, yo la beso con más fuerza. Nunca he sido tan agresivo con nadie porque nunca he sentido esta necesidad por nadie. El deseo que despierta en mí Siena es incluso violento, intenta dominarme y obligarme a sentir.
Tengo que desnudarla, tengo que meterme dentro de ella y apagar este fuego.
Le desabrocho los botones del vestido sin dejar de besarla y sin apartarme de delante de ella. Mi cuerpo está pegado al suyo, la tela me roza el torso y está tan fría que me produce escalofríos. Cuando la aparto, cuando por fin mis nudillos rozan la piel de Siena, me tiemblan las rodillas.
Capturo su labio inferior entre los dientes y el suspiro de ella me acaricia la lengua. Le quito el vestido, la prenda cae al suelo y se arremolina a sus pies. Si pudiera dejar de besarla, la miraría, pero no puedo. «La próxima vez». No, no habrá una próxima vez. Tendrá que bastarme con esta, ella no querrá verme después.
Mi mano derecha se mete por debajo de la camisola que aún cubre a Siena, la arrugo entre mis dedos y le acaricio el muslo. Aparto los labios de los suyos. Es casi doloroso y la presión que siento en el pecho solo se aligera cuando los deposito en su cuello. La beso allí, hundo mi rostro en ese hombro perfecto, suave y fuerte.
Ella me acaricia el pelo.
No, no puedo permitirlo.
Es sexo, solo sexo.
Los dos lo necesitamos para poder seguir adelante y olvidarnos el uno del otro.
—Jack —susurra mi nombre y mi piel reacciona como un perro adiestrado y se eriza de principio a fin.
—Tengo que saber si has estado antes con un hombre.
Le sigo besando el cuello y noto que se sonroja.
—Jack…
Aparto los labios de su piel. La recorro con la lengua y la miro a los ojos.
—No me importa la respuesta, solo quiero saber si tengo que ir con cuidado. No voy a detenerme, Siena. Ya te di esa oportunidad. Soy un bastardo y, a no ser que me lo pidas ahora mismo, no voy a dejarte ir hasta haberte follado.
Esa palabra no le gusta, se muerde el labio inferior y entrecierra los ojos. Esos ojos siempre la traicionan, tarde o temprano alguien le hará demasiado daño y dejarán de ser tan sinceros. Odio ser ese alguien.
—No tienes que ir con cuidado —contesta aguantándome la mirada—. He estado antes con…
No le dejo terminar la frase, no puedo soportarlo. Una parte de mí insiste en que es mucho mejor así, todo sería mucho más complicado si Siena fuese virgen. Perder la virginidad puede ser importante para algunas mujeres, quizá también para algunos hombres. Es mejor así, me repito, mucho mejor. ¿Con quién diablos se ha acostado Siena? ¿Por qué no está con él ahora?
«Déjalo. Solo es sexo».
Otra parte, la que el deseo aturde de inmediato, desea durante un doloroso segundo ser de la clase de hombre que se enamora de una mujer y quiere ser el primero en estar con ella.
Estoy furioso por no ser ese hombre, estoy furioso con Siena por hacerme pensar en ello, pero me obligo a contener esta rabia sin sentido y a convertirla en lujuria.
Bajo las manos hasta el extremo de la camisola y tiro de la prenda hacia arriba para dejar a Siena en ropa interior. Ella tiembla y se sonroja, pero no retrocede y me devuelve la mirada de deseo.
—Ven conmigo.
Le ofrezco mi mano y ella la acepta sin dudar. Mi corazón intenta acelerarse y le obligo a detenerse.
Solo es sexo.
Tiene que ser solo sexo, ¿por qué iba a llevarla al dormitorio?
Me detengo y me doy la vuelta para volver a besarla. Ella me muerde el labio y se sujeta a mis hombros, se pega a mí y, a pesar de que lleva aún el sujetador, siento la presión de sus pechos. Basta.
Es demasiado. Quiero más.
Quiero más.
Camino hacia la cocina, apenas puedo dar un paso más. No aparto los labios de su boca, los besos se vuelven más húmedos, más agresivos, mis dientes y mi lengua no soportan alejarse de ella. La sujeto por la cintura y la siento encima de la mesa. Mis costillas se quejan durante un segundo, el dolor es un buen recordatorio.
Solo es sexo.
Le separo las rodillas y me coloco entre ellas. Le desabrocho el sujetador y cuando aparto la prenda y nuestras pieles se funden gimo y la beso apasionadamente. Me ahogo si no la beso y tengo miedo de no poder correr ese riesgo.
Le acaricio los pechos y ella levanta las piernas despacio y me rodea la cintura. Baja las manos por mi torso, es delicada cuando se cruza con el vendaje y sigue hasta llegar a la cinturilla de los calzoncillos, allí titubea.
Muevo una mano y la coloco encima de una de Siena. Tiembla al sentirla, pero no la aparta.
Juntos eliminamos de mi cuerpo la única prenda que me convertía en un ser civilizado. La beso con más ternura. Es un instinto extraño, quizá lo hago porque sé que cuando entre dentro de ella no podré hacerlo.
—Tu sabor me vuelve loco —le digo.
Es una estupidez y ella lo sabe, sonríe y me mira.
—Cállate, Jack.
Le sonrío y le doy un beso en la punta de la nariz.
¿Pero qué estoy haciendo?
Siena ve algo en mis ojos y me acaricia el pelo. «No, no puedo permitirlo». Muevo la cabeza para morderle la piel del interior de la muñeca y a ella se le dilatan las pupilas de deseo.
—Jack…
Sexo, es solo sexo.
Me aparto un segundo para quitarle las braguitas. Me duelen los dedos de las ganas que tengo de acariciarla, de entrar dentro de ella también de esta manera, pero estoy demasiado excitado. Lo único que me permito es colocar la palma encima de su sexo para sentir su calor y asegurarme de que está tan excitada como yo. No, como yo es imposible. Tanto deseo es doloroso.
—¡Dios mío! —farfullo.
Voy a enloquecer de verdad.
Guío la erección hacia su cuerpo. No voy a mirarla a los ojos, no podré soportarlo. La miro, no puedo apartar la mirada. Ella tira de mi y me besa al mismo tiempo que entro en ella. Durante unos segundos, creo que voy a morir.
Es demasiado.
Quema, me aprieta, es perfecto.
Me sujeto de su cintura y me obligo a quedarme completamente inmóvil. Puedo sentir el cuerpo de Siena adaptándose a mí, temblando, aprendiéndose el mío de memoria. Ella deja de besarme sin apartar los labios. Tengo miedo de estar haciéndole daño, no puedo soportar la idea de hacerle daño. Empiezo a besarla con ternura, son besos pequeños, besos que nunca le he dado a nadie. Siena respira controladamente, su aliento es una caricia en mis labios mientras sigo dándole esos besos.
Necesito que no le duela, necesito que me bese y que me desee. Lo necesito.
Suspira.
Su cuerpo tiembla de un modo distinto y sus piernas se aprietan alrededor de mi cintura, sus brazos alrededor de mi cuello y me devuelve el beso de nuevo.
Me besa.
Me desea.
Gime mi nombre y cada letra me golpea el pecho.
No, es sexo. Solo sexo.
—Siena.
Me tiemblan los brazos, no puedo respirar y no tiene nada que ver con las costillas rotas. Apoyo las manos detrás de ella, nada me gustarías más que tocarla y sentir su piel bajo la mía. No, es solo sexo.
—Jack.
Entro en su boca, la beso porque lo necesito y porque no quiero oírla decir mi nombre otra vez.
Sus manos en mi pelo, su sabor en mis labios, cada una de las reacciones de su cuerpo me pertenecen y despiertan el mío. El deseo desaparece, lo que estoy sintiendo no es tan ligero ni absurdo como una necesidad física, eso podría contenerlo.
Es instinto.
Es impulso.
Es solo sexo.
Mis manos se apartan de la mesa y suben por la espalda de Siena. Al llegar a la nuca le acarician el pelo casi por primera vez y se detienen allí, bailan con los mechones que acarician el rostro y el cuello de su dueña. Estoy partido en mil pedazos, me muevo dentro de Siena a un ritmo frenético, casi violento, quiero borrar cualquier rastro de ese desconocido que ha estado allí antes que yo. Mis brazos, sin embargo, la abrazan con la delicadeza que se merece, como si fuera la criatura más maravillosa del mundo. Ha cometido una estupidez entregándose a mí y yo soy un hijo de puta por haberla aceptado.
Intento dejar de besarla, noto su corazón acelerado sobre el mío, aprieta las piernas y me clava las uñas en los hombros sin darse cuenta. Consigo apartar los labios y abro los ojos.
—Siena, mírame —le pido.
Tiene las pupilas dilatadas, jamás podré olvidar (aunque lo intentaré) ese verde con motas doradas. Está sudada y tiene los labios mojados de nuestros besos.
Intenta decirme algo, pero yo muevo las caderas y se queda sin aliento.
—Solo es sexo —le digo.
O tal vez me lo estoy diciendo a mí.
—Jack —susurra acercándose a mí para besarme.
—Solo es sexo —repito.
Aunque me entrego a ese beso. Siena tiembla, me abraza, me besa, respira a través de mí cuando el orgasmo le gana la partida. Yo tengo un segundo para pensar que no estoy preparado para esto, no podré soportarlo.
Entonces, las murallas se derrumban, aunque solo lo sé yo, y me rindo a algo que no comprendo y que podría destrozarme y quizá reconstruirme. Pero no voy a permitirlo, estoy bien así y así es como tengo que ser para sobrevivir.
No, solo es sexo.
El beso de Siena es dulce, sabe por lo que estoy pasando porque ella apenas ha sobrevivido, sus labios me ofrecen cobijo mientras nuestros cuerpos se entregan sin límites.
Dejo de besarla. Escondo el rostro en su cuello y le doy un beso allí para no delatarme. Ella me acaricia el pelo y me besa en la mejilla.
Las piernas no me sujetan, la mesa golpea la pared de la cocina. Flexiono los dedos en su cintura, su piel me quema, nuestros cuerpos no quieren separarse y es el orgasmo más doloroso que he tenido nunca.
Minutos después, aflojo las manos y levanto la cabeza. Noto el sabor de la sangre en los labios. Me he mordido para no gritar su nombre. Ella lo ve y deposita un beso en ellos. No lo merezco.

Vanderbilt AvenueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora