Capítulo 27

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Jack
Vanderbilt Avenue
1940
Pasarme el día y la noche trabajando me ayuda a mantenerme alejado de Siena. No puedo dejar de pensar en ella, así que ni siquiera lo intento, pero después de lo que sucedió la última vez siento que debo darle tiempo.
Me comporté como un cretino y un egoísta. Mi numerito de los celos no estaba justificado, aunque si soy sincero conmigo mismo sigo teniendo ganas de estrangular al bueno de Gianni. Entiendo y sé, en lo más profundo de mi ser, que lo que Siena comparte conmigo no lo ha sentido por nadie. Pero eso no significa que tenga que gustarme la idea de que otro hombre haya estado dentro de ella y la haya besado. Yo nunca había sentido nada remotamente parecido por nadie.
Había estado con mujeres, no demasiadas, la verdad. El sexo no ocupaba ningún lugar en mi lista de necesidades hasta que conocí a Siena. Cuando necesitaba acudir a algo para olvidar o para recuperar la calma, la violencia y el dolor eran lo único que me ayudaba.
Eran lo único que mantenía a raya el vacío.
Hasta que llegó Siena y el vacío dejó de existir.
Fue doloroso, sigue siéndolo. Uno no puede llevar más de diez años sin sentir nada y empezar a hacerlo como si tal cosa. Por eso estaba tan confuso, por eso opuse tanta resistencia, porque dolía y porque me daba miedo no estar preparado para soportarlo.
Y no lo estoy. Nunca he estado preparado para Siena.
Al superintendente Anderson no le gustó que pusiera a Cavalcanti sobre aviso. De hecho, si esa noche en la biblioteca hubiera podido, me habría ordenado callar allí en medio de la negociación con Tabone. Pero mi comportamiento heroico ha dado sus frutos. En Little Italy hablan de mí como si fuera el hijo pródigo y la gente me trata con respeto y cierto cariño.
Es reconfortante, supongo, y un poco incómodo. De momento, sin embargo, me está siendo muy útil para conocer mejor a mis padres, a mis verdaderos padres. Al parecer eran personas increíbles y el barrio está lleno de gente que los recuerda con mucho cariño. Quizá algún día viaje a Italia en busca de mis raíces.
Quizá lo haga cuando tenga las mías bien plantadas junto a las de Siena.
La mañana después de que Siena se despertase en el hospital fui a ver a Anderson y le presenté la dimisión. Él la rompió ante mis narices y me dijo que me tomase unos días libres y que no dijese estupideces. Al parecer soy un «jodido buen policía» y no está dispuesto a perderme por una tontería.
Me abstuve de decirle que matar al hombre que me había criado porque este estaba a punto de degollar a la mujer que yo amaba no era ninguna tontería y acepté los días libres.
Llaman a la puerta y dejo lo que estaba haciendo, intentar colgar un estúpido cuadro en el comedor, para ir a abrir. Nick ha pasado a verme unas cuantas veces desde lo de la biblioteca. No me atrevería a decir que nuestra amistad es como antes, al fin y al cabo entonces teníamos dieciocho años y ahora tenemos diez más, pero puede llegar a ser algo muy interesante.
Abro sin prestar atención y cuando veo a Siena allí de pie me quedo sin respiración.
—Siena.
—Hola, Jack. —Ella está nerviosa, me mira, pero no se mueve. No da el paso que la llevaría a entrar en mi apartamento.
—¿No quieres entrar?
—Antes tengo que decirte algo.
«No quiero saber nada más de mí».
Veo que aún lleva una venda alrededor del cuello, es mucho más fina que la llevaba en el hospital, y ha podido hablar.
«Pues claro que va a dejarme. El hombre que me crio ha estado a punto de matarla». Me sujeto a la puerta y me digo que aguantaré estoico lo que quiera decirme.
—Te mentí, Jack.
No, no voy a poder soportarlo.
—¿Cuándo?
—Cuando te dije que me estaba enamorando de ti.
Respiro por entre los dientes. Joder, duele demasiado. Aprieto la puerta y por suerte una astilla de madera se me clava en la palma de la mano.
—No importa —me obligo a decir—. Lo entiendo.
—No, no lo entiendes. —Da un paso hacia mí.
No puedo respirar.
—Créeme, lo entiendo.
—Te amo, Jack. Te amo con toda el alma.
Jamás habría podido imaginar el impacto que me causaría oír estas palabras. Me quedo sin aliento y al mismo tiempo siento que puedo respirar por primera vez en la vida. Mi piel arde de lo rápido que circula la sangre y mis sentidos se sintonizan con esa mujer.
—Siena…
Suelto la puerta y me acerco a ella. Tengo miedo de tocarla, de que se desvanezca en cuanto lo haga o de que se quede aquí y yo caiga de rodillas ante ella.
—Te amo, Jack.
La cojo por la cintura y tiro de ella hacia el interior del apartamento. Cierro la puerta con un puntapié y aprisiono a Siena entre mi torso y la pared.
Allí estaba la primera vez que la besé.
Tengo que volver a besarla.
Siena aparece.
Siena aparece y me besa.
Siena me besa.
Siena me ama.
SIENA ME AMA.
No puedo contenerme, necesito estar dentro de ella, recuperar y acumular besos, memorizar los sonidos de su piel, dibujar caminos secretos en su cuerpo que solo yo recorreré durante el resto de mi vida.
La beso, mi lengua busca la suya, la rodea, la abraza, la saborea, no puede apartarse. Mis labios no existen lejos de Siena, allí respiran, viven, vibran. Solo allí sienten. Mis manos… mis manos enloquecen. Rompen los botones de la blusa y la desnudan con suma torpeza. Ni siquiera me importa, lo único que sé es que tengo que eliminar las barreras que me separan de ella. La blusa —rota— acaba en el suelo junto con mi camiseta, que ella me ha pasado por la cabeza. Su falda, creo que esta consigo mantenerla a salvo, también pasa a formar parte del montón de ropa. La camisola, los zapatos, mis pantalones.
Iba descalzo y me doy gracias por ese pequeño instante de genialidad.
Cojo a Siena en brazos, la levanto del suelo y la miro a los ojos.
—Si esto que siento es amor no entiendo que el mundo no estalle en mil pedazos. —Agacho la cabeza y devoro sus labios—. Es imposible que esto que tengo aquí dentro sea solo amor. Imposible. Siena sonríe y con una mano en mi nuca tira de mí hacia ella. —Dime que me amas, Jack. No te pasará nada.
—Te amo.
Vuelve a sonreírme.
—Te amo, Siena. Pero el amor es solo el principio.
No sé cómo explicarle lo que siento. No estoy siendo romántico cuando le digo que estoy completamente seguro de que no es solo amor. Lo que siento por Siena es mucho más, lo es todo. Sí, ella tiene razón al asumir que tengo miedo. ¿Cómo no voy a tenerlo?
He perdido mi identidad dos veces y he sobrevivido.
Si pierdo a Siena, desapareceré. Lo he sentido, lo sé. Joder, la necesito.
LA AMO.
Siena lo es todo.
La tumbo en la cama y le recorro el cuerpo a besos. No me bastará con uno ni con infinitos, empezaré y no acabaré nunca. Un beso en una peca, otro en la clavícula. Otro en esta cicatriz de cuando era pequeña que he decidido que me pertenece.
Le beso los pechos, no me aparto hasta que su cuerpo y el mío se niegan a separarse, pero yo sigo negándonos esa unión. Esperaré.
Esperaré.
Le beso el estómago, recorro el ombligo con la lengua y la sujeto por la cintura. Siena desliza los dedos por mi pelo y me estremezco.
Beso su sexo, ella gime y pronuncia mi nombre.
—Yo odio que otro hombre te haya visto así —confieso antes de hundir la lengua en su cuerpo.
—Nadie me ha visto así, Jack. Solo tú.
Muevo la cabeza y me prometo recordar cada uno de los suspiros que le arranco.
No puedo más.
La necesito.
—Lo odio porque yo nunca he estado así con nadie —las palabras escapan de mi garganta. Quedo completamente desnudo ante ella.
—Jack, por favor… ven aquí.
Vuelvo a besarla, sentir su placer me convierte en un ser primitivo, me reduce a la única verdad que existe dentro de mí.
Amo a Siena.
—Estaba vacío por dentro, Siena —sigo hablando, no puede quedar nada entre nosotros—. Solo podía sentir dolor.
—Chis, Jack. —Me acaricia el pelo y las mejillas—. Ven aquí. Te necesito. Te amo. Siena me ama.
No puedo más.
Me aparto de ella y apoyo el peso en los brazos. Al verla allí desnuda ante mí siento un deseo tan desgarrador que tengo miedo de hacerle daño. Lo quiero todo con ella, no seré capaz de contener nada ni de ocultarle ninguna de mis reacciones o de mis anhelos.
—Solo podía sentir dolor, Siena. Por eso iba al gimnasio de Shen a pelearme con esos pobres desgraciados, para sentir algo. Lo que fuera. Para sentir que estaba vivo. Pero ahora, contigo —me coloco frente a su cuerpo y la penetro despacio—, tengo miedo de sentir demasiado.
—Estoy aquí, Jack, y yo también tengo miedo.
—Joder, Siena, cuando estoy dentro de ti siento demasiado.
—Jack…
La beso, aparto una mano y le acaricio los pechos. Ella gime y arquea la espalda y la penetro aún más.
—Joder, es perfecto.
—Te amo, Jack.
Cierro los ojos, ella me acaricia la espalda.
—Yo también te amo, Siena.
El orgasmo me rompe y me recompone, mi cuerpo desaparece y se funde con el de Siena. Me basta con existir dentro de ella.
Siena me besa.
Siena me besa y me susurra una y otra vez que me ama.
Siena me conoce, ella sabe quién soy y me ayudará a encontrarme.
—Dios mío, Siena, no me dejes nunca. Te amo, te deseo, te necesito. —Te amo, Jack.
La abrazo, mis brazos la aprietan y me dejan claro que no están dispuestos a soltarla. Solo tienen sentido con ella. Ella me acaricia el rostro, me aparta el pelo de la frente y vuelve a besarme. El beso sigue, es dulce, es apasionado. Es el principio de Siena y de Jack. —Aún estás dentro de mí —susurra ella pegada a mis labios.
—Lo sé —sonrío.
Siena me hace sonreír.
Nos movemos de lado, Siena tiembla y echa la cabeza hacia atrás. Yo la acaricio entre las piernas, muevo la otra mano por su espalda y hundo los dedos en sus nalgas. Siena suspira en medio del beso y me hace gemir.
—Siempre había relacionado estar vivo con la violencia —le digo mirándola a los ojos. Es tan abrumador ver el amor allí reflejado—. Pero ahora, contigo, es distinto.
Tiro de Siena hacia mí, levanto una pierna y la coloco encima de su cintura para estar completamente unidos. Nuestras pieles resbalan por el sudor, los dos estamos tan excitados que nos cuesta respirar.
Siena me ama.
Tengo que cerrar los ojos un segundo, solo un segundo, para contenerme.
—Existo cuando estamos juntos, quiero besarte, acariciarte y hacerte el amor. Pero también siento el instinto animal de follarte, de gritar que eres mía y de poseer todas y cada una de las reacciones de tu cuerpo. Como esta.
Muevo ligeramente las caderas y ella abre los ojos y se humedece los labios.
—Jack…
—Y quiero que tú sientas lo mismo por mí. Quiero tu ternura y tu amor, pero también quiero tu deseo, tu verdad. Quiero que toques solo para mí, Siena.
—Jack, por favor. Ya lo tienes, lo tienes todo. —Me clava las uñas en el pecho—. Por eso estoy aquí.
—Dime que vas a quedarte.
—Voy a quedarme.
—No puedo más, Siena. —Gimo, la beso, estoy tan excitado que me duele moverme.
—Te amo, Jack.
Me rompo, me pierdo, me rindo. Siena me salva, Siena lo es todo.
Siena me ama.
Unas horas más tarde me despierto sobresaltado al no encontrar a Siena en mi cama y cuando abro los ojos salgo desnudo de ella. Si se ha ido, si me ha abandonado…
Me detengo en seco al encontrarla en el comedor observando atónita el cuadro.
—¿Estabas colgando un cuadro?
Ella también está desnuda debajo de mi camisa. ¿Por qué se me acelera tanto el corazón al verla así?
—Sí.
Siena se da media vuelta y se sonroja al descubrir mi estado, desnudo y excitado de nuevo. —¿Este cuadro?
Sí, es una imagen de Siena, la ciudad.
Soy un estúpido.
—Sí, es un lugar precioso.
Siena me sonríe.
Yo tengo que acercarme a besarla.
—Te amo, Jack.
—Ven a la cama y hazme el amor —le pido.
—Me gusta el cuadro —me dice mientras la llevo en brazos a la cama—. Me gusta estar aquí.
Vuelvo a besarla, esos besos me desnudan y me obligan a confesarle hasta mi último secreto.
—Elegí Vanderbilt Avenue porque me pareció que desde aquí podía escapar a cualquier parte.
—¿Y ahora?
Me mira, me besa. Me convierte en un idiota.
—Ahora no quiero escapar a ninguna parte.
Siena me besa, se coloca encima de mí en la cama y sonrojada pero decidida me desliza hacia su interior.
Me enloquece.
Me reduce a puro instinto.
Me arranca hasta el último temor.
—Joder, Siena. Te amo.
—Y yo a ti, Jack. —Se tumba encima de mí y me susurra al oído—: Bienvenido a casa.

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