Jack me besa.
Me besa despacio y siento su cuerpo desnudo encima de mí. Su piel está tan caliente que tengo la sensación de que si se queda aquí acabaríamos fundiéndonos el uno con el otro. La idea me asusta un poco, necesitar a Jack puede ser muy peligroso para mi corazón y este se me acelera al pensar que tal vez ya sea demasiado tarde para ser cauta.
Jack me besa.
Me besa un poco más rápido y apoya las manos a ambos lados de mi cabeza. «No, no te apartes». Un mechón de pelo negro le cae de la frente y me hace cosquillas en la nariz, él no separa los labios de los míos. Mueve las caderas y las piernas, nuestros muslos se rozan y el vello de su vientre me acaricia el estómago. Recuerdo el vendaje del primer día y me doy cuenta de que no le estoy tocando. Los besos de Jack, destinados a hacerme enloquecer, me roban la capacidad de moverme. Consigo reaccionar y con las manos busco su espalda para tocarla.
Él separa más los labios y el beso se convierte en una posesión, aunque no sé quién posee a quién. Respiro a través de Jack, siento a través de su piel, que ahora quema las palmas de mis manos.
Aparta una mano de la almohada y tras unos segundos nuestros cuerpos vuelven a unirse. Jack se queda quieto, tensa los antebrazos y su torso permanece inmóvil, ni siquiera respira.
—Jack —susurro su nombre mientras le acaricio la nuca.
Él abre los ojos y me mira, son negros y esta vez brillan de un modo distinto. Él lo sabe y no le gusta, pero me aguanta la mirada y siento en mi corazón que jamás ha permitido que nadie lo viera así.
Tiro de Jack hacia mí y le beso.
Jack me besa.
Suspira entre mis labios, los recorre con la lengua, bebe de mi aliento y empieza a moverse. Su cuerpo desprende la misma intensidad que antes, cuando él me ha demostrado lo sensual que puede ser necesitar a otra persona del modo más instintivo y animal posible, pero ahora es distinto y tiemblo de la cabeza a los pies. Ahora Jack está concentrado en mí, solo en mí, y no sé si voy a poder soportarlo.
Jack me besa.
Jack se mueve despacio, espera a sentir algo, no sé si es un temblor, un suspiro o un movimiento de mis caderas y entonces responde, calibra su reacción y la ajusta a lo que cree que necesito. Apoya el peso en los antebrazos, entra más profundamente y con las manos me acaricia el rostro y me aparta el pelo que se me ha pegado en la frente. Nuestros torsos están pegados, nuestras piernas enredadas, yo no puedo soltarle y estoy a punto de perder la cordura.
Jack me besa y se mueve despacio.
Siento que no solo me está haciendo el amor y esto tampoco es la pasión desinhibida de antes. Esto tiene que ser lo que se siente cuando otra persona se entrega a ti, cuando tu cuerpo busca desesperado la manera de meterse dentro de otro para no salir nunca.
No estoy preparada para esto, es peligroso y maravilloso. Si lo pierdo, me dolerá mucho recomponerme y no volveré a ser la misma.
Tiemblo, gimo, una lágrima me resbala por la mejilla y Jack la captura con el pulgar. Se aparta, me mira. Sé que le asusta lo que ve y que entiende esa lágrima.
Jack me besa.
El beso, la emoción que tensa los hombros de Jack y que le lleva a hundir las manos en mi pelo. La fuerza de sus piernas al buscar el secreto para no abandonar jamás mi cuerpo. El staccato con el que el corazón golpea su torso. El orgasmo que no sé si empieza en él y termina en mí o es al revés.
Su nombre en mis labios.
El mío en los suyos.
Nosotros.
Unos minutos más tarde abro los ojos y me encuentro en sus brazos. Espero que a él le duela tanto como a mí tener que soltarme. Mi rostro está en su torso, los latidos de su corazón me acarician el oído y una de sus manos, la espalda. Echo la cabeza hacia atrás para mirarlo.
¿Qué puedo decirle? Nunca me había sentido así y ninguna palabra encaja con lo que me está pasando.
—¿Por qué no tocas en una orquesta?
La pregunta de Jack es inesperada y perfecta. Sonrío y para disimular agacho el rostro y le doy un beso en el pecho, él me responde estrechándome en sus brazos.
Creo que son mi lugar preferido del mundo.
—En Italia tocaba —le explico cuando mi voz decide reaparecer—, pero aquí Luciano cree que es peligroso.
Los músculos del pecho sobre el que descanso se tensan unos segundos.
—Tendrías que tocar en una orquesta —sigue Jack—. Es injusto que nadie pueda oírte.
Vuelvo a sonreír y le acaricio por encima del corazón, este corazón que él se empeña en ocultar.
—A veces toco en la iglesia y también en casa y con la señorita Moretti. Además, si lo de mi tío sale bien, tal vez dentro de poco mi suerte cambie y pueda hacer las pruebas para la orquesta de Nueva York.
—¿A qué te refieres?
Durante un segundo me planteo si puedo contarle a Jack los planes de Luciano, y en cuanto la duda aparece en mi mente me pongo furiosa conmigo misma. He compartido lo más íntimo de mí con él, bien puedo compartir el resto.
—Luciano está arreglando las cosas para jubilarse. Por eso fue a Chicago.
Ese movimiento de antes, el de los músculos del pecho, reaparece y esta vez se queda.
—Me gustaría oírte tocar en la Ópera —dice pasados unos segundos, su voz suena igual que antes, incluso incorpora levemente la cabeza para darme un beso en el pelo—. Deberíamos irnos.
Se me encoge el corazón y aguanto la respiración. Tengo que confiar en él, no puedo permitir que las dudas que me asaltan tras estas dos últimas frases echen a perder la intimidad que hemos compartido.
Me apoyo en su torso y le miro.
—Lo que ha sucedido esta tarde entre nosotros no tiene nada que ver con mi tío, ni con la policía, ni con el asesinato de Emmett, ni con la mafia, ni con nada excepto tú y yo —suelto el aliento despacio y él me acaricia la espalda porque estoy temblando.
—Lo que ha sucedido esta tarde entre nosotros no tiene nada que ver con tu tío, ni con la policía, ni con el asesinato de Emmett, ni con la mafia, ni con nada excepto tú y yo —repite Jack solemne y tira de mí para besarme.
Jack me besa y no oculta nada en sus besos.
—Tenemos que irnos —me recuerda cuando me aparta y antes de darme un último beso.
—Lo sé.
Sale de la cama y tras recoger mi ropa del suelo la acerca a la cama.
—Un día no te dejaré marchar —afirma al dejar la ropa a mi lado y antes de que yo pueda reaccionar camina decidido al baño y se encierra allí.
Yo me quedo mirando la ropa como una idiota, ¿de verdad ha dicho eso? Las confesiones de Jack siempre me cogen desprevenida y él siempre aprovecha mi confusión para esconderse en alguna parte y recomponerse. Suspiro y empiezo a vestirme. Hoy Jack me ha dado tantas piezas del rompecabezas que es su alma que creo que tardaré un tiempo en encontrarle el sentido a todas.
Aprieto el cierre del liguero y sonrío al recordar cómo me ha desnudado, bueno, creo que a él yo también le resulto fascinante.
—¿Estás lista?
La voz me acaricia la espalda y me pone la piel de gallina cuando desde allí me sube la cremallera de la falda.
—Sí, estoy lista.
Jack vuelve a estar poco hablador, pero empiezo a distinguir sus silencios y este es de los buenos porque no me suelta la mano hasta que llegamos adonde está el Pontiac aparcado y me abre la puerta del coche. El trayecto hasta el apartamento de la señorita Moretti es corto, no tengo tiempo de decidir qué quiero decirle a Jack antes de separarnos.
No soy idiota y sé que no podemos seguir viéndonos así a escondidas. La señorita Moretti no lo permitiría y yo jamás le pediría que mintiese así por mí. Además, no me parecería justo ni para mí ni para Jack.
Detiene el coche a una esquina de nuestro destino y tengo que arriesgarme a mirarle, hasta ahora he mantenido la mirada fija en la ventanilla en un intento de esclarecer las emociones que se precipitan en mi corazón.
—No puedo acompañarte. Lo siento. ¡Maldita sea! —Parece confuso y furioso y no me mira. Ninguna de las tres cosas me gusta. Suelta el aliento frustrado y se gira hacia mí—. Tendría que haberte pedido antes que nos fuéramos del apartamento. Por culpa mía llegamos tarde y no puedo correr el riesgo de acompañarte y de que Toni me descubra contigo.
—Jack, espera…
—No, si me ve ahora, no podré ocultarle lo que siento por ti. Tienes que irte sola. Lo que siente por mí. ¿Qué sientes por mí, Jack?
—Jack.
—Esta calle es segura, no te pasará nada y me quedaré aquí hasta que entres en el portal de la señorita Moretti.
—Sé que esta calle es segura, no te preocupes, Jack.
Me muerdo la lengua y no le pregunto qué ha querido decir con «lo que siento por ti». Aunque me muero de ganas no quiero tener esta conversación en un coche y con prisas.
—Prométeme que tendrás cuidado.
Son solo diez metros, pero se lo prometo de todos modos.
—Tendré cuidado. —Sujeto la manecilla de la puerta preparada para irme, pero antes de hacerlo por fin elijo lo que quiero decirle antes de despedirme—. Tú prométeme que no volverás a desaparecer y que lo de esta tarde ha sido verdad. Jack me besa.
Cuando se decide a hacerlo es tan contundente y tan real que no puedo verlo venir ni detenerlo.
Jack me besa y cuando se detiene me acaricia el pelo y me mira.
—Ha sido verdad, es la única verdad de mi vida. Vete, no quiero que la señorita Moretti se arrepienta de habernos ayudado.
Abro la puerta y bajo del coche.
—No desaparezcas, Jack —le repito antes de cerrar y echar a correr calle abajo porque él tiene razón y se nos acaba el tiempo.
Me gusta creer que él me ha prometido que no desaparecerá.
Llego al portal y me encuentro a la señorita Moretti esperándome. Ella suspira aliviada al verme y prácticamente tira de mí hasta su apartamento.
—Me tenías preocupada —me riñe con cariño mientras subimos—. Toni está a punto de llegar.
No le contesto porque me falta el aliento por culpa de la carrera. Al llegar arriba me siento en la butaca donde suelo tocar el violín para recuperarme y apenas unos minutos más tarde alguien golpea la puerta.
Ha estado tan cerca que el corazón amenaza con salirme por la garganta. Catalina piensa lo mismo porque se sobresalta al oírlo y respira profundamente antes de ir a abrir.
No es Toni y cuando oigo la voz de mi tío hablando con la señorita Moretti estoy al borde de un segundo infarto. Tengo que tranquilizarme o acabaré metiendo la pata.
—¿Tío? —Me pongo en pie con el violín en la mano—. ¿Qué haces aquí? ¿Ha sucedido algo?
Puedo contar con los dedos de una mano las veces que Luciano ha pasado a recogerme en alguna parte y tengo que confesar que su presencia aquí me inquieta.
—No, todo está bien. ¿Por qué lo preguntas?
—Tú nunca vienes a buscarme.
—Le he pedido a Toni que se ocupase de unos asuntos y se ha retrasado un poco, así que decidí venir yo a recogerte, ¿te parece bien?
Odio que se me hiele la sangre al oír la frase «unos asuntos». Antes de Jack no habría desconfiado de Luciano y ahora lo primero que me ha venido a la mente ha sido la imagen de un imaginario contable al borde de la muerte en la cama de un hospital.
—¿Te sucede algo, Siena?
—No, nada, lo siento tío. —Me tiemblan las manos e intento disimularlo guardando el violín—.
Por supuesto que me parece bien que vengas a buscarme.
—¿Le apetece tomar un té, señor Cavalcanti? —le ofrece la señorita Moretti.
—Sí, gracias, eres muy amable, Catalina, pero creía que ya habíamos decidido que ibas a llamarme Luciano.
Catalina, mi estricta y reservada profesora de violín, una mujer dulce y con una alma empedernidamente romántica (si no, dudo que nos hubiera ayudado a Jack y a mí) se sulfura hasta tal punto que parece una gata a punto de sacarle los ojos a alguien. A mi tío para ser precisos.
—No, señor Cavalcanti, se equivoca. Habíamos decidido que usted iba a llamarme «señorita Moretti».
—No es así como yo lo recuerdo, Catalina.
—Pues lamento decirle que tiene usted muy mala memoria, señor Cavalcanti. Iré a preparar el té. Estoy tan fascinada observándoles que al final mi tío tiene que llamarme de nuevo la atención.
—¿Sucede algo, Siena?
Él está sentado en el sofá, se ha desabrochado la americana y parece sentirse como en casa. En realidad, si Catalina parecía una gata enfadada, Luciano tiene todo el aspecto del gato que se ha comido al canario.
—¿Catalina? —Le miro atónita—. ¿Desde cuándo te tuteas con mis profesora de violín?
—Siempre he sabido cómo se llama.
—Y yo siempre he sabido cuando das largas para no responder a una de mis preguntas.
—Pues, si sabes que no voy a responderlas —me dice con una sonrisa de lo más inusual en él—, no las hagas. Es una manera muy poco gratificante de perder el tiempo.
Me río y siento una punzada en el corazón al recordar a mi padre.
—Tienes el mismo sentido del humor que papá —le digo, y aguanto la respiración porque no quiero que me hable del día que los asesinaron, no quiero hablar de muertes ni de venganzas. Quiero seguir riéndome con él mientras aún siento el calor de los brazos de Jack a mi alrededor.
—Supongo que sí. —Luciano se encoge de hombros y en su mirada veo que también se está acordando de papá—, pero Cosimo era mucho más listo.
—Está bien, no me cuentes por qué te gusta Catalina, pero ten cuidado con ella. Es mi mejor amiga.
—Gracias por preocuparte por mí, Siena —nos interrumpe la señorita Moretti y mi tío entrecierra los ojos como cuando algo le preocupa o le pone furioso—, pero no hace falta. Al señor Cavalcanti no le gusto. Me imagino que lo único que sucede es que hoy estaba aburrido y ha pensado que se distraería un rato a mi costa.
—Eso no es verdad, yo… —empieza Luciano y si Toni estuviera aquí y se estuviese dirigiendo a él en ese tono de voz ya habría agachado la cabeza, pero la señorita Moretti la mantiene bien alta y lo detiene alzando la mano como cuando da clases a un niño pequeño y le pide que deje de tocar porque está destrozando la partitura.
—Usted nada, señor Cavalcanti. Ocúpese de servir el té mientras yo voy a la cocina a por el azucarero. —Mi tío rebufa, pero se dispone a obedecer y Catalina, antes de darse media vuelta, añade solo para mí—: Tú también eres mi mejor amiga, Siena.
Le sonrío porque Catalina sin duda es una amiga magnífica y sigo sonriendo cuando me siento en el sofá y espero a que mi tío me entregue una taza de té.
Me gustaría contarle que he conocido a alguien muy especial, que creo que por fin mi vida aquí en Nueva York empieza a tener sentido. Me gustaría explicarle a mi tío que desde que Jack me besó siento la música de otra manera y que necesito como nunca antes lo había necesitado tocar en alguna parte además de en la iglesia y en casa.
Me gustaría mirarle a los ojos y confesarle que Jack es el hombre que ha entrado en mi corazón y que quiero que se quede aquí para siempre. Y cuando tengo las palabras amontonadas en los labios recuerdo que no puedo decirle nada.
Jack es policía.
Jack quiere arrestar a mi única familia.
Jack me necesita.
Catalina está burlándose de Luciano por algo que ha dicho sobre Mozart. Les observo y no me cuesta adivinar que mi tío ha cometido ese error a propósito y que lo ha hecho para provocarla. Veo a Luciano sonreír y recuerdo a papá burlándose de mamá. Desvío la mirada hacia Catalina y cuando la miro a los ojos se me para el corazón. A pesar de que antes se ha esforzado por mantener las distancias y por manifestar su aversión a la presencia de mi tío, él le gusta. Es más, le gusta estar con él.
No sé si lo que estoy viendo es amor o si lo fue en algún momento. No me atrevo a suponer este sentimiento tan grande en la mirada de nadie. Pero sí que veo a dos personas que les gustaría acercarse la una a la otra y averiguar qué podrían llegar a ser, o quizá recordar lo que han sido e intentar recuperarlo.
Me pone furiosa ver que los dos se nieguen esa felicidad que todos sabemos que es tan efímera y difícil de atrapar. ¿Acaso no hemos presenciado suficientes muertes a nuestro alrededor como para saber que tenemos la obligación de atrapar estos instantes?
Voy a decirles algo, quizá los dos decidirán fingir que no existe nada entre ellos o me tacharán de infantil o soñadora. Sé cómo empezar, voy a recordarles que se supone que son muy valientes y que deben arriesgarse, pero cuando la primera palabra está a punto de salir de mis labios veo la mirada de Catalina.
Ella lo sabe y también sabe lo doloroso que es el resultado.
Se me llenan los ojos de lágrimas y levanto la mirada en un intento desesperado de contenerlas. Luciano sigue hablando con Catalina, está riñéndola por algo absurdo y ella finge escucharlo. Catalina sí se arriesgó y no salió bien.
Quizá el hombre que le rompió el corazón no fue ese amor de juventud que murió cuando no debía. Quizá fue el hombre que está ahora aquí sentado entre las dos.
Catalina ha sobrevivido y también Luciano, pero sea cual sea su historia no parece haber terminado. Y no va a terminar nunca porque no va a continuar. Ella no va a permitirlo porque aún tiene las cicatrices de la última vez que lo intentó.
Jack me besa.
Jack siente algo por mí y desaparece.
¿Algún día tendré las cicatrices de Jack en mi mirada?
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Vanderbilt Avenue
RomansaEl día que Jack cumplió dieciocho años descubrió un secreto que le destrozó la vida. Abandonó Little Italy, a su familia y a sus mejores amigos y se convirtió en lo que ellos más odiaban: un policía. Diez años más tarde, Jack vuelve al barrio para r...