CAPÍTULO DIEZ

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No llores, Nicci

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No llores, Nicci. No vayas a llorar.

Revuelvo el botiquín como loca, como desesperada buscando lo que me pidió.

Una lágrima me quema el cachete y sobo por la nariz.

Mis dedos temblorosos encuentran el blíster. Corriendo salgo del cuarto y bajo la escalera. Voy hasta la cocina pero Rashid ya no está aquí.

—¡Rashid! ¡Rashid! —grito.

En el primer sitio que atino a buscarlo es en la biblioteca, lo más cercano después de la sala.

La puerta del despacho se encuentra abierta y con prisa entro. La tensión se escapa de mi cuerpo con un suspiro, cuando recargado en el filo del escritorio está él, observándome con calma y tranquilidad, como si no hubiera estado retorciéndose de dolor momentos atrás.

Demasiado confundida y trastocada con lo que está pasando, me acerco.

—Acá están las aspirinas —musito, desconcertada por completo.

—Ya me siento bien —se sonríe, agarra mi mano, la que le ofrece el blíster y tira de mí hasta que quedo pegada a él—. Gracias.

—Mentiroso —me enojo. Es que no puede hacerme estas cosas. No puedo quitarme de la cabeza la imagen suya, llorando de dolor y ahora calmarme porque mágicamente se siente mejor—. Eres un maldito mentiroso. ¡Porqué me mientes así! 

—No te estoy mintiendo —dice en un susurro que acaricia mi cara. Sin perder la tranquilidad y su sonrisa—. Me siento bien, de verdad.

—¿Desde hace cuánto sufres dolores de cabeza? —le pregunto, haciendo caso omiso a lo que dice. 

—¡Ay, Nicci, qué importa eso! ¡Es sólo migraña, nada de otro mundo! —besa mi mejilla y mi frente, y poniendo sus manos en mi cintura se separa un poco de mí—. Estoy medio... Estresado. Por el trabajo y eso —palmea mi cadera y en acto reflejo tomo distancia. Él rodea el escritorio y se detiene a mirar la papelera. Se queda un par de eternos minutos mirándola, luego parpadea y se fija en mí—. ¿Qué tal si salimos a caminar por el jardín? Todavía falta para que se haga la tarde.

Mi entrecejo se frunce. Toda su actitud es tan extraña.

—¿No vas a ir a tu oficina?

Hace un gesto pensativo y niega.

—No. No tengo ganas.

Abro grandes los ojos ante su respuesta. Quizá ni lo sepa pero me tiene aterrorizada su comportamiento.

Realmente me urge hablar con Kerem.

—Me... Me gustaría salir a caminar contigo pero no puedo —me toco la frente—. Tengo algunos asuntos que atender y voy a estar en mi computadora largo rato. Posiblemente toda la tarde.

Al Borde del Abismo © (FETICHES II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora