-Los esposos se deben mutuamente fidelidad, confianza, amor y respeto. Tanto en la bonanza como en la adversidad. En la salud como en la enfermedad -nos dice a ambos, el encargado de llevar a cabo nuestras nupcias-. Nicci Leombardi, ¿aceptas como es...
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—¿Bueno o malo?
Su pregunta me bloquea mentalmente y tengo que parpadear un par de veces—. ¿Eh?
—Que si es bueno o malo —le veo respirar profundo. Todo su bello rostro chispea de alegría pero no sonríe. Es divinamente sexy—. Tengo por entendido que cuando pasa algo bueno, las malas noticias no se tardan en llegar.
Suelto su chaqueta por un breve momento.
Su pregunta me pone a dudar.
¿Es verdaderamente bueno o estrepitosamente malo?
«Es bueno. ¡Es buenísimo!»
Rashid me observa entre expectante y preocupado por mi respuesta y por los segundos que me estoy tardando en contestarle.
—Gitana, ¿qué tienes para decirme? —su voz se torna ronca y baja. Ya su algarabía se esfuma y ahora sólo manifiesta inquietud.
«Es bueno. Es la mejor noticia del mundo»
Abro la boca...
«Díselo! ¡Díselo, maldita sea!»
Me reto a mí misma y termino por decidirme. Si no es ahora, no se lo voy a poder decir nunca. Se lo diré y que sea lo que Dios quiera.
Me acerco tanto a él que su boca queda a centímetros de la mía. Mi familia y nuestros amigos se han quedado atrás, ajenos a lo que ocurre entre ambos y es mejor.
Los necesito lejos.
—Es una buena noticia —mi corazón late tan, pero tan rápido que golpea contra mi pecho con fuerza—. Creo que es una muy buena noticia —como puedo tomo aire—. Estoy em...
Como si un trozo de cinta scotch se pegara en mis labios, Rashid cubre mi boca con su mano y acalla mis palabras con un suave shh.
Es más, me atrevería a apostar que ni siquiera puso atención a lo último que trataba de decirle.
—Si es algo bueno, me lo dices en la mañana —su sonrisa espléndida hace que me trague todas las palabras, la incertidumbre y el desasosiego—. Ahora no —me besa en la frente—. Ahora todos nos están esperando y yo quiero que lo que resta de la noche seamos nosotros en un lugar distinto pasándola bien. Después de tanto nos lo merecemos; tú más que yo —vuelve a tomar mi mano y camina hacia el carruaje.
Mis labios se tuercen en una tenue sonrisa que no llega a mis ojos y asiento despacio, siguiéndole el andar.
Me sostiene con fuerza del antebrazo y es él quién me espera, me mira y me desea mientras subo y me acomodo. Entre los dos ayudamos a Ismaíl, que se acurruca entre ambos y cuando el resto también sube, los estilizados corceles arrancan la marcha.
Todos se ríen y charlan y se babean por el entorno principesco. Yo sólo miro sin ver, escucho sin oír y me quedo en silencio.