CAPÍTULO VEINTICINCO

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Es una caricia que él no rechaza

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Es una caricia que él no rechaza.

La dureza de su abdomen me lleva a querer tocarlo más. Me hace soñar con un beso suyo. Me pone completamente idiota.

Entiendo mis límites y la situación, pero soy una mujer enamorada. Estoy hasta los huesos por mi marido aunque su actitud sea la más indiferente y cruel.

Es la yema de mis dedos hierve cuando se desliza por su piel. Es el deseo que no puedo ni podré controlar jamás, si está cerca de mí. Es ese sex appeal que siempre desprende. La sensualidad de su postura intimidante y erguida. El magnetismo de su mirada, el color entre dorado y tostado de su piel, la decena de tatuajes que la adornan. Tatuajes que me describen, que me reflejan, que se impregnaron en él para llevarme consigo.
No puedo contenerme si Rashid es la perdición en envase de apuesto y temerario hombre.

Me quedo rígida, contengo la respiración y recorro los tatuajes que adornan la V en su cadera con tanta lentitud que me quema hacerlo.

El silencio en el cuarto es casi sepulcral.
Creo que puedo oír el latir desesperado de mi corazón.

De a poco, con temor e incertidumbre levanto la mirada. Es un recorrido que nace en la mata de vello oscuro debajo de sus abdominales, asciende por su pecho y se detiene justo en sus ojos cerrados. Noto su respiración agitada e incluso percibo el gusto que le da la sensación de mi caricia en su cuerpo.

Podrá haberlo olvidado todo, pero el placer de su piel rozando la mía... Jamás.

Se está mordiendo los labios, algunas venas resaltan en su cuello y tiene la cabeza ligeramente echada hacia atrás.

Le gusta.

Nos gusta.

En poca o mayor medida nos necesitamos. Sea en la circunstancia que sea, nos necesitamos.

Puede que esté mal, pero esa dependencia casi infernal que nos ata el uno con el otro es nuestro imán. Pase lo que pase el hecho de que lo nuestro es amor, es asfixia, es celos, y una tremenda montaña rusa emocional, no va a cambiar.

No quiero que cambie.

Su cara.

«Dios»

Su cara es arte.

Me inclino a ella despacio, esperando porque me detenga en cualquier momento, pero no lo hace. Acerco mi nariz, respiro sobre su mentón y entrecierro los ojos cuando el calor de su aliento, mentolado por la medicación y el té de hierbas del desayuno, roza mis mejillas.

Tengo su boca tan cerca y me apetece tanto besarla. Sus labios gruesos, perfilados, apretados en un trazo severo me están haciendo una invitación que no sé cómo podré rechazar.
Son pocos centímetros los que lo separan de mí y aunque quiero reducirlos a nada me mantengo quieta. Todavía me atemoriza su reacción.

Al Borde del Abismo © (FETICHES II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora