CAPÍTULO DIECINUEVE

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El llanto que intento retener me ahoga

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El llanto que intento retener me ahoga.

Me cuesta el corazón separarme de mi arabillo. Me mata el desespero de tener que quedarme aquí, en un privado de espera mientras él entra al quirófano.

En verdad, no hay palabra que defina lo que estoy sintiendo.

A sus espaldas un hombre se aproxima, y de forma instintiva avanzo hacia mi marido.
El sujeto me mira con cautela y cuando queda al lado de Rashid me extiende la mano.

—Soy el neurocirujano que intervendrá a su esposo: Doctor Valente Alves —estrecho el saludo—. Mi equipo médico se encargará de comenzar los últimos análisis con urgencia y luego, procederemos a la operación.

Me limpio las lágrimas y omito presentarme. Solamente entre súplicas le pido que lo salve. Como su mujer y la madre de su hijo, necesito que le salve la vida y que me lo traiga de regreso.

Ojalá me lo traiga de regreso.

El hombre canoso, delgado y de baja estatura asiente con tranquilidad—. Haré todo lo que esté en mi poder...

—Nicci —intervengo—. Mi nombre es Nicci.

—Haré todo lo que esté en mi poder para garantizarle una cirugía exitosa, Nicci —ladea una tibia sonrisa y mira a Rashid por un momento—. Miguel, el enfermero que lo condujo al vestidor afirma que es un hombre duro y determinado. 

—Lo... Soy —balbucea, no muy convencido.

Trato de respirar profundo pese a que la angustia me aplasta el pecho sin contemplación. Tengo los nervios a flor de piel. Creo que estoy a punto de enloquecer de la incertidumbre.

—Señora, si tiene dudas o consultas qué hacerme, éste es el momento —despacio niego. No sé siquiera lo que hay en mi cabeza ahora. Estoy en blanco—. Entonces bien —mostrándose complacido, de nuevo se vuelve a Rashid—, es importante que se quite todas sus piezas de joyería.

Arrugo el ceño y mi arabillo me imita.

—Pero si no tengo ninguna joya —dice.

—La alianza —aclara el Doctor Valente—. Es importante que se quite la alianza de matrimonio.

Automáticamente le escucho, una punzada de agudo dolor me atraviesa a la mitad. Por primera vez en tres años de casados, Rashid va a despojarse del anillo.
Jamás imaginé que algo tan banal fuera a causarme tanto dolor.

Me observa fijamente unos segundos, traga saliva temeroso y se muerde el labio. Vacila al principio pero obedece al final.

Me amarga la secuencia de acciones en dónde hace girar la alianza de oro, la mueve varias veces y se la saca del dedo.

—Cariño —acorta la distancia que nos separaba y extiende las manos hacia mí. Sus dedos van directo a mi nuca y desabrochan la cadenita en oro que tanto amo. La cadenita con un varoncito que él me regaló el día en que Ismaíl nació—. No llores más —el anillo; su anillo, se desliza por el finísimo hilo dorado que uso y cuando queda al lado del dije, vuelve a prender mi cadenita—. Aparte volveré por ella.

Al Borde del Abismo © (FETICHES II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora