—No, no —empiezo a sacudir la cabeza—. Eso no puede ser ni remotamente posible. ¡No! —me altero—. ¡Qué bobada es esa!
Valente arquea una ceja y hace cara de "puede ser muy posible"
—Como te dije no es mi intención incomodarte, pero mi deber como doctor, sea la especialización que sea es advertirle a una persona, cualquiera, si algo en su cuerpo no anda bien.
Me toco la frente con frenesí y me encorvo.
Me encantaría sentarme en un rincón, abrazar mis rodillas y que nadie me hablara.—Puedo tener una gripa —replico de forma ausente.
—Sí... —concuerda— Como tal vez podría ser un embarazo o una enfermedad mortal. No eres doctor, Nicci. No puedes hacer un diagnóstico de tu cuerpo. Mi responsabilidad es ponerte bajo aviso, ¿lo entiendes?
Sus palabras entran por uno de mis oídos y salen por el otro sin permitirme siquiera razonar lo que me habla.
No debo estar embarazada.
Eso sería lo peor que me podría pasar ahora.
No puedo. No puedo. No debo.
—Nicci —su mano se posa en mi brazo, pero yo no lo miro siquiera.
—No... —digo meciéndome de adelante hacia atrás.
—Observo las reacciones de mis pacientes y de los allegados de mis pacientes. Como mencioné no soy ni ginecólogo ni obstetra pero hay ciertos vestigios anatómicos y corporales que alertan.
Su palma abierta va a mi espalda para frenar el balanceo que lejos de calmarme sube mi adrenalina a niveles inexplicables.
—¿Cómo que?
—Te duermes en las sesiones de tu esposo —dice en un murmurllo conciliador que me abochorna—. Diez o quince minutos. No comes y eso que a veces estamos hasta pasados del mediodía trabajando con Rashid. Siempre estás pálida y desmejorada y te quejas de las constantes náuseas, de tus faltas de apetito o de tus hambrunas voraces y repentinas. Sales corriendo al baño con las manos cubriendo tu boca al menos dos veces en el correr de la mañana —lo observo, tan tranquilo, conteniéndome—. Aunque conversemos sobre suposiciones es mejor que te trates, te hagas los estudios clínicos y asimiles lo que te digo... Porque estoy seguro de tu embarazo.
—¡Soy tan estúpida! —me golpeo la frente con la palma de la mano—. ¡Qué idiota que soy!
—Nicci...
—No valen las justificaciones, Valente. He tenido mi cabeza tan puesta en mi marido, en mi hijo y en toda esta estresante y lapidante mierda que me olvidé de cuidarme. ¡Me olvidé! —suelto una carcajada—. ¿Cómo es posible que una mujer se olvide de cuidarse?
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Al Borde del Abismo © (FETICHES II)
Romance-Los esposos se deben mutuamente fidelidad, confianza, amor y respeto. Tanto en la bonanza como en la adversidad. En la salud como en la enfermedad -nos dice a ambos, el encargado de llevar a cabo nuestras nupcias-. Nicci Leombardi, ¿aceptas como es...