-Los esposos se deben mutuamente fidelidad, confianza, amor y respeto. Tanto en la bonanza como en la adversidad. En la salud como en la enfermedad -nos dice a ambos, el encargado de llevar a cabo nuestras nupcias-. Nicci Leombardi, ¿aceptas como es...
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Le veo suspirar profundo. Con sacrificio se levanta del sillón y camina hacia las escaleras.
—¿A dónde vas? —pregunto, siguiéndolo con la mirada.
—A dejar de perder el tiempo —sube los primeros escalones—. Deberías hacer lo mismo.
—¿Qué? —pregunto contrariada—. ¿Qué dices? —voy tras él y me paro al pie de las escaleras.
—Habibi —se detiene y me observa por encima del hombro—: arma las maletas y avísale a Meredith —sube un par de escalones más—. Ya escuchamos al doctor: la habitación del hotel está reservada y yo, la verdad es que quiero ver a ese bendito neurólogo cuánto antes.
Muevo la cabeza de un lado al otro y no puedo más que aceptar lo que dice. Tiene razón. Cuanto antes nos marchemos, mejor.
Doy vuelta, camino por la sala, voy al rincón más lejano y me paro a pocos metros de mi hijo, que se frota los párpados y bosteza sin cesar.
—A veeer... ¿Dónde está el bebé más hermoso de mamá? —me contengo de reír cuando veo que sobresaltado salió corriendo y terminó escondiéndose detrás del sofá. Dejó sus regordetas piernas al descubierto y escucho su risita acelerada—. Ismaíl —canturreo con diversión—. Bebé de mami, ¿en dónde te escondiste?
Sus carcajadas llenas de adrenalina y emoción hacen eco en la sala y sin esperar un segundo más, pega un salto y corre a mis brazos.
—¡Aquí estás mi pequeño travieso! —beso con frenesí sus suaves mejillas—. Hoy vamos a comer, bañarnos y dormir temprano —agarro su manito y los dos caminamos a la cocina.
—No, mamá, no. Maño no.
Alzo mis dos cejas y lo miro de reojo.
—Baño sí —me frunce el ceño y por dentro me muero de risa.
Es tan rebelde y tan adorable. Y está tan agotado también, que no vacilará ni un segundo en devorarse lo que ponga en su plato, bañarse en la tina y quedarse completamente dormido.
Llegamos a la cocina y el aroma a pasta con salsa invade mi nariz. Esa salsa que a Meredith le queda deliciosa. Nata, tomates, hongos y jamón.
—Huele riquísimo.
Le echo un vistazo a la pasta en hervor, agarro platos, cubiertos, el vaso de Ismaíl y todo lo dispongo en la mesa, mientras mi niño intenta subirse por sí solo a la silla.
—Quería ponerle albahaca —murmura, concentrada en el sartén—. Pero supuse que iba a quedar muy fuerte —hace una pausa—. Por cierto Nicci, mañana vienen los jardineros y las dos mujeres que contrataste para la limpieza de los ventanales y los balcones.
Le sirvo jugo de frutas a Ismaíl y en lo que demora en hacerse la pasta, me quedo pensando.
Me había olvidado completamente de cancelar al menos por esta semana los quehaceres domésticos.