CAPÍTULO SESENTA

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CUATRO MESES DESPUÉS

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CUATRO MESES DESPUÉS...

—Mi vida —su mano abierta en mi costado me sacude suavemente—. Mi pelota favorita que tanto me desquicia, despierta.

Ignorando lo que dice me doy una vuelta en la cama, regalándole mi espalda y toda mi indiferencia.
Restrego la nariz contra la almohada y finjo estar profundamente dormida.

Es un tarado.

Un reverendo tarado.

De unos meses a esta parte dejé de ser la belleza, la gitana, o su habibi y me transformé en pelota linda, bolita, gordibuena, gordita.

Me creció la barriga, el trasero, las tetas, las piernas y el morboso marido que tengo se da el festín por las noches con mis nuevas curvas pero durante el día me convierto en su chancha Nicci de Ghazaleh. 

No me quejo de sus atenciones, de cada cosa que se me antoja tragar como muerta de hambre, de cómo me cuida cuando lloro desconsoladamente, cuando los calambres y dolores me ponen de muy mal genio y ni se diga de esas veces en que acompañarme se transforma en su pasatiempo preferido.
Cuando las hormonas elevan mi dopamina hasta la estratósfera y me lo follo incluso con la mirada.

—Árabe insoportable... No existo —digo en un ronroneo que sale ronco y entrecortado—. Déjame dormir un rato más que tengo sueño.

A las risas se pega contra mí y pasa su brazo por mi torso, apoyando la mano en mi gigantesca panza.
Se me subió la camiseta y al estar destapada le facilito buscar las pataditas y respuestas de nuestra beba.

Sonrío con comodidad pero de repente esa comodidad se transforma en una incontrolable molestia y asfixia.

Empiezo a moverme para quitar su brazo de mí. Tengo un bochorno y su cercanía me sofoca.

—Me estás aplastando —me quejo incómoda y furiosa, porque no para de reírse.

—Tampoco exageres, pelotita.

Me sacudo con mayor ímpetu cayendo en ese descontrol matutino del que Rashid se hace un show.

—¡Quítate! —le doy un manotazo y se aleja muerto de risa.

Una deliciosa risa que me deja los pelos como escobillón.

—Me encantaría ponerte esta barriga con todo lo que conlleva cargar un bebé dentro a ver si te ríes así.

—Por suerte yo solamente soy el ingrediente y no el horno donde se cocinan.

Me enderezo con lentitud y le tiro la almohada directo a la cabeza.

Me saco de la frente algunos mechones y me lo quedo mirando con el ceño fruncido.

Está guapísimo... Pero eso no lo hace menos engreído.

Al Borde del Abismo © (FETICHES II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora