CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

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—Feliz cumpleaños, habibi —dice Rashid de pie al final de las escaleras—

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—Feliz cumpleaños, habibi —dice Rashid de pie al final de las escaleras—. Estoy desmemoriado pero este día no me lo habría olvidado por nada del mundo —extiende una mano hacia mí, cuando piso el último de los escalones—. Bonito suéter el que usas.

Sobo por la nariz y me limpio las lágrimas con el dorso.

—Es tuyo, ya lo sé —sonríe y su mirada cargada de picardía se achina—. Tenía frío, tu ropa siempre es más abrigada que la mía.

—Claro —su voz suena burlona—. Mis camisetas, mis calcetines, mis camperas y mis buzos siempre son más abrigados.

Arquea una ceja y el resto de los presentes se ríen.
Es muy grata la sorpresa de verlos a todos aquí, cuando pensé que iría a dormir sin un saludo de absolutamente nadie.

—¿No piensas bajar a recibir el tirón de oreja? —insiste, luciendo su mejor semblante y sus mejores galas.

Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que usó traje de etiqueta.
Creo que fue antes de viajar. Incluso me atrevería a apostar que lo vi trajeado en la fiesta aniversario del centro de Spa. Hace casi tres meses.

Existen muchos colores que a su piel, a su cara y a su porte le sientan de maravilla, sin embargo el negro en él será siempre mi debilidad.

La marca Armani, fina y discreta, las camisas Polo, igual que su perfume favorito y la pulsera gruesa de eslabones forcet en oro blanco que le obsequié en nuestro primer aniversario y que hoy volvió a usar, hacen de mi sexy marido un hombre encantadoramente arrogante, que desprende magnetismo y elegancia.

—¡Eres demasiado adorable! —me lanzo a sus brazos y dejo que ellos rodeen mi cintura, que su nariz juegue en mi pelo y que al final me bese en los labios con ternura.

—De verdad no quise entristecerte —me susurra de forma que solamente yo le escuche.

—Ya no importa. No lo ignoraste. Nadie lo ignoró, y eso es lo que me tiene tan feliz justo ahora.

Me separa de su pecho, agarra mi mano y besa mi palma.

Estoy intrigada por la vestimenta de todos. Y nerviosa. Y ansiosa. Estoy peor que Ismaíl cuando le traen un obsequio.

—Teniendo en cuenta cuánto has extrañado a tu familia, pensé que una buena manera de celebrar sería trayéndolos aquí, con nosotros —sus dedos se enredan en los míos y hace que voltee a dónde mis padres, Bruna y mi pequeño en sus brazos, Alex, Kerem, Stefano y Meredith esperan, expectantes a intercambiar un abrazo conmigo.

Me río aunque sigo derrando lágrimas. Aprieto sus dedos y dejo que su beso recorra mi cuello en lo que reúno fuerzas para ir al encuentro con mis progenitores. 

—Te vas a deshidratar si continúas llorando —murmura—. Anda, ve. Ellos se mueren por abrazarte.

Me suelta y no dudo ni dos segundos en ir a los brazos de ambos.

Al Borde del Abismo © (FETICHES II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora