CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

56.5K 4.9K 652
                                    

—Nichita, Ismaíl se quedó dormido

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


—Nichita, Ismaíl se quedó dormido. 

Doy un último trago a la lata de cerveza y miro a Alex. Tiene las manos levantadas, a mi hijo con las piernas sobre su regazo y trae una cara de "no sé qué demonios hacer con esto"

—No te muevas, no hables, no respires —dejo la lata vacía sobre la mesa y me levanto del sillón.

No estoy ebria pero hace mucho no tomo alcohol, y dos latas de cerveza rubia bastaron para hacerme tambalear y reír por nada.

—¿Vas a probar el postre? Trajimos un lemon pie delicioso.

La voz de Bruna me produce aturdimiento y su cara me molesta.
Se la pasó toda la noche sonriendo y bromeando, como si nunca hubiera aparecido Kerem en esta casa.

—No quiero postre —murmuro, acercándome a mi pequeño.

—¿Traigo más cervezas? —insiste.

—Tomé dos y es más que suficiente.

—¿Rashid, otra cerveza?

Inspiro hondo.

Nadie quiere otra cerveza.
Quiero que te vayas de una vez, Bruna.

—No, gracias —mi hombre ardiente me toca los hombros—. Deja gitana. Yo lo llevo a su cama.

Me vuelvo hacia él y sonriendo le apunto con el dedo.

Bah... Apuntar.

Prácticamente le apuñalo la boca con mi índice.

—No estoy en peda —digo, dejando escapar una risita.

—No, claro que no —se contagia de mi sonrisa y pone a mi corazón a mil cuando sus dientes se asoman entre sus labios—. Pero... Hoy me toca a mí llevarlo a la cama.

Me rodea y va hasta Alexander.

El cuidado con que carga a Ismaíl me estremece y me llena de emoción.
Es inexplicable pero mi pecho desborda alegría al verlo.

Con nuestro bebé brazos, besándole la mejilla cada dos minutos y dándole arrumacos, camina hacia las escaleras.

—¿Me vas a perseguir hasta la habitación, patrona?

Sube los escalones y con las risas de fondo de Bruna y Alexander, lo sigo de atrás.

—¡Pues claro! —rechisto—. Que te toque cargarlo no significa que no pueda controlar cómo acuestas a mi hijo.

—Nuestro, nena —suelta un bajo y sexy intento de carcajada. Algo que suena más a bufido.

—En porcentajes, es más mío que tuyo —le discuto.

—¡Ah! ¿Y con qué vas a fundamentar eso mujercita?

—Es simple —soplo—. Lo tuve nueve meses dentro de mí, y salió de mí. Claramente es más mío que tuyo.

Al Borde del Abismo © (FETICHES II) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora