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Los días pasan y nuestra estadía en Múnich continúa, es muy placentera. El señor Eric va mejorando, días atrás ya ha podido salir de la habitación, el rojo en sus ojos no está más. Ambos hemos estado trabajando desde acá en nuestras respectivas ocupaciones, las más veces, Paul está centrado en la portátil, mucho de lo que hace yo no tengo idea de lo que es, porque con facilidad me aburro de estar todo el tiempo pegados, por lo cual, trabajo desde lejos en conjunto a Braulio con los detalles de lanzamiento del libro y sus respectivas firmas de autógrafos, que en su totalidad deben ser dentro de la ciudad, puesto que las fechas coinciden con mis últimas semanas de embarazo y por orden médica, en el último mes es inapelable el descanso total.

Por otro lado, he tenido la oportunidad de hacer breves recorridos por la ciudad, puesto que no puedo caminar demasiado, el cansancio llega demandado pronto. Compras, comidas, paseos y más compras para Rose por parte de su abuela, bisabuela, tía y... Yo quedo loca con tantas cosas, todo está siendo enviado a Seattle por traslado. La señorita Zimmerman, coge las noches para hacerse sentir, no hay una sola de ellas en que haya podido dormir con tranquilidad, puesto que mi hija hace lo posible para despertarme, mientras su padre duerme a placer, más allá de que en ocasiones se despierta al sentir mis movimientos en la cama. Para no variar, tengo los pies como globos y ni que decir de los tobillos que son como pequeños embutidos a punto de escaparse. El uso de vestidos prenatales es inevitable, la ropa casual no me entra, puesto que parece que cada que alguien sabe de mi embarazo, mi tripa crece, ahora mismo soy un tonel... De ancho y feo.

El espejo me da impresión, verme es terrible... ¿Qué ha sido de mi? Estoy gorda, inflamada de todos lados y hasta tengo cachetes, indicio de que me estoy pasando con la alimentación desbalanceada. Pero, ¿Quién puede rechazar lo que ofrece la suegra? Digo, es por el bien de la convivencia. Al estar en la semana veinticuatro, toca la revisión mensual y la ecografía del segundo trimestre, cosas que deberán realizarse aquí, para luego ser enviada a la doctora Smith y así ella lo pueda anexar a mis archivos de control. Marta nos ha conseguido la cita con una amiga suya dentro del hospital donde trabaja, en los pasillos nos encontramos con su esposo Drew, el doctor Schei... ¡Jodidos apellidos complicados! Scheidemann. Es de ver y no creer los formales que son en el trabajo, van de doctor y doctora en su trato, quien los viese, jamás imaginaria que comparten la misma casa y sortijas de matrimonio. Pongo los ojos en blanco, otra vez... Otra vez.

—Paul, me estoy meando de nuevo. —Mantiene su mano sobre mis hombros. — ¡Es en serio, joder!

—En el siguiente piso, está la consulta. Ahí podrás ir al baño.

—Quiero ir ahora, jodidamente... Ahora... Mismo. Es decir, ya.

—Mira Paul, si una mujer quiere mear en ese estado, le traes el bote hasta sus piernas de ser posible. —Le riñe. —Ven, Phoebe. Y tú, sobrino mío, ve con la secretaria de la doctora para confirmar la cita.

Ella tira con suavidad de mi brazo para guiarme a los baños que se encuentras a no más de unos cuantos metros. Mi mal humor se va cuando mi vejiga queda nuevamente vacía, tras subirme los calzones de abuela salgo para lavarme las manos. Ella está esperando ahí y me tiende la toalla de papel para que me seque.

—Estos hombres no entienden nada. —Murmura burlesca. —Una debe tenerles paciencia como un santo.

Solo sonrío, yo no puedo quejarme del esposo consentidor que me ha tocado, aunque a veces su cabezota no le permita pensar con claridad. Al llegar a la sala de espera, ella se despide puesto que tiene pacientes por atender, le agradezco por habernos acompañado. Tomo lugar en el sillón donde Paul está sentado cómodamente.

LA CHICA DE UN ZIMMERMAN (TWO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora