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¡Agruras!
Las odio.
Las detesto.
Son insoportables.
Siempre me digo que no me levantaré a tragar a media noche, pero me resulta imposible no hacerlo, ¡Me gana la ansiedad! Ayer, me tragué un bote lleno de helado de fresa... ¡Sola! Si, muy feliz yo, pero ahora estoy por doblegarme.

—Phoebe, ¿Otra vez? —mi amor aparece en la cocina, donde estoy sirviéndome agua para tomar un poco antes de irnos. Tiene en su mano, mi toalla colgando, ruedo los ojos. —No es tan complicado volver a colgarla cuando la desocupas.

—Pareces una niña quejándote de ese insignificante detalle, hombre que se me ha olvidado volverla a poner. Dámela, la voy a poner antes de que se te reviente el hígado.

—Ya que, la pondré en el cesto de la ropa sucia, y bueno, Picky amablemente se ha acostado sobre ella. —Abre el compartimento que da acceso al área de lavado y la tira. —¿Podemos irnos ya?

A Zimmerman le pica una nalga, definitivamente.

—¡Picky! —Grito para que el peludo me escuche, viene corriendo a todo lo que da, e inclusive se pasa por unos metros de donde estoy. —Vámonos, precioso.

Paul pone mala cara, el animalito camina a mi lado hasta llegar al ascensor. Picky no necesita estar con la correa, es muy bien portado. Al llegar abajo abro la puerta de atrás para dejarle subir. Mi gruñón hace lo mismo que yo pero en el asiento del copiloto para que pueda entrar. Nos detenemos al ver llegar a Nancy, avisó que vendría algo tarde porque tenía que solucionar unos problemas. Me meto al auto en cuanto noto a mi peludo en la ventana gruñendo, otro que no está de humor. Él se coloca en la parte del centro para que le acaricie la cabeza, tras unos cuantos tos minutos, Paul toma su lugar para poner el auto en marcha. Ha insistido en irme a dejar en la casa de mis padres, y yo pues, no he puesto resistencia. Nos llevamos todo el camino en silencio, continúa molesto por el pequeño error de la toalla. El tipo es tan loco con la cuestión del orden, que se ha convertido ridículamente en mi madre, me riñe cual cría y no, yo voy a darle guerra. Digo, para acostumbrarse para cuando le toque cuidar a Rose.

Detiene el auto cuando llegamos al portón de la casa de mis padres. Lo miro, yo no puedo verle molesto, si yo necesito cariño.

—¿Quieres entrar? Podría ponerte un parche pequeño para cubrir el golpazo. No quiero que en Müller se rumore que sufres maltrato de mi parte —enuncio divertida. Las comisuras de sus labios se enarcan levemente.

—No, así estoy bien. —suelta su cinturón para inclinarse hacia mí —No puedo estar molesto contigo.

—Lo sé, es parte de mi encanto. —me mofo. Tomo su rostro entre mis manos, su barba sensual me puede. Le doy un beso en los labios. —Nos vemos en casa, más tarde.

Bajo del auto con la ayuda de Radamel, ¿Y este hombre cuando volvió? Me encojo de hombros y lo saludo con una sonrisa sincera, mientras cierra la puerta.

—Phoebe —giro un poco para ver a Paul. Tiene una de esas sonrisas que matan, haciendo guasa dice: —Pórtate bien, cariño.

—Ya te digo yo lo mismo a tí.

Entro a casa una vez que le he visto marcharse. El jardín de la entrada siempre me ha encantado, pero últimamente luce espectacular, y justo allí es donde se queda Picky. En la sala me encuentro a Gail, está viendo el cambio de las cortinas, los años van tocando a mi madre y su obsesión de edad es la de cambiarlas cada que sea posible, temo que algún momento desee ponerlas del color que vista ese día.  Le pregunto por mi abuelo, y me indica que está disfrutando del día en el jardín, en el camino, Sophie me sorprende, apareciendo de la nada, le sonrío.

— ¡Phoe! Ya veo que no me mintieron al decir lo hermosa que estás, mira que belleza de mujer —dice dándome un abrazo. — ¿Y esta niña cómo va?

LA CHICA DE UN ZIMMERMAN (TWO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora