Capítulo 40.

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Erick.

—Vaya por fin al chico se le ven los dientes — mi sonrisa se desvanece al oír su comentario— tuviste que haber venido antes linda — le dice la terapeuta mirando a Mackenzie.

—En el cerebro esta la zona de la corteza prefrontal del lado izquierdo, principalmente se asocia con las emociones de felicidad. Sin embargo, también intervienen el hipocampo, por la memoria, y la zona occipital, vinculada a la vista, así que para que la alegría sea expresada necesita un estímulo, puede ser un recuerdo placentero o algo que se ve en el momento— La señora Philips la mira impresionada, me lleno de orgullo, es más inteligente que muchas personas.

—Es una educativa información — ella solo asiente — el pobre chico rubio ha tenido que aguantar todo lo suelta este demonio, lo compadezco — dice mientras estira un poco más mi pierna sacándome una mueca de dolor.

— ¿Sabe que la puedo escuchar? — le digo de malhumor — además usted no ha sido muy buena con mi pierna.

—Soy la mejor en lo que hago pero tú no pones de tu parte, siempre estas llevándome la contraria en todo — estira un poco más mi pierna haciendo que duela, esta mujer es el diablo.

—Siento que necesitan un descanso — se interpone en nuestro pequeño duelo verbal — puedo ayudar a Erick mientras usted respira un poco, lo necesita —la señorita terapeuta le sonríe a Mackenzie y a mí me da una advertencia con la mirada antes de salir.

Estoy sentado con las piernas estiradas y noto como Mackenzie se sienta en la misma posición que yo.

—Al parecer te has ganado una nueva amiga — sé que habla de la señora Philips.

—Esa mujer y yo nunca nos llevaremos bien, sé que me odia y es algo mutuo.

—Vamos, deja de ser tan gruñón solo intenta hacer su trabajo.

—No lo dudo — me preocupa lastimarla, pero debo estar seguro — ¿tú sabes lo que haces? — pregunto con cierto miedo, no es que no confié en ella, pero si vamos al caso no ha tenido mucha experiencia en otros campos, solo con la música.

—Siento que sí, he observado lo que ha hecho estas dos horas lo tengo almacenado en mi mente listo para darle uso — estira sus manos y las tiende esperando que las agarre.

— ¿Por eso estabas tan callada? — agarro sus manos y sonríe como dándose cuenta de algo.

—Sí, soy la clase de persona que observa mucho todo a su alrededor y luego intento actuar, por eso me cuesta adaptarme un poco a las situaciones cotidianas — habla con mucha tranquilidad, eso me sorprende. ¿Dónde está la Mackenzie que tenía cierta inseguridad en sus ojos cuando hablaba de algo?

Se estira hacia atrás y siento como en mi espalda mis huesos crujen un poco, debería hacer más ejercicio, aunque dudo que llegue muy lejos con muletas, terminaría besando el suelo y no me agrada la idea.

—Entiendo, aunque creo... — me detengo al sentir una especie de corriente por mi pierna derecha, ahogo el grito del dolor para evitar que se preocupe. Al notar la mirada que me dedica me doy cuenta que no fingí muy bien.

—Lo siento si te hago daño— sus mejillas se tiñen de un color rosado — lo haré con más cuidado, estas muy tenso.

—Mi pierna no funciona y también influye que tú no sabes lo que andas haciendo — Mackenzie me mira como si estuviera analizando cada una de mis palabras.

— ¿Sabes lo que dicen del miedo?— niego muy confundido, no sé qué quiere decirme — es capaz de congelar hasta el más valiente.

—No tengo miedo Mackenzie.

Una Inesperada Casualidad - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora