12: Miradas

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chapter 12: el de cuando dos miradas se cruzan

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«Berenice Black había sentido el frío colarse por sus huesos, había sido partícipe del gélido escalofrío en su nuca y de como sus labios se entreabrían resecos dejando escapar un grito.
En pocas palabras, ella había visto como la muerte había llegado y se había detenido a pocos metros.

Había sido una tarde de otoño, Berenice había bajado al vestíbulo a la vez que varias hojas secas golpeaban las amplias ventanas arrastradas por el viento. En su cabeza solo estaba gritar al viejo elfo, Vanir, porque estaba tardando demasiado en acatar las órdenes de su madre.

Los pasos apresurados de la niña hicieron que las grandes orejas de la criatura se movieran en dirección al sonido, porque Vanir siempre hacía eso, estarse atento a sus señores y en especial a la pequeña que parecía atraer a los problemas.
Berenice se tapó la boca con las manos al ver como su amigo estaba recostado sobre el frío suelo de mármol y corrió hacia él con un nudo en el pecho.

—. ¡Vanir!

—. Váyase, ama— el elfo sonrió levemente, queriéndola proteger de ver una visión tan dolorosa. Berenice era muy joven para conocer a la muerte todavía.

Berenice entonces entornó los ojos al darse cuenta de la fina y alargada mano que reposaba en el hombro de Vanir, alzó la mirada recorriendo la oscura túnica que la vestía—. ¿Quién es usted?

Allí se alzaba ante ella, tan amigable como imponente, con unos ojos irónicamente llenos de vida y un rostro que no guardaba ningún secreto—. Todavía no hemos de conocernos, niña— se acercó a ella depositándole un beso en la frente.

Las viejas paredes de la casa crujieron cuando Berenice bramó un grito desolado, porque el peso de la mano en su hombro había desaparecido instantáneamente llevándose consigo al brillo en los ojos de Vanir.

Si los señores Black hubiesen conocido en ese momento cuando bajaron a ver que había ocurrido que su casa había acogido al auténtico amo de la muerte, sus creencias hubiesen desaparecido tan rápido como todo rastro de vida en la mirada del elfo que yacía, muerto, en los brazos de su hija.

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—. ¡Vamos, Regulus!— masculló con voz cansada al bajar del expreso, comenzando sin duda con mal pie el segundo curso al resbalarse.

—. Seré lento, pero por lo menos no me caigo, hermana— replicó el chico mientras le tendía la mano—. ¿Vas a dejar de mirarme?

Bernie bufó sacudiéndose la túnica recién cambiada, observaba el pequeño morado que decoraba el labio inferior de su mellizo y que había sido un "regalo" de su padre por su culpa. Regulus aún tenía aspecto infantil con sus rebeldes rizos cayendo sobre su frente enmarcando sus ojos grises y sus permanentes hoyuelos, pero esa herida lo envejecía bruscamente.

—. No fue tu culpa, Bee. ¿Vale?— la despeinó con una sonrisa—. Además ahora tenemos que centrarnos en cosas más importantes ¡somos de segundo! ¡Podemos hacer las pruebas de quidditch!

Ella rodó los ojos divertida al ver la ilusión de su hermano y comenzó a buscar un carruaje vacío, sintiendo un frío tirón en su estómago al ver a los thestrals y como su sonrisa se borraba enseguida—. Reg, vamos a por un carruaje.

Comenzó a caminar hacia uno de los vehículos seguida por Regulus, ignorando el sabor amargo cuando notó que una de las criaturas se había quedado esperando su caricia y se subió sentándose junto a su mellizo apoyando su cabeza en su hombro percatándose de que estaba tenso—. ¿Pasa algo?

—. Solo estoy nervioso, Bee— murmuró—. Mira, creo que ese es Mulciber. ¡Eh! ¡Mulciber!— gritó llamando su atención—. Aquí hay sitio libre.

—. Hola, Reg— dijo el Slytherin subiéndose al carruaje—. Hola, Bernie.

Su saludo a la chica Black fue ignorado, porque Berenice tenía su atención puesta en la cabellera tan negra como el ala de un cuervo que accedía dentro tras Mulciber. Y ella recibió de vuelta toda la atención de Deimos Griffo.

—. Hola, chicos— se remangó levemente la camisa dejando a la Ravenclaw una perfecta visión de sus sombras. Berenice las dejó salir de igual manera cuando vio que Deimos iba a saludar a Regulus con un apretón de manos—. ¿Que tal el verano, Reg?

Berenice le cogió del brazo para impedir el saludo, pero ambos chicos ya se daban la mano amigablemente y en su hermano no había rastro de dolor sino de confusión por cómo había actuado Bernie—. ¿Tantas ganas tenías de saludar a Deimos?

El chico de ojos azabaches sonrió ladinamente—. Eso, Bernie. Yo también tenía ganas de verte— entrelazó sus manos en un saludo, y para sorpresa de la chica el ataque nunca llegó.

Se sentaron y el carruaje comenzó a andar. Regulus conversaba con Mulciber de cómo sería el nuevo curso y Berenice únicamente descansaba su mirada en el oscuro cielo y la paseaba por las criaturas que los llevaban al castillo.
Sin embargo pudo darse cuenta de cómo Deimos miraba fijamente a los Thestrals, haciendo evidente que podía verlos.
El Slytherin levantó su mirada y enfrentó sus orbes negros con los grises de Berenice, teniendo la advertencia y la curiosidad dibujadas en ellos.

—. Buen chiste, Cox— dijo a su compañera de casa mientras reía sujetándose la barriga, el ambiente de Hogwarts la había recibido con los brazos abiertos y el sentimiento de familia cuando se sentó con sus compañeros de casa le hizo pensar lo mucho que los había extrañado durante verano.

Ella no lo sabía, o en realidad sí pero lo ignoraba, pero era diana de cuatro miradas pesada. Albus Dumbledore la observaba bajo sus gafas de media luna, Sirius paseaba su atención de ella a Regulus y este último buscaba saber que le ocurría, y por último Deimos que no se molestaba en disimular.
Porque Deimos quería acabar con sus pesadillas, y sabía que Berenice Black era la causa de todas.

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