23: Un sueño y un trono

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chapter 23: el de
Pesadillas y tronos

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                 Sabía que algo estaba pasando, sus venas se habían oscurecido repentinamente despertándola de una horrible pesadilla dejándole ver cómo Bahaam parecía aterrorizado. Sabía que algo estaba pasando por cómo la luna brillaba con menos intensidad que de costumbre intentando escapar del cielo encapotado.

—. ¡Bernie, ábreme!— corrió a abrir la puerta y Regulus apareció tras ella, con el rostro lleno de miedo y sus rizos desordenados.

Berenice recordó cuando su mellizo sufría pesadillas y se despertaba aterrado, con la respiración agitada y la mirada perdida. Por lo que procedió a hacer lo que siempre hacía, lo abrazó escuchando cómo su corazón latía con fuerza—. ¿Pesadillas?— preguntó con suavidad.

—. Esta vez son reales— la chica frunció el ceño al escuchar su respuesta y se separó de él notando cómo temblaba ligeramente. Entonces se dio cuenta de que estaba bien vestido y no llevaba pijama pero sí una bonita y elegante túnica—. Tienes que ocultarlo, Bernie. Tienes que ocultarlo, por favor— le suplicó.

—. ¿El qué? ¿Qué está pasando, Reg?

—. Tienes que ocultar a tus sombras. Lo vas a ver y a vas a desear provocarle el dolor más agónico, matarlo lentamente con tu simple roce. Pero no puedes, Bernie. Él no puede saberlo todavía o será horrible para todos.

—. ¿Él?— preguntó, pero ya sabía la respuesta y cómo había dicho su mellizo, la rabia recorrió todo su cuerpo y sus venas se tiñeron de negro siendo el viaje de las sombras bajo su piel—. Hay que bajar... ¿no?

—. Está todo el mundo abajo— afirmó  Regulus—. Tienes que cambiarte, no tardes. Bajaremos juntos ¿verdad?

—. No te preocupes— le contestó con falsa valentía y cogió un vestido verde vistiéndose rápidamente. Cuando volvió con Regulus se sentía incapaz de decir que todo estaría bien, le habían enseñado a no decir mentiras. Por lo que únicamente entrelazó las manos con su hermano mientras bajaban la larga escalinata, sabiendo que cuando estuviesen bajo su mirada tendrían que soltarse para no mostrar tan ridícula debilidad como la fraternidad.

Llegaron al salón, encontrándose con algunos compañeros de Hogwarts y suponiendo que sus padres estarían en otro lugar con aquel a que llamaban señor. Todos los chicos estaban vestidos con bonitas túnicas que no conjuntaban con sus ojos cansados, bostezos y pelo despeinado. Lo mismo ocurría con las bellas damas cuya perfección se esfumaba en cuanto las escuchaba roncar.

Entonces, cuando vio a casi todos los herederos de los sagrados veintiocho allí sentados haciéndose compañía y sirviendo de hombros para apoyarse, Berenice aceptó que todo aquello era más real, oscuro y peligroso de lo que pensaba. El mal se estaba formando, preparándose en una habitación a pocos metros de ella para alzarse, y su familia formaba parte de aquello.
Ella formaba parte de aquello.

—. ¿Preocupada, Black?— escuchó la voz de Edgar Carrow y se giró hacia él. El chico estaba recostado en un sofá con la corbata desecha—. ¿Tú primera reunión?

—. Cállate, Carrow— ordenó Dolohov con un gruñido.

—. ¿Qué, Dolohov? Es más que obvio que algo grande se está formando y el peso es demasiado para algunos— continuó diciendo, esta vez elevando la voz para el público en general—. Pero... somos Slytherins. Nadie confía en nosotros y no confiamos en nadie, somos ambiciosos.

—. Deja de armar tanto escándalo— replicó Mathias Flint—. Puede oírte.

—. Es que os veo asustados, encogidos sobre el sofá y con la mirada asustada. Queremos poder, pero hay que trabajar juntos para conseguirlo. Todo el mundo nos odia, y nos odiará. Nos tendrán miedo y nos mirarán mal, seremos monstruos y no se equivocarán cuando lo piensen. Pero aquí vais a encontrar a vuestros hermanos, a vuestro apoyo... esto es una familia, a quién si sois valiosos os levantarán cuando caigáis.

—. Aquí nos tenemos a nosotros— murmuró Juno Avery dándole la razón.

—. Efectivamente, porque todo el mundo quiere gobernar el mundo pero pocos pueden conseguirlo. Y para eso, para eso contamos todos con todos porque somos mortífagos.

Todos los alumnos gritaron en acuerdo, Berenice observó cómo los ojos de Regulus brillaban al ver como podría tener una nueva y mejor familia. Pero ella solo pensó en que aquella lealtad era barata, porque cuando la guerra comenzase ellos se preocuparían en sobrevivir.
Y Berenice tenía más que claro que para aquello muchas veces había que recurrir al sacrificio, pero no al de uno mismo sino al de los demás.

—. Contrólate— escuchó el susurro de su mellizo en su oído—. Estoy aquí contigo.

Pero Berenice no lo escuchaba, su mirada estaba sobre aquella figura que carecía de humanidad tanto en el físico como en el interior. Era feo, tan feo como intimidante pensó. Pero muchas personas lo miraban con adoración para la confusión de la chica. Apretó sus puños obligando a sus sombras a desaparecer y se colocó junto a sus padres agradeciendo que Sirius estuviese en su habitación.

La gran lámpara de araña coronaba la mesa donde todos estaban sentados en un abanico esmeralda y oscuro, no había color, había poder y sangre. Había ansias de muerte escondidas en la locura que mostraban los ojos de algunos fanáticos, había admiración y también había miedo. El ambiente se sentía pesado, el suelo crujía por las pisadas rítmicas de algunos y la inquietante sinfonía que el gramófono regalaba a la sala no aligeraba la tensión.

—. Me llena de orgullo decir que la próxima limpieza será llevada a cabo por Antonin Dolohov y Frederick Burke— el señor Oscuro comentó.
Entonces sucedió.

La mirada vacía de Voldemort se cruzó con la fría de Berenice repleta de desafío, mirando sus finas manos mostrando que conocía su secreto. En aquel momento la menor de los Black estaba repleta de rabia reflejada en su mentón alzado, el miedo se había vuelto real y pesaba sobre sus hombros. Personas sin magia caerían ante la maldad de sus compañeros, gente de su categoría y aquello le provocaba náuseas.
Entonces apretó la mano de su hermano y recordó que de nada serviría llorar.
Y miró al hombre que estaba sentado al final de la masa con la serpiente a su lado, miró a su padre y a su tío, miró a todos los que parecían obligarla a que se callase porque no debía de ser tan rebelde.
Y sonrió, desconcertando al monstruo. Porque Berenice Black quería sentarse presidiendo aquella mesa, quería poder y quería reinar. Quería derrocar al señor oscuro y sabía que en silencio todo sería más fácil. A partir de aquel momento y poco a poco, Berenice se acercaría al trono.
Pero desconocía todo aquello que Voldemort tenía preparado para ella. Porque si lo hubiese sabido, hubiese renunciado al poder por completo.
Sin embargo Berenice Black era una niña y no podía saberlo.

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