|She is like the moonlight
caring but cold.
She is showing away,
but she still afraid.
Afraid of the darkness she become|
«Berenice Black no quería ir a la Luna, quería aprender a brillar en la oscuridad como ella»
»...
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Bethoven gritaba furioso por todo Grimmauld Place y el sol brillaba un poco menos detrás de las espesas cortinas de seda. Bethoven golpeaba las paredes de la mansión con la misma fiereza que golpeaba las teclas de piano. Bethoven se encontraba tan amenazado en aquel momento como admirado. Bethoven lloraba desesperado porque así lo hacía la grandiosa sinfonía que Sirius Black estaba tocando con fiereza y un talento que latía igual de desbocado que un corazón roto. Bethoven lloraba, Sirius era Bethoven, era el músico sordo sin serlo, era poético sin quererlo y tan colorido como lo tenía prohibido. Sirius gritaba color y vivacidad en el salón de la mansión sobre el suelo de mármol, sobre el tablero de ajedrez donde los hermanos Black no suponían nada más que unos simples peones.
Berenice observó como los dedos de su hermano mayor temblaban y tronaban, como hacían llorar al piano. Ella jamás había sido capaz de tocar una melodía tan admirable, sus repertorio y estudios eran delicados y suaves, femeninos. La fuerza con la que Sirius estaba tocando no era propia de una señorita, no de Berenice. La música cesó y con ella el temblor en el corazón de los mellizos, Regulus apareció en las escaleras y tras compartir una mirada con su hermana volvió a subir a su cuarto. Pero Berenice caminó hacia el músico frustrado cuyo pecho respiraba con dificultad y estaba encorvado hacia el piano, dejando caer sus codos en las teclas y sujetándose la frente con sus manos estirándose los cabellos.
Berenice no debía de abrazar a su hermano, eso no estaba bien visto. Berenice no tendría que hacerlo, puesto que él parecía haberla olvidado. Pero Berenice conocía la desesperación que había en los jóvenes ojos de Sirius, desesperación que ella también sentía y que parecía ser más herencia familiar que la sangre pura—. ¿Qué ha pasado?
—. Vete, Madre no debe verte conmigo— espetó el mayor con rabia.
—. No voy a preguntártelo dos veces— replicó ella frunciendo el ceño—. Madre está dormida porque se ha tomado más copas de las necesarias.
La camisa blanca del chico estaba mal abrochada y sus cabellos desordenados, pero aún así Sirius se seguía viendo imponente—. Hay veces que la gente se rompe, Berenice. No necesitan un motivo, mocosa— musitó intentando sonreír, pero sus comisuras volvieron a formar una mueca—. Padre solo se ha encargado de recordarme lo que según él la gente como yo se merece— continuó mirándola, y entonces Berenice pudo ver el cardenal que rodeaba su ojo.
Se levantó rápidamente ignorando que su vestido pudiese romperse, ignoró los gritos de su hermano y camino hacia la gran puerta del despacho de su padre donde las mujeres tenían prohibido el acceso, aún así llamó dos veces con determinación y entró sin siquiera esperar su permiso. El olor a roble, a ron y a pipa entumeció ligeramente su nariz.