13: Tratos sin truco

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chapter 13: el de pactos a su manera.

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             «Antes de que la puerta de su sala común se abriese dejando pasar a Horace Slughorn y su ceño fruncido, Deimos Griffo estaba teniendo un muy mal día.
Comenzando por su despertar agrio y lleno de sudor por las pesadillas que lo atormentaban, siguiendo con que sus amigos se habían terminado todas las tostadas en el desayuno y el se había tenido que comer una triste pieza de fruta madura (la cual odiaba) siendo víctima de las miradas hostiles de sus hermanos desde la mesa de los leones.

Había asistido a la primera clase de su tercer curso casi con ilusión, con ganas de aprender o como último recurso llenar su cabeza de cosas que lo distrajesen, pero no, la primera clase de Encantamientos del año había resultado ser todo un fastidio.
Un fastidio que experimentó de pie y al fondo del aula, porque el profesor lo había castigado nada más verlo.

Con la mandíbula tensa completó todo el día hasta que en la última clase explotó su pluma manchando el pergamino, y para mejorar la situación, su prolija túnica. Y fue en el momento en el que escuchó las petulantes risas de los Gryffindors cuando  decidió coger sus cosas y salir del aula dando un portazo.

Por eso en este momento su mirada estaba fija en la danza de las llamas de la chimenea, con el cuello de la camisa arrugado y la corbata desecha mientras su cabeza reposaba en su brazo. Comenzó a juguetear de forma que su piel se iba tiñendo con ramas oscuras y leves punzadas viajaban hasta las puntas de los dedos.

—. Señor Griffo, no son formas de sentarse, muchacho— se levantó con rapidez incorporándose, bostezando levemente y restregándose la cara. Slughorn lo miraba con el ceño fruncido y una mueca graciosa.

—. Perdón profesor, pero creía que en mi sala común tenía libertad de sentarme como quisiese— espetó en voz baja viendo cómo el hombre arqueaba una ceja y se ajustaba la chaqueta.

—. El director quería verte, Deimos. Sígueme.

Horace comenzó a caminar y el chico lo siguió colocándose bien su uniforme, acompañándolo distraído hasta el despacho de Dumbledore. Su boca iba a abrirse para preguntar a que se debía ese honor pero chocó contra la espalda del jefe de su casa cuando alguien se les cruzó en el camino. Y tal era la envergadura del profesor que le tapaba por completo, dejándole sorprenderse cuando asomándose por el hombro se encontró con Berenice Black.

—. Buenas tardes, profesor— empezó diciendo, mientras que le dirigía una mínima mirada—. Necesito hablar con Deimos un momento, profesor.

El hombre se encorvó para quedar a su altura recordándole a la chica a uno de esos payasos con muelle, y carraspeó—. Me temo señorita Black que tendrá que esperar, el señor Dumbledore quiere hablar con él.

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