Capítulo XI "VERDADES DESAGRADABLES"

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Después de jurarle a Edward varias veces que solo iba hasta la cocina a hablar con su hermano y volvería con galletas de canela para él, finalmente se quedó tranquilo. Ahora me encontraba con la cadera recostada de uno de los topes de mármol con los brazos cruzados en el pecho y esperando por lo que de seguro sería una muy incómoda conversación con Emmett.

—Tú dirás. —lo urgí a apurarse con un gesto de la mano —Como pudiste ver allá, Edward me necesita.

Sus labios formaron una línea fina.

—¿Y tú?

—¿Y yo...qué?

—¿Y tú lo necesitas a él?—súbitamente su postura dejó de estar tensa y recargada en las encimeras que estaban al frente, con los brazos en la misma posición que los míos. Caminó hasta quedar a tres o dos pasos de distancia de mí. —Sé sincera.

Adelanté las manos en señal de alto para guardar un poco de espacio entre ambos. Necesitaba distancia tanto de él como de esta conversación, pero ambos eran igualmente ineludibles. Sabía que en algún momento iba a tener esta conversación con él, pero en el fondo esperaba que se diera en condiciones más cordiales. Pero después de todo lo que había pasado últimamente no creía ser capaz de llevar las cosas de esa manera.

—Mira, Emmett, te lo pondré de una manera muy simple: Me levanto todos los días, tomo un baño y me visto rápidamente. Luego, lo primero que hago es asegurarme de que tu hermano se despierte bien y tranquilo. Paso casi todas las horas del día con él; tanto en el tiempo reglamentario de mis funciones como en el de mis ratos libres. Soy feliz cuando el ríe o triste si él se deprime. Me escuchaste enfrentar a tus padres y a ti mismo...—no pude; ni quise; evitar que en mi tono se colara un poco de reproche.—admitiendo mis sentimientos por Edward. Así que ahí lo tienes: Yo lo necesito también.

Inspiró fuerte y cerró los ojos por un momento, luego los abrió para verme con una expresión casi rota.

—No había necesidad de ser hostil.

—Emmett,—no levanté la voz al interrumpirlo, pero si fui firme. —yo no fui la que empezó esta competencia de hostilidad. Si mal no recuerdo, fuiste tú quién dejó de saludar cuando nos cruzábamos. Ni siquiera tenías la decencia de contestarme cuando te hablaba. Evitabas mirarme lo máximo posible y ahora te crees con el derecho de reprocharme algo. Sinceramente, me parece un poco cara dura de tu parte.

Nos quedamos viéndonos durante un momento en silencio. Quizá duró solo un minuto pero a mí me pareció como una hora y mientras tanto, el sentimiento de culpa aunado a su mirada azul grisácea—igual que la de su hermano—que mostraba tristeza, iba haciendo mella en la rabia que sentía.

—Siento si fui grosera. Aún así, espero que entiendas mi punto.

Él asintió pesaroso.

—Alcanzo a comprender lo que me dices y lamento haber sido tan...tan descortés; pero tampoco es fácil que te restrieguen en la cara el rechazo. Y mucho menos me vi venir que tú te sintieses tan atraída por mi hermano. Por su condición jamás pensé...

—Que alguien pudiese enamorarse de Edward. —sentencié. —Sin ningún otro interés en sí, más allá de él mismo.

Asintió.

—Pues sí. No gano nada mintiéndote. Mira...—sacudió la cabeza como si tratase de borrar una niebla que no le permitiese ver con claridad las palabras que me diría. Finalmente tomó una bocanada de aire y soltó lo que tenía entre pecho y espalda: —Bella, me vas a disculpar si mis palabras te suenan ruines, pero me es sumamente difícil de comprender como alguien que conoce a la perfección sobre el autismo y sus efectos, se haya enamorado perdidamente de uno de sus pacientes. Eso suena a telenovela. —ahora un alterado Emmett caminaba de lado a lado por la cocina mientras hablaba. De vez en cuando volteaba hacia la puerta de la estancia, quizá para asegurarse de que no apareciese nadie. —Dime patán, si eso quieres. Tíldame de basura, pero simplemente es algo que no puedo comprender.

Corazón de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora