ALTERNO III de Corazón de Cristal: "Ángel de Cristal "

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Habían muchas cosas que no entendía sobre la navidad: el porqué de colocar cosas en los pinos que no crecen allí (¿De donde demonios saldrían esas bolas de vidrio? ¡Que inverosímil!). Por qué todo lo cubren con brillantina? Por qué la gente se vuelve errática comprando cosas? Por qué se cuelgan calcetines enormes en la chimenea? Y para qué le colocan nuestros nombres si no nos sirve? Por qué solo es uno? En resumen: la navidad es una especie de despropósito. 
Pero por alguna razón disfrutaba de ver a Bella tan emocionada con ello. Quizá era cosa de verla feliz. Como ahora por ejemplo, estaba exultante mientras decoraba el árbol al ritmo de Michael Bublé quien cantaba Let it Snow.
Se giró un momento luego de colgar un copo de nieve cubierto en brillantina blanca. Sonreía y se movía levemente al ritmo de la música. Creo que ni siquiera era consciente de ello.
—Estás muy pensativo, ángel. ¿Algo te preocupa? —agarró con tanta delicadeza una lágrima de vidrio entre sus manos. Diría que hasta con mimo pero sigue costándome leer correctamente las expresiones de los demás.
—Pensaba en que te ves muy entusiasmada con la navidad.
Su sonrisa se expandió un poco más entonces.
—Lo estoy. —aseveró a su vez con un asentimiento. —No hay nada en ella que no ame: los ambientes iluminados, las decoraciones, la comida, la música... —dejó escapar un suspiro casi infantil. —todo es más bello en diciembre.
—Bella, te amo. —levantó una ceja en señal de sospecha.
—Yo también te amo, Edward. Pero a qué viene esto?
—Es que cantas fatal. Y no quería herir tus sentimientos pero a la vez me gusta oírte hacerlo.
Dejó escapar una carcajada que no parecía avergonzada en lo absoluto. Pero insisto...no sé leer bien a las personas.
—Sé que canto mal, ángel, pero no puedo contener mi ánimo. Ha sido un excelente año para mí: te encontré. Y eso trajo consigo muchas bendiciones. Así que no me puedo quejar. —Me sonrió y en esta ocasión no pude (ni quise) evitar devolvérsela. —Por qué no vienes aquí conmigo para que se contagie un poco de mi espíritu festivo, señor Cullen?
Caminé hacia ella y comencé a pasarle los adornos. En realidad quise ayudarle en un par de ocasiones pero luego de que no consiguiera colocarles en un lugar correcto según sus gustos, me rendí y solo me quedé pasándole cada adorno que me pidiese.
Uno en concreto llamó mi atención: un ángel de vidrio en medio de la mesa del comedor. Dentro de la falda de la túnica tenía una casita nevada.
Que curioso...
—Me recordó a ti. —dijo Bella cerca de mi oído. La miré con confusión.
—Más allá de la analogía del nombre no entiendo porqué. La navidad es algo que no comprendo aún. Me parece una celebración extraña y disparatada.
Torció sus labios en un gesto de disgusto pero su mirada se perdió por un momento mientras pensaba en algo.
—En vez de explicarte lo que la navidad significa en un sentido religioso o cultural, prefiero enseñarte qué es lo que la hace tan especial para mí. Quieres? —asentí. Conforme, depositó un beso en mis comisuras y seguimos con la decoración del árbol pero cada tanto mi mirada volvía a ese extraño ángel de cristal.


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Bella se tomó muy en serio lo de enseñarme lo especial de la navidad según ella.
Fuimos a una pequeña capilla católica muy temprano. Puede que haya protestado un poco por hacerme levantar en horas de la madrugada para ir a un templo cuya fé no profesábamos. Pero al llegar al sitio toda queja se apagó. Las personas estaban muy concentrados en el sermón del sacerdote en vez de dormidos como esperaba que estuviesen. Entonaban los villancicos con emoción y al final de lo que Isabella denominó como "misa de gallo", unas señoras muy amables nos ofrecieron chocolate caliente. El de Bella sabía mejor pero este estaba muy bueno.
Y mientras que veíamos a las personas interactuar las unas con las otras ella habló solo para mis oídos:
—Las misas de gallo a pesar de ser siempre de madrugada tienen un ambiente entre sereno y místico que me fascina. No soy católica; ni nada en realidad; pero Angela si lo es y una que otra vez me pedía que la acompañara. En navidad me gusta venir por lo menos a una. No me mata la idea de madrugar nueve días seguidos pero por una mañana me gusta la idea de sentirme parte de un plan. Que afuera hay alguna bendición reservada para mí y que hay un poder superior que cuida de mí.
Comprendí entonces que Isabella siempre ha estado allí para cuidar a alguien: a su madre enferma, a su padre depresivo, los niños en el St. Gabriel e incluso a mí. Es lógico que necesitara así fuese por breves períodos de tiempo sentirse protegida. Puede que durante un tiempo me sintiese incapaz de cumplir esa tarea pero ella me ha enseñado tantas cosas durante este año juntos, y una de esas es que soy sumamente capaz de cuidarnos. Aún así sentí que debía preguntarle cómo se sentía.
—¿Sigues sientiéndote desprotegida? —tomó mi mano libre y la apretó. Odiaba usar guantes cuando la tocaba. Eso no me permitía sentirla bien pero era una mañana especialmente fría. Miró directo a mis ojos y me dijo sin parpadear:
—No me he sentido desprotegida desde que tengo a un ángel solo para mí.
Le devolví la sonrisa y como para reafirmar su creencia, la envolví en mis brazos mientras terminábamos nuestro chocolate y veíamos a las personas disfrutar de su tradición.

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