Capítulo IV "LAS COSAS YA NO PUEDEN IR MAL"

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-Isabella, me gustaría hablar contigo un momento. -dijo Carlisle con mucha deferencia.

-Por supuesto. -contesté al terminar de entrar en la casa esa mañana.

Eran las siete con cuarenta minutos, dentro de un rato Edward se despertaría y no me gustaba que lo hiciese estando solo. No desde que sufrió aquel colapso nervioso de hace ya un mes atrás.

Nos dirigimos a su opulento despacho y cerré la puerta detrás de mí.

-Toma asiento por favor. -me pidió el doctor con su flema habitual.

Hice lo que me requirió y esperé a que él me informase lo que sea que fuera a decir. No puedo negar que en ese momento el miedo me carcomía. Si me pedía que me alejase de Edward, me moriría de tristeza pues no contaba con herramientas para contradecir esa decisión, solo podía apelar a los avances de él como un posible argumento de defensa.

-He notado que desde tu llegada a esta casa mi hijo ha mejorado de una manera impresionante. Nadie había logrado tanto con él a pesar de durar más tiempo del que tú llevas aquí.

-No es falsa modestia lo que le diré, señor Cullen, pero aquí los méritos los merece Edward. Ha sido él quien puso empeño en mejorar, yo solo le brindé las herramientas.

-Pues gracias por ellas. -comentó el muy bien parecido hombre maduro que tenía en frente. -Insisto. No todos han sabido cómo usar sus herramientas con mi hijo. Hasta que tú llegaste. Sin embargo...

Tragué grueso ante ese comentario.

- ¿Sin embargo...qué?

-Me preocupa el hecho de que Edward esté creando un lazo tan fuerte contigo. Cuando no estás, se vuelve gris. Es como si diese mil pasos hacia atrás y cuando te ve, vuelva echar a andar.

-¿Qué...quiere decir con eso, señor Cullen? ¿Quiere que me aleje de Edward?

Me estremecí con un miedo trascendental, pues mi cuerpo se negaba a la posibilidad de apartarse de mi ángel. Él abrió desmesuradamente los ojos de asombro.

- ¡No por favor! Lo que quiero es pedirte algo. Sé que debes pensarlo antes, pero Esme me pidió que te lo planteara y a mí me parece algo razonable.

-Lo escucho.

- Queremos que vengas a vivir a la casa, Isabella.

En ese momento el mundo se inclinó pero yo me mantuve en el mismo sitio, experimentado una sensación irreal de confusión.

-Primero me dice que le preocupa que Edward esté tan apegado a mí y luego que me venga a vivir a su casa. De verdad que no lo comprendo, doctor.

-Lo sé. Me temo que no me supe explicar. Es verdad que me preocupa que él esté tan apegado a ti pero eso se lo atribuyo a que eres tú quien está con él día a día, minuto a minuto hasta que se acuesta. La que lo ayuda absolutamente con todo y sabe cómo manejar sus reacciones; supongo que es por tu profesionalismo. Así que piensa en nuestra propuesta y luego me das una respuesta.

Apenas y podía contener la sonrisa que amenaza con escaparse de mi boca.

-Creo que sí, señor Cullen. Estando aquí puedo monitorear a Edward más de cerca pero me preocupa mi casa, no le puedo mentir. Sé que no es un palacio, pero es lo que me dejó mi padre antes de morir y eso significa demasiado para mí. A lo mejor usted lo considera cursi de mi parte, pero para mí tiene valor sentimental.

Él continuó con su acostumbrada paciencia y agregó:

-Te entiendo muy bien, Bella. Pero te propongo dos días libres para que sigas al pendiente de tu casa. En verdad me gustaría que viniese a vivir aquí, por lo menos de lunes a viernes.

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