10. La debilidad del alfa

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Alec despertó por un apetitoso aroma en la estancia, estiró su cuerpo y dio un largo bostezo. Al sentir la fría cama abrió los ojos y se encontró completamente solo, así que se sentó para frotarse un ojo mientras con el otro veía el reloj de su mesita. Eran las ocho de la mañana y era muy extraño que Magnus se levantara antes que él.

Se colocó sus sandalias, una bata de baño y caminó siguiendo el apetitoso aroma que se hacía cada vez más fuerte.

Habían pasado tres difíciles meses en los que apenas había podido dormir porque Magnus se la pasaba pegado al retrete por las noches. A pesar de que estaba tomando medicina y vitaminas, las náuseas no disminuían y su esposo lucía cada vez más cansado. Le pidió en varias ocasiones que dejara de trabajar, aun así, era tan necio y responsable que asistía a la oficina para continuar con el desarrollo de sus medicamentos. Inclusive para ayudarlo a descansar movieron sus horarios para entrar más tarde a trabajar. Y después de tres meses con esa rutina, ese era el primer día que Magnus se levantaba más temprano que él.

El aroma lo condujo a la cocina que estaba abierta de par en par. Vio a Magnus tarareando mientras cocinaba algo en la amplia estufa, podía ver perfectamente su delgada espalda acaramelada lo que le hizo agua la boca. Tenían mucho tiempo sin tener sexo y deseaba tomarlo entre sus brazos y hacerlo suyo contra la mesa.

Magnus volteó hacia un lado y dejó visible ese atractivo perfil. Su mirada viajó directamente al vientre que ese día ya lucía un poco abultado. Todos sus deseos carnales se vieron sustituidos por una ráfaga de amor que le cerró la garganta.

En ese tiempo no había perdido oportunidad para mirar ese punto del cuerpo de su esposo esperando deseoso ver crecer su vientre. Quería dejar de hablarle a la piel plana de Magnus y en ese momento que ya llevaba cuatro meses embarazado, por fin se notaba un poco.

La oreja de su destinado se movió en su dirección y al voltear a verlo, Magnus se sonrojó y dio un latigazo suave con la cola mientras una sonrisa divertida iluminaba su rostro. Solo en ese momento se dio cuenta de que estaba apoyado en el marco de la puerta agitando su cola como un perro y ronroneando con fuerza.

— ¿Tienes hambre? —Preguntó su esposo con esa melodiosa voz que hacía desde que se enteraron del embarazo. Siempre sonaba suave, amoroso y muy tranquilizante.

—No —susurró a la vez que sus propios pies lo llevaban al lado de su destinado. Se dejó caer de rodillas y lo abrazó por la cintura para recargar su rostro en el pequeño bulto que sobresalía en el vientre—, el bebé ya empieza a notarse.

Magnus rio y ronroneó con mayor fuerza cuando sintió la caricia entre sus orejas.

—Y mis malestares dejaron de acosarme, así que intentaré comer algo de carne, ¿quieres desayunar conmigo?

Le costó mucho trabajo levantarse y asentir, quería seguir pegado al vientre de Magnus y no separarse hasta que el bebé naciera.

«Va a ser difícil al principio, no querrás que nadie se le acerque y estarás sobre él todo el tiempo» las palabras de Jace resonaron en su cabeza.

Sacudió la cabeza y se obligó a sentarse en la barra al lado de Magnus. Desde un principio se prometió no ser empalagoso y darle su espacio así que tendría que resistir para no sofocar a su esposo.

*****

Unas horas más tarde, Alec, se encontraba sentado detrás de su escritorio intentando concentrarse en los papeles que tenía al frente sin tener éxito alguno. No podía evitar voltear al laboratorio cada cierto tiempo para ver a Magnus trabajar y asegurarse de que no se hiciera daño.

Suspiró frustrado porque ahora más que nunca necesitaba que las paredes no fueran transparentes para poder concentrarse y no estar espiando a Magnus a cada rato.

La vida con mi felino destinado (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora