15. El nido

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Alec regresó agotado a casa después de una larga jornada laboral, odiaba reconocer que le hacía falta Magnus en la oficina. Más nunca lo decía en voz alta pues sabía que si permitía que su esposo asistiera a la oficina correría el riesgo de que su personal se quedara sin ropa debido a la anidación. Ya bastante tenía con que se veía obligado a comprar ropa frecuentemente porque Magnus le robaba todo lo que encontraba en su amplio closet y no dejaba que ninguna prenda saliera del nido.

Pasó un momento a la sala para dejar su maletín y se extrañó al ver los sillones sin cojines, revisó la estancia y no vio algún signo de que faltara nada más. Dejó su maletín en la mesita del centro y se encaminó a la habitación. En cuanto entró casi sonrió enternecido al ver a Magnus quejándose y removiéndose en la cama rodeado de los cojines de la sala y las almohadas del cuarto de huéspedes.

— ¿Aún no estás cómodo? —Preguntó acercándose a la orilla de la cama.

En cuanto estuvo cerca, Magnus tiró de él y casi le cae encima, aunque pudo esquivarlo y cayó rebotando en los cojines.

—Sigue muy duro —se quejó su destinado con un sollozo sentándose a horcajadas sobre él y abrazando algo que parecía ser uno de sus abrigos. Uno de sus abrigos más elegantes y caros.

— ¿Cómo es eso posible si ya tienes todo mi guardarropa en la cama? —Dijo con una media sonrisa acariciando esos sensuales muslos bronceados. Los dulces ojos de Magnus se llenaron de lágrimas y pronunció su puchero—. Lo siento —susurró mientras se sentaba y lo abrazaba, la pancita redonda de siete meses chocó contra su firme estómago—, vamos de compras por unas almohadas suaves para que puedas dormir a gusto.

Magnus emitió un sonido feliz y se levantó con dificultad debido a su vientre que lucía cada vez más abultado. Lo vio dirigirse al amplio closet que compartían.

Él mismo se planteó en comprar un poco más de ropa porque no le alcanzaría para acabar la semana y Magnus no estaba dispuesto a devolverle nada que ya estuviera en el nido.

*****

Una hora más tarde, Magnus, estaba frotando su cara contra la tela de una almohada que era muy suave, pero no lo suficiente como para hacerlo sentir cómodo.

— ¿Esa está bien? —Habló Alexander en tono bajo con esa intensa mirada sobre él.

—No —suspiró decepcionado.

Era la décima tienda que visitaban y a pesar de haber revisado aproximadamente cincuenta almohadas, todavía no encontraba algo suave para su nido. Estaba comenzando a sospechar que no encontraría la suavidad que buscaba y tal vez no podría dormir los meses que le faltaban para dar a luz. La idea le provocaba tanta tristeza que sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No te desesperes —pidió su esposo acariciando su rostro—, todavía hay una infinidad de tiendas en la ciudad, verás que encontraremos las almohadas ideales para ti.

Magnus asintió recargándose en la caricia de su destinado.

—Disculpe mi intromisión —dijo la dependienta viéndose un poco avergonzada—, no puedo evitar notar que está embarazado, ¿de casualidad está en época de anidación?

Magnus volvió a asentir sintiéndose desesperado de nuevo.

—Recuerdo lo difícil que es dormir en esa época —dijo ella con una sonrisa triste—, le puedo recomendar unas almohadas que me sirvieron, si gusta se las puedo mostrar.

Alexander se adelantó pidiéndole que las trajera. Vio a la chica desaparecer tras una puerta y poco después regresó con una almohada muy larga.

—Esta es una almohada de viscogel; es elástica, fresca por el gel y muy suave por su compuesto, solo que es un poco cara —dijo la chica acercándole la almohada.

—Es muy ligera —expresó fascinado. Frotó su cara en ella y suspiró complacido— y es tan suave —dijo soñadoramente en un ronroneo agitando la cola.

— ¿Eso quiere decir que te gusta?

Magnus hizo un ruido en asentimiento.

— ¿Sería tan amable de venderme veinte de estas por favor? —Pidió su esposo sacando su cartera.

La chica se vio desconcertada, sin embargo, se recompuso de inmediato y mandó pedir las almohadas al almacén.

— ¿Gusta que empaque la que tiene en las manos? —Preguntó con amabilidad la chica.

No pudo evitar el siseo que escapó de su garganta, no estaba dispuesto a soltar algo tan suave. Alexander se movió interponiéndose entre la chica y él, así que se apoyó en su espalda frotando su cara y la almohada contra la camisa de su esposo.

—No le haga caso —dijo él sonando avergonzado—, por favor, cóbrese de esta tarjeta.

Unos minutos después, Alexander, llevaba las grandes cajas al pequeño y lujoso automóvil.

— ¿Ves por qué es más útil usar la camioneta? —Se burló su esposo empujando las cajas para que pudiera cerrar la cajuela.

—Este automóvil es completamente funcional, querido —respondió acomodando una de las almohadas en su asiento.

Se sentó en su lugar y después de acomodarse el cinturón de seguridad, abrazó otra de las almohadas y siguió ronroneando.

—Eres el felino embarazado más hermoso del mundo —expresó con adoración su esposo al ingresar al automóvil.

Se recargó en su hombro y ronroneó para él como agradecimiento del cumplido, ahora más que nunca se sentía amado con ese tipo de comentarios. Se alegró al darse cuenta de que a partir de ese momento podría dormir gracias a la suavidad de sus almohadas nuevas, solo quedaba pendiente que Alexander las marcara con su aroma.

*****

Cuando Magnus ronronea no puedo evitar imaginármelo con corazoncitos flotando en el aire ❤️❤️

¿Les gusta esa faceta de Malec? ¿No es demasiado empalagoso? Yo adoro verlos perdidamente enamorados ❤️❤️❤️

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La vida con mi felino destinado (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora