11. El gran proveedor

2.6K 217 32
                                    

—Sabes que en algún momento tenemos que alimentarnos, ¿cierto? —Recalcó Magnus con diversión— y sabes que no tenemos nada para preparar.

—Puedo pedir que traigan comida —refunfuñó Alec contra la piel del vientre de su esposo.

No supo exactamente cómo habían logrado sacarlo del automóvil, solo recuperó un poco de consciencia en cuanto pudo subir la camisa de su esposo y apoyar su cara contra esa suave piel. Solo en ese momento se dio cuenta de que estaban recostados en la cama y no quiso moverse de ahí en ningún momento.

Abrió un poco los ojos y vio que las luces estaban prendidas, ya había anochecido y no supo cuando pasó.

—Tengo hambre —se quejó Magnus recostándose de lado, lo que lo obligó a colocar su cabeza sobre el colchón.

— ¿Qué quieres? —Habló con suavidad a la vez que sacaba el celular de su bolsillo.

—Quiero que te pares y vayas a buscar comida —respondió su destinado quitándole el celular para esconderlo detrás de él.

— ¿Qué diferencia hay en que yo la traiga o alguien más lo haga? —Masculló pegando sus labios al vientre de Magnus.

—No quiero que alguien más toque la comida, me da asco cualquier aroma en las cosas que no sea el tuyo.

El reproche de su esposo lo hizo sonreír, comprendía muy bien su aversión por otros aromas que no fuera el de su destinado.

— ¿Qué quieres que te traiga? —Preguntó al apoyarse sobre la cama para alcanzar el celular y depositar un rápido beso en los labios de Magnus.

Su marido dirigió una mirada pensativa al techo, parecía concentrado pensando en sus opciones. Después de un momento esos hermosos ojos verdes-dorado se iluminaron.

—Quiero una hamburguesa con doble queso y helado de chocolate encima —Alec frunció el ceño y ladeó la cabeza sin entender. Durante todo ese tiempo no se habían presentado los antojos extraños. Los ojos de Magnus se clavaron en los suyos y se llenaron de lágrimas— ¿qué? ¿No lo comprarás? —Su esposo hizo el puchero más hermoso del mundo.

—Te traeré todo lo que quieras —se apresuró a decir.

Besó la frente de Magnus y cuando estuvo seguro de que no lloraría, se apresuró a salir de la casa para comprar los víveres suficientes como para saciar los antojos de su esposo.

*****

«Ya tardó mucho» se quejó Magnus azotando su cola en la cama.

Le bajó el volumen a la televisión y levantó las orejas, juraba que había escuchado el sonido de la puerta del garaje abriéndose. Unos segundos después escuchó otra puerta abrirse y el sonido inconfundible de bolsas de plástico.

Sonrió al darse cuenta de que Alexander ya estaba en casa, así que se relajó de nuevo y esperó pacientemente por su hamburguesa con doble queso cubierta de helado de chocolate.

Los minutos pasaban y el sonido de las bolsas y golpes secos se seguía escuchando, comenzó a desesperarse y se puso de pie para ver qué tanto hacía ese hombre. Bajó por las escaleras y se detuvo de golpe cuando vio la cocina atestada de bolsas de plástico y cajas con enlatados.

— ¿Alexander? —Buscó a su destinado al ingresar en la cocina. Desde allí logró verlo cerrar la cajuela de una camioneta que nunca había visto y cargar otras ocho bolsas más— ¿qué es todo esto?

—Unas cuantas provisiones —respondió el alfa al entrar a la cocina, viendo orgulloso a la locura de bolsas y cajas que se amontonaban en el lugar.

La vida con mi felino destinado (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora