La muerte. Pues ¿Qué era la muerte?
¿El no existir? ¿El no ver, sentir, tocar, oír o degustar? ¿La muerte era algo inalcanzable para las personas que tienen familiares? Ya que los recuerdos era lo único que la muerte no podía alcalzar.
Todos olvidamos.
Olvidamos el para qué vinimos a la cocina, olvidamos los deberes, olvidamos lavar los platos, olvidamos creer en nosotros mismos. Pero sobretodo olvidamos como sentir.
Y esa era nuestra verdadera muerte.
La muerte de Alguien a quién se le daba muy bien sentir.
Y ahora lo único que ese verbo podía hacer era hacerle sentir que necesitaba un cigarrillo como un recién nacido necesitaba a su madre.
Y que manera más cruel de morir pues, a manos de nosotros mismos. A manos de nuestro cerebro, de nuevo, en contra de nuestra supervivencia.
Ellos dicen que no había muerto, que esas pastillas nunca se las llegó a tomar, que no le pasa nada, tal vez un poco estresada, aunque eso sea lo último que Alguien sentía. Pero para ellos era así; los exámenes, los amigos, el no tener pareja; el que la dejaran, el que haya suspendido seis de nueve asignaturas...
Si, debe de ser estrés por no saber lo que sucederá, o estrés por no entender que hace con su vida.
Sale al balcón. Casa vacía; su madre trabajando.
Se lía un porro como si fuera bad gyal, más verde que la primavera.
Rula. Prensa. Prende. Piensa.
¿Qué coño hago con mi vida? —Piensa.
Se sienta apoyada en la pared blanca como cocaína y se queda mirando a una niña sentada en un balancín, parece estar en la misma situación que Alguien, menos por el hecho de estar drogándose. La pelirroja simplemente está sentada, mirando el suelo, parece decaída, insegura y triste. ¿Así se veía ella desde allí abajo?
Con un porro en la mano y con un poco de más de alquitrán en los pulmones. Algo totalmente innecesario.
El mejor momento de su día era poder fumarse un porro en el balcón; sola pero con música. Lo único que necesitaba para seguir respirando.
Le sorprendía lo rápido que se había apartado de las personas; y sin darse cuenta, sin que nadie se diera cuenta.
Contestaba minutos más tarde, unas horas más tarde, unos días más tarde; y da gracias si te llegaba a contestar.
Eran todos unos pesados, le cansaban, le aburrían, le explicaban sus dramas como si le importara; como si Alguien fuera la misma persona que hacía unos meses atrás.
Parece que se había ido todo.
El amor, la amistad, la autoestima, la motivación, hasta el humo de la calada que acababa de dar.
Todo se iba, y nada regresaba.
Pero el único momento que quería vivir era justamente aquel.
Nadie y su balcón, Nadie y su porro en mano, Nadie y un mechero anaranjado.
Simplemente Nadie y la soledad.
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Historia que técnicamente no es una historia pero que podría serlo
PoesíaAlguien que está perdida en Todo.