18: "Pereza"

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—Vamos, Vonnie. No te salvarás de ésta—

Tirada en su cama, Amelia simulaba dormir con el firme propósito de tener que escapar a sus obligaciones. Su secreto le corroía las entrañas mientras que la agonía de tener que mantener un necesitado silencio con Augusto cada día se hacía más insoportable.

—Vonnie, arriba—

Mantenía los ojos cerrados, debía escapar a ese destino nocturno. Hoy se realizaría el bingo nocturno que Tomás había anunciado y Augusto, con su corazón siempre tan solidario, debía colaborar en la organización del mismo.

No quería verlo y tener que revivir el fresco cadáver de su pasión, la culpa aún recalcitraba su alma mientras que diversas teorías de escape eran confabuladas. Ella lo sabía, lo que ambos compartían no era una sencilla atracción, todo lo contrario, aquel lazo invisible que la unía a Tomás Valencia cada día la jalaba en una actitud más demandante, obligándola a correr a sus brazos.

¿Mentir y disfrutar de su propio amor prohibido? ¿Escapar olvidando una vez más la única persona que realmente había amado? Las dudas tejían sus telarañas en cada conexión nerviosa de su cerebro mientras que las emociones intentaban anestesiarla con su morfina. Debía tomar la decisión más sensata por más que ella doliera.

—¡Vamos, Vonnie! Se lo prometí a Tomás—

Cansada de batallar y con el único propósito de quedarse tumbada, si era necesario una eternidad, en su cama, contestó haciendo que su voz sonara falsamente cansada. —No me siento bien, ve con Moni y el bebé. Te estaré esperando para ver alguna película—

Preocupado, Augusto tocó su frente notando su temperatura la cual aún se mantenía en los límites de la normalidad. Comprendiendo el sencillo plan que ella realizaba, sentenció. —Gatita, no seas perezosa, ambos nos comprometimos a ir... No podemos quedar mal con Tomás—

—¿Crees qué me importa quedar mal con Tomás? ¿En serio?— La condena era grande y el castigo sumamente doloroso. Amelia escuchando la ligereza con que su prometido se dirigía al hombre con que le había sido infiel comprendió que Dios existía y que seguramente disfrutaba torturándola.

—Pero a mí sí me importa, anda, métete a la tina y colócate tu vestido rojo. ¿Me quitarás el privilegio de mostrarme al lado de la mujer más linda del mundo?—

Sabía que Augusto con sus palabras melosas y su desquiciante buen humor ganaría. Sin ánimo de alzarse en armas y concluir aquella velada en alguna esporádica pelea, se levantó caminando al paso de sus pies arrastrados hasta el baño.

—Esa es la actitud, vamos Vonnie, enseña de qué están hechas las mujeres de la capital—

Comenzando a lanzar su ropa al cesto aún con la puerta abierta, se despojaba de su pudor sintiendo la libertad de su desnudez acobijarla. Siempre había podido infundir en cualquier corazón la dulzura de la lujuria con exhibir un poco de su piel, pero aquello en Augusto parecía no tener efecto, quizás Tomás tenía razón. Después de todo, a pesar de tener sus alas marchitas y su aureola quemada a base de tristezas, ella siempre sería su ángel y podría provocar en él cualquier clase de gloria o martirio celestial que quisiera. Augusto solo era un sencillo hombre que no podía cumplir con sus exigencias más básicas; No podía caer en la demencia de arrebatar suspiros de sus labios en violentos frenesíes de gemidos o sencillamente no yacía rendido a sus pies víctima de alguna carcajada espontanea. Santana era un hombre incorruptible, con su prometida enaltecida en la sencilla coronación de un modelo, pero jamás un ángel.

—Iré solo porque quiero bailar con el hombre más guapo del mundo—

Sonriendo, él posó su rostro a un costado del marco de la puerta, notando como Amelia metía los pies dentro de la bañera, comprobando que el agua estuviera a la temperatura correcta. —¿Yo soy el hombre más guapo del mundo?—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora