54: "Galletas"

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Con sus brazos estirados, retenidos por el nudo que fuertemente inutilizaba sus muñecas, disfrutó cada instante de su penumbra. El suave pañuelo lila aún impedía su visión, la venda era perfecta para ese acto mientras que las sensaciones bañaban por completo su sangre en locura. La imagen mental era acompañada por los sentidos. A veces como un caramelo, ella lo devoraba con suavidad, disfrutando de cada centímetro que se metía en su boca y chocaba contra sus mejillas; En otras ocasiones, el salvajismo aparecía y casi imitaba al canibalismo. Ella misma se enterraba el miembro en su garganta, haciendo que cada respiración o intento de habla sea sentido en la superficie de su sexo como ligeras vibraciones.

—Quiero verte, Ami… Esto es peor que una tortura—

Acompañado por el sonido de la succión, la dulce voz respondió de entre sus piernas. —Esto no es tortura, sólo es un juego… Además, sabes que siempre gano. Sí quieres, te quitaré la venda, pero deberás pagar una multa.—

Aquellas palabras tan seguras sólo aumentaban la cólera de la pronta tempestad. Aún con los consejos de su amada resoplando en su cabeza la eyaculación sería próxima. Ya no importaba el ritmo de sus respiraciones ni lo calmada que debía mantenerse ante la espera de la explosión de sensaciones que próximamente se manifestaría, solo quería verla. —Pagaré la multa—

—Está bien— La respuesta sonó trémula mientras que las continuas lamidas concluían. La sintió sentarse en su pecho colocando las rodillas a cada lado de su torso, quemándolo con su entrepierna desnuda, aquella que parecía ahora derramar néctar hirviente sobre sus costillas.

Pronto el pañuelo dejó de impedir su visión.
Las sombras se aclararon y las siluetas aparecieron para luego mutar en formas y revelar un celestial cuerpo. Desnuda, tal y como la prefería, ella volvió a una pose relajada sobre la cama donde él se encontraba atado desde los barandales. Esperando, con una sonrisa vampírica en sus labios, aguardaba a que su agitación se calmase y la función comenzara.

Lastimosamente su libido no se tranquilizó, sus turgentes pechos transpirados y su cabello anudado desprolijamente con un moño solo eran condimentos para la demencia. Ansioso y hambriento por los festines que solo ella podía proporcionar, Tomás habló. —¿Cuál será la multa?—

—Uhm…— Simulando un rostro pensativo, Amelia volvió a la posición inicial donde había estado. Albergada entre sus piernas y teniendo delante suyo a un excelente exponente de testosterona, ella uso a su pene a modo de micrófono. —Luego te lo diré—

La situación fue cómica, una risa corta salió despedida de su boca al notar tan amena charla en la atmosfera menos pensada.

Pronto la sobria carcajada murió cuando notó que ella nuevamente volvía a castigarlo con el yugo de su lengua.

Lamiendo uno de los lados de su sexo, Amelia recorrió cada vena que sobresalía con delicadeza. Hizo rodar su saliva a modo de savia por su piel ahora atestada por las cantidades exorbitantes de sangre que hacían posible esa ya casi dolorosa erección. Las pulsaciones en sus músculos aparecieron de nuevo y con ellas las respiraciones autocalmantes intentaron ser realizadas.

Jugando con sus manos, lo envolvió por completo con ella y empezó a sacudirlo débilmente, mientras que su lengua tamborileaba.

—Adoro que seas circunciso— Tragando un poco de su propia saliva, la cual se escurría por la comisura de sus labios, ella mencionó para luego meterlo a su boca. Acariciándolo con sus dientes y envolviéndolo con su lengua.

Hipnotizado por el espectáculo que estaba siendo transmitido debajo de su ombligo, Tomás notaba como todo aquello que lo hacía hombre desaparecía y volvía a la escena en constantes repeticiones, mientras que su cabeza, ahora mucho más despeinada, subía y bajaba marcando un ritmo. —¿Por qué?—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora