52: "Libertad"

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Toda su mañana se había visto ocupada por el mismo tema, las paredes de desnudo ladrillo poco a poco empezaban a ser cubiertas por el concreto, aún mojado, que esparcía en calma. Las reparaciones en el cuarto de huéspedes de su hermano habían comenzado al alba, el primer muro ya había sido sellado, mientras que los restantes aún esperaban ansiosos lucir su nueva vestimenta grisácea.

En la única parte ausente de polvo de la habitación se encontraban protegidos bajo plástico los pocos bienes importantes que tenía; Allí se encontraba su chelo con una canción inconclusa entre sus cuerdas, mientras que a un costado su austera valija, con algunas prendas, mostraba que tan pequeña podía ser la vida de un hombre, tan diminuta que solo cabía en una maleta.

La mañana fue tranquila, los movimientos mecánicos de revocar una pared le habían brindado el tiempo necesario para pensar y desesperarse ante su duda. No tenía ni la más mínima sospecha de lo que había acontecido el día anterior, luego de que Facundo enviara el video donde el testimonio grabado a base de carne viva de la mujer que amaba se relataba. Dolía... El sufrimiento de la ignorancia era el peor castigo que un ansioso podía soportar, desconocía su presente y como éste se mutar en cuestión de horas.

Con su ropa manchada de gris crudo y sus manos ásperas por el químico material, decidió descansar un momento, bebiendo de la botella de agua helada que su sobrina había traído para su deleite. Sacudió su cabello repleto de polvillo, pronto éste recuperó su color natural. Aquellos filamentos castaños empezaban a relucir a base de la sintética luz que lo alumbraba, él sabía bien que en esa cabellera había hileras grises que no podía borrar a base movimientos. Aquellas porciones casi blancas eran los rastros del tiempo.

Recomponiéndose de su cansancio a base de la helada bebida, vio unos momentos el reloj de pared que con su sonido tortuoso avisaba continuamente el inicio o conclusión de una jornada. Ya era el mediodía y aún su labor no estaba finalizada, miró algo apenado el poco trabajo que había realizado a base de su falta de experiencia y suspiró al saber que todavía faltaba bastante para dar a su labor como concluida.

La puerta de la habitación en la que se encontraba se abrió con velocidad, haciendo que su madera resonara y el picaporte chocara contra el muro desnudo. Pronto la imagen de su hermano hospitalario se reveló atravesando el marco. —Oye...— Al terminar de pronunciar aquella sencilla palabra, Héctor contempló el muro donde había estado trabajando. —Vaya que eres lento.—

—Voy despacio porque cuido los detalles y me fijo que todo se adhiera como es debido. Además quiero suavizar la pared lo más posible.—Excusándose a sí mismo de su falta de práctica, Tomás habló con aún sus manos agarrando la botella de agua, reluciendo sus uñas sucias de cemento.

—Si... Si, ajá. También di que tienes las manos muy delicadas para éste trabajo. Aún no sé porque te empeñas a hacerlo solo, con Flavio lo haríamos en dos minutos y tu podrías darnos una serenata romántica desde un rincón— Bromeando, Héctor provocó un destello en su rostro a causa de una sonrisa. —Después de todo, no le veo nada de malo admitir que eres nuestra hermanita delicada, la de manos suaves que solo acarician cuerdas y caliz—

—No hables así— Replicó Tomás con una anormal calma en voz baja. —Las niñas pueden escucharte y aprender tus barrabasadas—

—Tranquilo, ellas aman a su tía soltera—

Sereno y con la expresión calmada que tanto lo caracterizaba bañando su cara, Tomás cuestionó.—¿ Tienes hambre, Héctor?—

Confuso por aquella pregunta que cambiaba el tema de manera drástica, el hermano respondió. —Sí, pero ya estará el almuerzo dentro de unos minutos—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora