30: "Pimienta"

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Con la elasticidad del mármol, encendió la luz, el ambiente taciturno poco a poco la recibió. La pintura estaba descascarada y el amarillento foco solo parecía enfriar todo con su lumbre. Aquello no le sorprendía a pesar de ser su primera vez allí, no podía pedir más debido a la situación. Después de todo, un motel de carretera siempre le haría honor a su mala reputación.

Intentando que sus pies se mantuvieran en el suelo, se encontró con aquellos demonios que tanto coreaban su nombre en descargas de adrenalina. Después de tanto tiempo, nuevamente se encontraría de manera íntima con el único hombre que la conocía. El nerviosismo aumentaba y la mirada baja era necesaria, la vergüenza aparecía y los miedos debajo de las sabanas se escondían.

Insegura, se sentó en el borde de la cama, esperando que el fuera el primero en actuar. Como un felino al asecho lo vio venir a su encuentro, listo para depredarla, pero había algo que debería mencionar. Aclarándose la garganta y haciendo que su miedo no se reflejara en sus palabras, Mónica habló.

—Oye... No puedo quedarme embarazada de nuevo, necesito cuidarme—

—Tranquila, princesa— Había tenido el descaro de tocar su mejilla, acariciándola como hace mucho tiempo nadie lo hacía. Languideció ante su tacto, el hueco de la soledad era grande y la tristeza ahora mutaba en necesidad. —Lo haré—

Lucas se separó de ella mientras que se quitaba su chaqueta y la lanzaba contra una de las empolvadas sillas de la habitación de alquiler. Cada movimiento de él era exacto, quizás hasta pensado con anterioridad, eso hacía que el encuentro tenga una simple felicidad efímera. Con una postura majestuosa y con la ilusión de un placer carnal, él empezó a revolver los cajones, pronto encontró lo que buscaba y orgulloso levantó el metálico paquete en su mano.

Él sabía perfectamente que eso estaría allí, no le sorprendía, después de todo era inexperta en todas esas clases de oscuras residencias. Se dejaría nuevamente guiar por su madurez y perderse en su experiencia intentando agarrar su mano en las tinieblas.

—Acuéstate— Lucas, tan seguro como siempre, había dado una orden explicita que ella debería obedecer. Era bueno dejarse en manos de un profesional y quitarse la responsabilidad de sus hombros a la hora de amar, necesitaba eso.

—Sí, claro...— Los huesos temblaban y las respiraciones entrecortadas aparecían. Él había sido el único masculino que irrumpió en su cuerpo y en su vida.

Con aún su mirada nublada propia de la ceguera de su romance, se recostó. Pronto lo sintió invasivo, tomando lugar arriba de ella y regalando un sutil tacto helado a su cuello. Por un momento el aire se condensó en sus pulmones y su corazón había empezado un baile en cámara lenta. El internado volvía y su primer amor renacía de entre las cenizas.

—Para mi gusto, tienes mucha ropa. Espero que no te importe que la quite por ti, muñeca— Con sus ojos quemando como el acero fundido su piel, Lucas poco a poco empezó a desabrochar su camisa.

La invasión de su mano en su pecho no se hizo esperar, a veces suave y a veces salvaje, nuevamente se encontraba ante las viejas sensaciones que el silencio de sus lamentos deseaba.

Tenía vergüenza, allí no existía un cuerpo de revista. Sus senos habían sido golpeados por la lactancia y su abdomen abultado no ayudaba, todo eso sin contar la cicatriz que cargaba en su vientre bajo producto a la cesaría. Acomplejada y víctima de sus inseguridades, intentó cerrar su camisa, pero él no se lo permitió. Oponiendo resistencia y luciendo una mirada nociva, Lucas habló. —¿Qué sucede?—

—Yo... Yo... Me da un poco de vergüenza, nada más—

Con una sonrisa destinada a derretir hasta el más gélido glaciar, Lucas murmuró. —¿Vergüenza? ¿De qué?—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora