25: "Pedazos"

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Sin mucho en que pensar para mitigar el gruñido de su estómago, miraba por la ventana intentando encontrar una solución salvadora. Esa noche, el salón parecía mucho más melancólico de lo que era costumbre, los bastidores tenían su pintura seca, desquebrajada y aún el lienzo permanecía en blanco. El hambre y la inspiración no van de la mano, al igual que la necesidad con su debilitamiento continuo mata al talento aún en crecimiento.

Sumergida en sus males y con la promesa de encontrar alguna respuesta a sus demonios, intentó levantar un pincel. El ligero trazo negro que había realizado contrastaba de manera sublime con el alba de tela, lo miró unos momentos y se identificó. La vida no era aquella elegante estampa de artista renombrada que soñaba, la vida era cruda en cuanto emociones, el dinero escaseaba y la tristeza abundaba.

—Mari, ¿Necesitas ayuda?—

Escuchar aquella voz era uno de los pocos motivos que la alentaban a seguir. Mario, con su rostro lleno de salpicaduras azules y su sonrisa deslumbrante, era el único ser capaz de notar su existencia. Sonrojada ante su presencia y nerviosa a causa del martilleo de su corazón, María volteó. —No me vendría mal una mano...—

Observando como ese hombre se acercaba a ella, intentó guardar la compostura. Todo su simulacro de niña relajada murió en el preciso instante en el que él tomó su mano aún sujeta al pincel y poco a poco empezó a dibujar encima del caballete. —¿Ves? Así, deja que sean las cerdas las que trabajen, solo debes tener la cabeza despejada y dejar que tus manos hablen. —Soltándola con cuidado de no mover su pulso, notó la incomodidad en los ojos de esa joven. —Oye... Sé que nadie está pasando un buen momento, pero intenta relajarte. La mayoría viene aquí para liberar sus demonios a través del papel, déjame conocer tus males, plásmalos.—

Curiosa ante sus males y codiciando una respuesta, María se atrevió a hablar. —¿Qué demonios tiene usted?—

Rodeando con su visión las demás obras ahora expuestas en el salón, una sencilla frase esperanzadora salió de su boca. —Bueno, yo acabo de divorciarme—

Intentó aguantar las ganas de gritar y romper el aire con una exclamación de alegría, pero en su rostro se filtró una sonrisa. —Oh... Que lastima. Bueno, por lo menos tienes un lienzo listo para volcar en el todo tu dolor—

—Sí, aunque se me da mejor la escultura. Pero intento seguir adelante, el mundo puede ser cruel si se lo ve desde la perspectiva incorrecta... Es un deber del artista aprender a mirar y apreciar las cosas por su magnificencia—

Grabando sus palabras en su memoria y tomando aquello como una mística revelación, hundió su pincel en la acuarela. Los colores volvían a gritar libertad mientras que ella pintaría cualquier cielo solo para ver brillar a su estrella.

—Muy bien, cuando termines por favor avísame—

—Si... Por supuesto, profesor—

Observando cómo se marchaba de su lado, se agasajó con un sutil destello de su piel aceitunada. No era hermoso, pero si bello en cuanto pensamiento y profundo en relación a su complejo modo de actuar. Él había sido el único ser que despertó en ella esa chispa olvidada del talento y la vocación inclinada al amor por lo trascendente, Mario había hecho que de ella la pasión surgiera.

Con la visión clara en cuanto a su obra y su corazón cargado con la inspiración del romance, los trazos empezaron a brotar. El lienzo se tensaba y clamaba mancha, en espera pronta de la acuarela, anunciaba quizás tormentos o la inclemencia del alba, necesitaba lumbre dentro de todo lo blanquecino que arrastra. Quería ser tinta, quizás óleo, fusionarse con la hoja y morir en ella en cada trazo, muriendo en un movimiento adiestrado o quizás sucumbiendo por la torpeza de su mano. Intentaba ser viento, se fusionaba con la tormenta, lograba volverse silencio en medio de todos los horrores de su cabeza. La composición estaba lista, el cuadro tomó forma, en ese cielo antes gris que habitaba la tela ahora un par de ojos se ganaban la principal escena. No eran hermosos, mucho menos de colores europeos, eran tierra, eran viento... Podían ser sencillos y hasta corrientes, pero esa mirada de tutor escondía una fuerte descarga de corriente, él era arte, era pintura.

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora