39: "Hilo IV"

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Estaba recuperando la conciencia, saliendo del letargo que solo un buen sueño podía causar. Sin saber su nombre o entender la importancia de la respiración humana, abrió los ojos. La penumbra le daba la bienvenida mientras que el suave algodón revestía su cuerpo, la memoria fallaba y aun no recordaba donde estaba, tampoco le importaba. Sintió algo cálido aferrarse a su espalda y envolverlo con delicadeza entre sus brazos, la sensación era agradable y el ambiente enviciado en ternura lo invitaba, una vez más, a perderse en un anhelo onírico.

Como una acción autónoma, estiró su mano con lentitud tanteando entre las sombras, buscando el interruptor de la veladora. La luz se hizo presente revelando su ubicación, aquella no era su habitación. Sorprendido por aquellas paredes bien pintadas y su decoración sofisticada, recordó donde estaba. Con una sonrisa grabada en su aún adormecido rostro, volteó a donde el fragor de su encuentro lo resguardaba. Abrazada a su espalda, como una pequeña hoja intentando cubrir una enorme roca, ella trataba de ampararlo con su propio calor. Había dormido toda la noche protegido por los brazos de su ángel, frágil en apariencia y fiera en batalla, en el remanso de su piel desnuda había encontrado la calma.

Sin dudarlo un momento, con cuidado apartó sus extremidades de encima suyo y besó su frente, notando la estampa cómica que aquel celestino despertar le regalaba. Tenía el cabello revuelto, parecía una gran nube de tormenta lista para destruir cultivos, cada rizo se revelaba y ocultaba el alba de su cara. Con ayuda de su mano, intentó calmar aquellos pensamientos alocados que ahora revelaban las verdaderas intenciones de su amante, en cada bucle de su cabeza una idea había quedado anclada.

Con la mente perdida en las antiguas pasiones vividas, la observó unos momentos. Sus piernas se revelaban por debajo de la tela, trazando su silueta sobre el entramado de hilos, mientras que uno de sus pechos aventureros hacía acto de presencia, no existiría el deseo si no existiese Amelia. Algo inseguro de lo que debería hacer, hizo lo más sensato, con cuidado sacó la sabana que la cubría. La magnificencia era tal que por respeto a lo sagrado intentó bajar la mirada al piso, pero lo celestial era adictivo, quería contemplarla. Se revelaba como había caído al mundo, desnuda, pero protegida por su propia belleza. La piel de cascada espumosa hacía que la cama pareciera una bahía, la última sirena de rio hoy abrazaba su humanidad. Ya no importaba el cabello revuelto ni mucho menos la exótica pose en la que dormía o su cuerpo que invitaba al pecado, lo que realmente valía era su sonrisa dormida. Amaba sus tatuajes, deseaba curar sus cicatrices y añoraba la cotidianidad, podría repetir aquello todos los días de su vida y mantenerse maravillado.

La volvió a cubrir, intentando que cada porción de su piel quedara cubierta en el abrigo, al hacerlo, ella en un acto involuntario se acobijó y un pie forajido se destapó clamando libertad. Sonrió unos momentos para luego caer en la realidad, él también estaba desnudo. Intentando no hacer ningún movimiento brusco, se puso de pie y emprendió la caza de su ropa interior. La encontró hecha girones en el suelo al igual que su ropa, el tornado había sido grande y la sensación satisfactoria. Con la ligereza de un ratón, se vistió apurado, quería preparar el desayuno y compartir aún más tiempo a su lado antes de volver a promulgar una de las ultimas misas que daría. La ilusión nacía, pronto no tendrían horarios de romance ni el incómodo silencio de un amor prohibido, ambos serían libres para proclamar su pasión entre gritos.

Prendiéndose la camisa, imaginó un sinfín de aventuras compartidas e individuales que lo aguardarían en su nueva vida; Se imaginó a sí mismo comprando fruta fresca y haciendo la lista de la despensa, cuestionándola continuamente sí prefería jugo de manzana o de fresa. Soñó con sus vestidos secándose al sol y el simple hecho de buscar en la televisión algo que a los dos le divirtiera; Tocando música de día y armando partituras en las sábanas de noche... Todo sería perfecto.

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora