58: "Fortuna"

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—Pero, Ami… Es importante, lo necesitamos—

—No le veo uso, además es demasiado tosco a la vista—

—¿Qué no le ves uso? Sí las migas andan desparramadas por todo el suelo de la casa—

Mirando a su compañero, del cual se mantenía sujeta de su brazo, Amelia sonrió al notar como éste contemplaba el escaparate donde diversas telas se exhibían colgadas detrás del cristal. —No pienso cargar con un mantel por toda la feria—

—Lo cargaré yo, Ami…—Girando levemente para contemplar a la mata de cabello que veía desde su visión, Tomás se inclinó un poco, así poder enfrentarse con su rostro risueño, ella parecía disfrutar aquella situación. —Además le hace falta un poco de vida a nuestro hogar, ya sabes, Ami, Color. No me malentiendas, adoro las tonalidades grises y blancas que elegiste para las paredes, pero hace falta algo que resalte, un poco de alegría a la vista—

—Está bien, está bien… Compra el condenado mantel, pero escoge un buen diseño— Dándose por vencida, Amelia permitió que Tomás adquiriera aquello que él pensaba vital para su convivencia. Buscando en la diminuta cartera, colgada a su cintura gracias a un pequeño listón de cuero, Amelia intentó extraer su billetera y así sacar su tarjeta de crédito, pero él evitó dicha acción.

—¿Te olvidas que ahora yo también tengo un plástico?— Trayendo a su presente una realidad avasallante, Tomás buscó entre sus bolsillos aquella pieza dorada que poseía una banda magnética. —Déjame estrenar la tarjeta con algo útil, Ami—

Riendo ante ese acto que parecía ser irreal, Amelia recordó que ahora Tomás ya no vivía plenamente del dinero de las limosnas. —Tienes razón, pero me parece algo triste perder la virginidad económica con un mantel—

—Es necesario, luego compraremos varios adornos y pensaremos en la habitación de Jeremías—

—¿Jeremías? ¿Quieres que se burlen del pobre chico? Además, ¿Qué pasaría si fuera una niña?—

—En ese caso se llamaría Teresa—

—Ay, Tomás… Lo dices como si fueras tú al que se le van a agrandar las caderas, tú ya pones el apellido, yo decido el nombre. Ahora ve a comprar tu condenado mantel—Soltando su brazo, Amelia comandó una directiva clara.

—¿No vienes conmigo?—

—No, me quedaré aquí, ve tranquilo—

—Está bien, pero no te muevas. Prometo no tardar— Caminando los sencillos cuatro pasos que lo separaban de la puerta de entrada a tan pequeño local de insumos textiles, Tomás se detuvo unos momentos en el dosel de la puerta. Arrimó su rostro al marco de la misma y mirando a la joven quien parecía hipnotizada por una tela azul que se exhibía, pronunció. —Y no te olvides que te amo— Para luego perderse en el comercio.

Amelia sonrió al oírlo, había olvidado lo bien que se sentía escuchar aquellas palabras en voz alta elevadas al aire exterior, donde cualquiera podía escucharlas. La ciudad se encontraba tranquila esa tarde, la suave llovizna que caía mojaba los parabrisas de los pocos automóviles circundantes y parecía alejar a la gente de las calles urbanas. Agradecía a cualquier deidad que Tomás amara mojarse tanto como ella, que pudiera caminar bajo la lluvia y que guardara en su pecho un sol tan grande capaz de iluminarla con su resplandor.

Se sentía afortunada, aquello solo era una simple muestra de todo lo que le aguardaba la vida. Besos por las tardes y azúcar al medio día, una mirada ácida a la mañana y sonrisas lascivas por las noches. Sin percatarse de qué tan rápido había pasado el tiempo, ella misma se vio reflejada en el cristal del escaparate, a su lado, como un viejo eco del pasado, se encontraba una versión propia del ayer.

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora