3: "Muestra"

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—¿Por qué te has demorado tanto en encontrarme?—

—Yo... Yo te busqué hasta detrás de la luz, nunca apareciste, te escondes de mí... Ya no puedo seguir así... Ami—

Ella solo tapó una porción de su rostro con la delgada sábana que la cubría, con su mirada de caricatura aún fresca, posándose arriba suyo. Sobre su lecho ella se movía con debilidad haciendo que aquella sublime catarata de ébano, una vez más, sobre la almohada volviera a bailar. Majestuosa... Como siempre lo había sido, sacó su mano por debajo de la tela blanquecina y lo invitó a sentarse a su lado.

No pudo resistirlo, moría por su sencillo toque, apresurado casi corrió hacia ella y tomó lugar a su lado. Con sus dedos temblantes corrió el blanco manto solo para contemplarla. La mujer con que su alma soñaba estaba allí, haciendo que su presencia tome esa necesitada estela marfil. La niña que robaba sus pensamientos y enmarañaba sus sentidos con su sola presencia, su dueña, aquella que él mismo había condenado al destierro de una hoguera.

Amelia sonreía mientras que estirando su delicada mano acariciaba su barba y le brindaba su toque angelical. Haciendo que de su cuerpo un tímido suspiro despertara, añorando su amor eterno, encontrando a su lado la ansiada calma.

Seguía igual que siempre, altiva y orgullosa teniendo conocimiento de su propia belleza. Con ayuda de una débil fuerza lo empujó sobre ella y lo obligó a recostarse en su pecho, bañándolo en su fragancia, encontrando consuelo en el remanso de sus senos.

—¿Tocarás una linda canción para mí, Valencia?—

—Todas las que quieras Ami... Todas las que quieras...—

Sentía su respiración empezar a agitarse con prisa, su piel se erizaba y su mirada lo cubría. Amelia siempre sería su niña, por más que se encontrara en la lejanía. Con cuidado corrió uno de sus rizos, que tan alegremente bailaban sobre su frente, solo para estirarse y buscar su mejilla. Dándole un último sacro beso, sintiendo su tersura y sobre todo muriendo en ese acto. Al final de cuenta solo buscaba en su ángel un poco de dulzura.

—¿Tommy?—

Apresurado buscó su mirada, ella no podría esperar, él siempre estaría atento a sus palabras. Eterno prisionero de su mandato y sumiso de su voluntad. —¿Qué pasa mi ángel?—

—Quiero que me hagas el amor—

—¿De... Verdad?—

—Si, tonto. ¿Quién más me lo haría?—

Sonrió ante su naturalidad, nuevamente el festín sensorial comenzaría y el podría liberar sus males en ella. Purgando sus pecados y encontrando redención a su lado, contemplando la vida eterna. Amelia lo iluminaba con su mirada, sus ojos como zafiros nuevamente brillaban marcando el camino de un sendero ya conocido. Sin tiempo para la vergüenza y el recato, se subió encima de ella mientras enlazaba sus dedos con su pequeña mano. Debajo de él Amelia solo reía, mordiendo por momentos sus labios y entrecerrando sus pestañas, haciendo que por instantes sus orbes se suspendieran en el ocaso. Amándolo por siempre... Siempre a su lado.

Cuando por fin iba a concretar aquel dulce acto se despertó sonrojado. Seguía en la soledad del cuarto que ahora compartía en su pueblo de San Fernando. Todo había sido un sueño, al igual que cada encuentro amoroso que había tenido con ella en los últimos tres años.

Avergonzado y deprimido, tanteando en la oscuridad buscó el reloj en su mesa de noche. Las cinco de la mañana recién comenzaban y por ende la luz solar aún no lo cubriría, sumergiéndolo en el último fulgor de la penumbra, desatando sus deseos inconclusos de un ángel prófugo.

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora