51: "Año nuevo"

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Tranquila, todo saldrá bien.

Acomodando su cabello a base del único reflejo disponible proporcionado por la ventana, Amelia se daba aliento a sí misma. Las hebras negras habían recuperado su lustre y su piel poco a poco volvía a un color aceptable, no estaba bien, pero disimulaba con excelencia estarlo.

Siguió los consejos de Tomás al pie de la letra; Las escaras desaparecían sin prisa mientras que la demencia ya no se exteriorizaba. Los baños habían sido necesarios, al igual que el cuidado personal básico que una persona cuerda cargaría. Las cicatrices continuaban, pero su costra ya no era arrancada, los pesares mentales prevalecían, aunque la actuación los ocultaba con destreza.

—Señorita Santana...— A su lado, el enfermero tutelar de su cuidado seguía atentamente cada uno de sus movimientos. —¿Segura qué querrá salir al patio?—

Teniendo presente los consejos antes brindados por la única persona que realmente velaba por su bienestar, Amelia sonrió de manera falsa. Aquella puesta en escena solo era una confabulación para mostrar, a todo aquel que se permitiera observarla, un estado de salud favorable. —Claro, es una tarde realmente hermosa, es más, sí tengo algo de suerte quizás alcance a ver algún fuego artificial ésta noche—

—No encendemos cohetes aquí, señorita, por los demás internos. Algunos tienen oídos muy sensibles y otros, bueno.... El fuego no les agrada. Pero cuente con que la cena de ésta noche será de su agrado—

Pensar en comida era la última idea que podría tener su descompuesta mente. Cada recuerdo gustativo traía consigo una acarreada de agrias tonalidades en su boca. Las náuseas nunca habían concluido, al contrario, cada día empeoraban, obligándola a permanecer más de lo debido en sus rodillas. Intentando cambiar de tema, Amelia volteó a mirar al oficiante, cargando en sus ojos la mirada más inocente que podía realizar. —Dime una cosa, pero sé sincero conmigo... ¿Estoy decente?—

—¿A qué se refiere, señorita?— Extrañado, el enfermero cuestionó.

—Ya sabes... hoy vendrá el doctor Santana y quiero saber sí mi condición física aún cuenta con su resplandor— Mintiendo, su propio veneno se coló hasta su estómago. Las patrañas generaban gangrena, pudriendo todo a su paso y contaminando su sistema con malicia. Las ideas vengativas eran recurrentes, pero, debido a su nueva postura, no debían ser mostradas.

—Oh...— Aclarándose la garganta, el oficiante respondió. —Sí me permite el atrevimiento, usted está radiante hoy. Me alegra de sobremanera que por fin usted se adaptara.—

—Solo era cuestión de tiempo, tarde o temprano terminaría bailando a su ritmo... Hablando de eso, sigo enferma de mi estómago. Me gustaría saber sí se podría hacer algo, no lo sé, variar mi dieta o proporcionarme algún medicamento combativo— Mencionó Amelia mientras que el burbujeo de su estómago comenzaba de nuevo y trepaba hasta su boca. Sabía con toda seguridad que el ayuna a la cual ella misma se había sostenido y las pastillas ingeridas con coraje ahora cobraban factura.

Titubeante, el enfermero solo dijo lo primero que nubló su cabeza. —Hoy... Hoy... Le preguntaremos al doctor Santana que podemos hacer con eso, seguro el tendrá una solución. Además, el la conoce mejor que nadie—

Escocía en su piel aquella mentira, dolía y a su vez brindaba consuelo en base a un tortuoso planeamiento. Para su suerte, Augusto no sabía ni un cuarto de su vida, eso garantizaba que sus súbitos movimientos en el tablero sean una sorpresa, tomándolo desprevenido y arrebatándole la victoria. La ironía era un deleite, un manjar único del cual solamente ella podía ser comensal. —Sí... Claro, Augusto sabrá— Mirándose por última vez en el reflejo de la ventana, Amelia volvió a hablar. —Iré a mi habitación a terminar de leer mi libro, cuando venga mi prometido, por favor, anúncielo en mi puerta—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora