Amor, tan sencilla palabra que puede abarcar todo aquello que crea y destruye nuestros tiempos. El amor para ella era señal de estabilidad; Un suelo firme donde mantener sus pies en el suelo, olvidarse de sus alas y conocer el piso como cualquier otra mortal. El amor para mí era una señal de ascenso, pasar de niño a un adulto, galardonarla con mi apellido y brindarle todo lo que mi cuerpo provea. Era perfecto, la reina adornaba el costoso tablero mientras que el rey mantenía alta su guardia... Hasta que un peón se olvidó su posición y quiso desafiarlo.
Entonces todo cambió con una revelación impensada. La reina soñaba con ser un simple alfil, bajando sus defensas, dejando toda la nobleza que cargaba sobre su corona solo para perseguir a la más insignificante de las piezas.
El peón, ajeno a su consagrada casilla, fantaseaba con ser una torre. Cimentaba sus miedos y sus mentiras con ladrillos, que, según él, tenían orígenes divinos. El tablero temblaba y las piezas restantes caían. Por culpa de dos sencillas fichas todo el juego se perdería.
No, eso no sucedería. El rey seguía férreo a su mandato, los simulacros de batallas habían terminado para abrir paso a una guerra monocromática. De un lado él, ocupando el cuadrante blanco en una mísera posición de carne de cañón. Por otro lado, el rey, resguardado por el negro de su lugar, vigilando todo y tramando estrategias para reclamar nuevamente la reina en su cuadrilla. Mientras todos los demás sufrían las brutalidades de sus impulsos, el solo esperaría... El tiempo da frutos y los resultados serán venideros.
Eso era el amor, un sencillo resultado de estratagemas. Donde exista lógica, no existirá Dios.
Con cuidado de no levantar ninguna sospecha, sonrió ante su acompañante para luego, en sencillos movimientos introducir la llave en la cerradura. El sonido metálico retumbó en el tambor dando aviso que ahora el portal se encontraba abierto. Con su galantería fingida aún sostenida a bases de miradas centellantes, la invitó a pasar. —Entra, buscaré la llave de la tienda rápido e iremos juntos a retirar tus cosas—
—No...No hay problema, doctor, puedo esperarlo aquí— Incrédula de los que sus propios pensamientos creaban en su cabeza, Adriana optó por la opción más sensata.
—Tontería, entra, de paso te serviré un poco de jugo— Relucía como hacía mucho tiempo no lo hacía. Santana había olvidado ese halo de miedo en las pupilas femeninas, sabía que aquella joven presentía sus intenciones y eso, de una manera un tanto retorcida, le encantaba. —Puedes decirme Augusto sí quieres ¿Adriana?—
—Sí, Adriana...— Al final de sus dubitaciones, ganó la curiosidad, poniendo un pie delante del otro, en escasos cuatro pasos, ya se encontraba dentro de ese desconocido hogar.
Se maravilló con lo que vio, aquello era demasiado costoso para sus sencillos ojos pueblerinos bañados en tierras de caminos. Muebles lustrados de madera cálida cetrina y colores pasteles adornando las paredes le daban la bienvenida. Notó los relucientes marcos de plata y como cada detalle estaba colocado con un único fin, impresionar. Intentando que la sana envidia que ahora tenía no nublara su buen juicio, habló. —Tiene una linda casa—
—¿Te gusta? Intenté darle a Amelia un buen hogar donde vivir, pero... Bueno esa es otra historia— Caminando hasta la cocina, abrió el refrigerador y sacó de su interior una pequeña jarra colmada en un líquido naranja. Su visión hacía que un repentino rayo de sed apareciera. —Ven, toma tu jugo—
Sin faltar el respeto a sus buenas costumbres, Adriana se acercó a él y agarró insegura el vaso que ahora le extendía. Bebiendo con recaudo notó, sintiendo una leve incomodidad, como ese profesional la miraba con sus ojos teñidos en depredación. Se sentía indefensa, pero quizás su cabeza nuevamente generaba fantasmas.
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Perdóname, Amelia (BORRADOR)
Romansa2° libro. Tomás Valencia, un hombre confinado al silencio de sus emociones, convive con el martirio de tener aún presente el fantasma de una pasión pasada. Lucha por sobrellevar su pena y si único aliento es el recuerdo de quien alguna vez fue el a...