21: "Farsa"

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—¡Qué tengan buenas noches, chicas! ¡Hasta mañana!— Un poco fatigada, la anciana mujer encargada de las tablas contables de la cosecha, sacudía su mano mientras que aquellas dos mujeres lentamente se alejaban.

—¡Descansa, Teresa!— Respondió de manera efusiva Carolina, acompañada a su diestra por su pareja.

El camino serpenteante de tierra iba permitiendo que poco a poco la necesitada intimidad se apareciera. Entre los claros y oscuros que la noche brindaba, el brillo de la luna era suficiente lumbre como para revelar ese acto. Con algo de pena, necesitada por las horas de soledad, Carolina tomó la mano de su pareja, permitiendo que aquel momento cerrase la larga jornada laboral.

—¿Cómo te fue en la oficina?— Natalia entrelazaba los dedos con ella, entre suspiros nuevamente podrían ser ellas mismas.

Sonriendo ante sus palabras, Carolina se acercó aún más ella, casi pegando sus caderas en aquella corta caminata de regreso a su casa. —Por suerte todo en orden, nada fuera de lo común. ¿Tú en el campo?—

—Todo igual, pero hoy sucedió algo interesante; Entre los arándanos encontramos una liebre, la pobre estaba demasiado asustada—

—¡Oh!, ¡qué lindo! No la mataron ¿Verdad?—

Volteando para sonreírle a su compañera de vida, Natalia replicó. —¿Me crees capaz de matar un animal así? Bien nos vio salió saltando—

Las miradas cómplices nacían al igual que la necesidad de pronto retornar a la pequeña vivienda que ambas compartían. Seguramente una merecida charla se llevaría a cabo en compañía de colmadas tazas de té mientras que la cama, siempre tendida, las invitaba a descansar luego de tanto ajetreo cotidiano.

Las pequeñas casas aparecían bordeando el camino mientras que la desolación de un área alejada de la urbe brindaba su intimidad. Su vida no era perfecta, pero al fin de cuentas, era real.

Con algo de fastidio, Natalia notó como de una de las precarias viviendas la música retumbaba. Canciones denigrantes con insultos entre sus letras eran pronunciadas por los grandes altoparlantes que tenían como único fin perturbar la paz.

Acostumbradas a esa clase de situaciones y sumisas ante la presencia de los habitantes de dicho hogar, poco a poco fueron separándose. Soltaron sus manos y guardaron distancia, haciendo que su noviazgo nuevamente quedara oculto.

De la vereda de la casilla se podía observar sentados al molesto grupo del pueblo. Jóvenes sin sus piezas dentales, tirados en el piso rodeados por diversas botellas de alcohol disfrutando del bochinche que ellos mismos causaban. Al notarlos, aumentaron el ritmo de sus pasos intentando pasar desapercibidas en vano.

—¡Carolina!— Desde el suelo uno de los ebrios muchachos habló, haciendo que Natalia refunfuñara.

Comprometida por la diferencia de número y asustada, no tuvo más que hacer, debía responder. —Ah... Hola, Carlos—

El hombre sonriente continuó hablando desde el suelo, haciendo que todos sus amigos rieran ante su falta de experiencia en el cortejo. —Oye, ¿Cuándo me dejarás que yo te acompañe? Ya estás grande como para que tu hermana te lleve y traiga de tu trabajo—

Entendiendo que aquello solo traería problemas, Carolina empezó a tartamudear. —Yo...Yo...—

Abrumada por la cólera que trepaba por sus venas y enardecida en su propio odio, Natalia intentó tranquilizarse, pero ver a su chica en aquella incómoda estampa hizo que su imagen fraternal se perdiera. —¿Por qué no dejas de molestar? ¿No tienes otra cosa que hacer, Carlos?—

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora