33: "Miel"

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Con sus pensamientos solo encaminados a fantasías de alcoba, limpiaba cada parte de su cuerpo con cuidado, logrando que la esencia del jabón se pegara a su piel. Rompía los nudos de su cabello con ayuda de sus dedos mojados mientras que repasaba mentalmente todos los oscuros suministros de su armario.

Le excitaba armar una puesta en escena perfecta, depredarlo desde su mente y luego corromperlo en la realidad. El jamás la ignoraría si cargaba consigo la dulce ambrosía que emanaba de sus pechos, su mente estaba atormentada y sabía que el sexo sería su único consuelo.

Alejando las emociones que nublaban su razón, salió del agua tibia solo para buscar su armadura. Con su cuerpo chorreante se dirigió a la habitación que compartía para luego examinar en detalle su guardarropa. El vestido blanco era el adecuado, no insinuaba nada que perturbase la mente de algún feligrés, lo usaría de mascara para ocultar sus verdaderos intereses. Revolviendo los cajones, encontró aquello que sería suave veneno, el color rojo siempre sería el ajenjo que provocaba desvaríos en la mente de ese hombre.

Secándose y vistiéndose, revistió sus hombros con el delgado saco de hilo, ahora su piel estaba escondida de las rodillas para arriba. Los ronquidos continuaban y eso solo era una señal divina, Dios de existir quería que al encuentro de Tomás marchara, tanto ella como él necesitaban un poco de libertad carnal tan clamada.

Los colores rosas aparecieron tiñendo sus labios y delicadas sombras magentas iluminaron su mirada ahora ensombrecida. Si se esforzaba, tal y como lo estaba haciendo ahora mismo, podría ser la principal actriz en su propia fantasía. El charol protegió sus pies y el delicado perfume de lavanda bañó su cuello, algo faltaba para contemplar la estampa.

Dudo unos momentos intentando rellenar su persona con algún insignificante accesorio, pero pronto supo que la mejor manera de mostrar sus intenciones era cargando el recuerdo de su pasión rodeando sus arterias. Lo buscó en la caja de madera y allí, sepultado entre miles de elegantes collares lo halló, el colgante de corazón la saludaba con su destello morado, nada podía ser más correcto que ese amuleto para aquella ocasión.

Dispuesta a salir recordó que no estaba sola, ese hombre de por demás desabrido seguía sumergido en su sueño. No se sentía culpable, su cuerpo vibraba al compás de saberse deseada y hasta quizás importante para alguien. Abrió la mesa de noche a un costado de la cama y de ella sustrajo un papel y un bolígrafo.

Gus, fui a despejar un poco la mente y a caminar, volveré pronto.

A

Dejando aquella precaria nota sobre la madera levemente iluminada por la veladora, sonrió, ya todo estaba hecho, solo era cuestión de tiempo para encontrar calidez en un aliento con aroma a incienso. Orgullosa de su estampa de por demás inocente, se dirigió a la puerta de salida dispuesta a mostrarse al exterior. La tarde era, como la mayoría que había vivido en ese pueblo, sencillamente bella. Los tonos naranjas y a veces sanguíneos mostraban la proximidad del ocaso, debía apurarse sí quería ganarles a los oficios de ese hombre, eran las siete treinta de la tarde y la última misa era a las nueve, tendría tiempo de sobra.

Notando algunas miradas curiosas, recorrió la plazoleta, muchos paisanos volteaban a mirarla y a diferencia de otras veces sonreían curiosos ante su nuevo aspecto. ¿Tanto poder podría tener un recatado vestido? El apruebo estaba en sus caras y sus intenciones ahora se revestían en un blanco virginal de un demonio simulando ser ángel bajo unas sacras sabanas. La iglesia apareció a los pocos pasos, respirando aliviada, se adentró a ella esperando que ésta estuviera vacía, pero para su desgracia, no era la única en aquel recinto sagrado.

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora