Desencajado y con el alma marchita, sentía como su perfecta vida se desmoronaba ante sus ojos. Con el corazón taladrando por escapar de su celda de carne y su cerebro al punto del colapso, llevó sus manos temblorosas a su propia frente y apretó, intentando que el fuerte pitido que sentía en sus oídos se detuviera.
—¿Por qué?— Era lo único que quería saber. ¿Qué habría sido tan importante como para arruinar su porvenir?
—Escúchame Augusto... No te voy a dar una excusa ni nada por el estilo. Te daré la verdad, pero esa duele.— Amelia se colocó a su lado y con su voz susurrante narraba las penas que la habían conducido a tomar tan fatídica decisión. —Esa noche yo... Yo me sentía lastimada por ti. Me gritaste ¿Lo recuerdas? Me sentía sola y extremadamente necesitada de todos los cuidados que antes me dabas. Y Apareció él... —
El aire se escurría de su cuerpo haciendo que su estado carente de vida sea venidero, quería podrirse en ese mismo lugar con Amelia como testigo mudo de su desventura. Aquello no podía estar ocurriendo, primero la imposibilidad de tener a su heredero, su príncipe y ahora le arrebataban a su reina.
Él lo sabía, ningún reinado estaba integrado y erguido en la gloria sin una reina adornando la casilla negra. El mañana se veía oscuro y las esperanzas se evaporaban.
—Tomás fue mi primer amor, la primera persona que me hizo sentir realmente especial. Estábamos solos y una cosa llevó a la otra... Pasó, de manera casi inevitable.—
Necesitaba pararse y sentir el suelo firme debajo de sus pies, por más que su cabeza diera vuelta. Con sus pisadas tambaleantes se irguió, haciendo que por un momento el piso parezca de algodón la debilidad prevalecía. Con su mirada enardecida en una leve ceguera sentimental producto de las lágrimas, se fijó a una pared con ayuda de sus manos. —¿Qué harás, Amelia?—
—Me iré, no quiero estar aquí. Tardé en darme cuenta que éste no es lugar para mí... Puedes venir conmigo o puedo marcharme sola.—
¿Marcharse y perder todo el orgullo que había causado en su familia debido a su buen corazón? O ¿Ver marchar a la única mujer capaz de ensombrecer a una pintura con su belleza rompiendo la promesa del casamiento y quedando en ridículo ante la sociedad? Preso de su ira y sin sentirse ganador en ninguna de las opciones que ella daba, golpeó la pared con su puño. El impacto retumbó por los muros de la pequeña casa que compartían haciendo que el frágil cuerpo de la mujer se estremeciera.
—Ustedes... No puedo creer que hayan tenido el descaro de mentirme así, directamente en mi cara—
—Nadie te mintió, Augusto. Yo te estoy diciendo las cosas, justamente, porque no quiero mentirte. Y Tomás... — Suspirando y borrando una lágrima de su mejilla, Amelia continuó hablando. —Él valora tu amistad... Lo conozco demasiado como para saber que nunca ha tenido un amigo y apareciste tú—
Arremetido ante su ira, Augusto sintió su sangre hervir ante la tempestad de emociones que giraban en violentos torbellinos sobre su cabeza. —¿Lo conoces? ¿Ahora lo conoces? ¿ACASO TAMBIÉN ME CONOCES A MÍ, AMELIA?—
Sorprendida ante tal indicio de rabia, Amelia solo se separó unos pasos, consagrando su identidad física poniéndose de pie. —No... a ti no te conozco. Cambias constantemente para tu bien— Notando como la mirada de su prometido la quemaba, se quedó quieta. —¿Qué harás? ¿Golpearme?—
—No... A ti no. ¡PERO DEBERÍA IR A BUSCAR A ESE DESAGRADECIDO! Podrás haber sido de él hace mucho tiempo, pero debes entenderlo ahora... Tú eres mi prometida.— Acercándose peligrosamente a ella, Augusto caminaba en su dirección.
Amelia por inercia comenzó a alejarse, no quería que aquella locura saliera luego manchando los titulares con el sombrío verso de crimen pasional.
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Perdóname, Amelia (BORRADOR)
Roman d'amour2° libro. Tomás Valencia, un hombre confinado al silencio de sus emociones, convive con el martirio de tener aún presente el fantasma de una pasión pasada. Lucha por sobrellevar su pena y si único aliento es el recuerdo de quien alguna vez fue el a...